jueves, 4 de enero de 2018

LÍNEA 29 (capítulo primero)



Hola, mis queridos seguidores en esta página de los sueños. ¡Feliz año 2018 a todos vosotros! Ya estamos terminando estas fiestas que, al menos para mí, son tan entrañables y siempre se me pasan sin darme cuenta. Bueno, pues hoy no quiero que se me pasen sin haceros un pequeño regalo. La festividad de los Reyes Magos, importante festividad en España, al menos para los creyentes católicos, y yo así me siento, está a punto de llegar y en ella es costumbre regalar algo, no sólo a los más pequeños de la casa, sino también al resto de personas de nuestro entorno cercano y con las que compartimos vida, cariños y afectos. Yo, también comparto afectos con vosotros y os quiero entregar mi regalo de estas Navidades. Se trata de un relato, que pretende ser de misterio, y que os lo voy a ir trayendo por capítulos; total cinco. Espero que sea de vuestro agrado y con él os quiero agradecer vuestra fidelidad a nuestro espacio. Ya me contaréis. Recibid, con mis felicitaciones en este tiempo, el más grande y afectuoso de mis abrazos. Y, por favor, no dejéis de soñar y de ser felices. 
José Ramón.






Me llamo Carmen Miraflores y tengo un trabajo que, para la mayoría de las personas, puede resultar, cuando menos, poco agradable. Soy periodista de sucesos y trabajo desde hace ya unos años en La Crónica Roja. Sí, un nombre que le va al pelo a lo que se puede encontrar entre sus páginas: noticias e información sobre crímenes, muertes y los más variados sucesos: morbosos unos, trágicos otros y macabros la mayoría. A mí me sirve para ganarme la vida de una manera que me satisface, por lo que encierra de misterio e intriga, aunque frecuentemente tenga que respirar hondo varias veces antes de acercarme a la escena de un crimen o de iniciar el relato de lo visto en ella.
Se puede decir que, Carmen Miraflores, era una mujer que ya no cumpliría los cincuenta, de apariencia atlética, delgada…muy delgada, metida en vaqueros y con abrigos largos y botas de las usadas en rutas de senderismo. Su pelo lo solía cortar a “lo chico” y lo solía llevar de color indefinido que a las canas invitaba al menor descuido. De pequeña, su pelo rubio rizado, precioso, le confería una imagen, junto a su carácter inquieto, de un trasto difícil de sujetar, a decir por su entorno más cercano. Ese espíritu es el que la llevó a desempeñar el trabajo de información que desarrollaba en La Crónica Roja.
¡Ah, no les he dicho que vivo en Ciudad Grande! Como me imagino conocen, y si no es así les digo, se trata de una ciudad que posee todas las ventajas de una pequeña y las ofertas de una grande como es la capital del país, que dista de ella, tan sólo, unos 110 km. La distancia no es grande y eso me facilita el trasiego semanal desde mi ciudad para interesarme por casos que no dejan de saltar a la actualidad y atestiguar, una vez más, que la realidad siempre supera a la ficción. Esto no hago más que recordárselo a mis lectores siempre que puedo cuando me enfrento a un suceso que me hace estremecer, me deja sin palabras y me pone al límite del conocimiento del diccionario de la Real Academia en la búsqueda del mejor término que pueda definir con lo que me topo en mi trabajo diario.
Mucha de la información la obtengo, aunque no debería decirlo y les pido que me guarden el secreto, de mi amigo Serafín Trescantos. Serafín es de mi quinta, es decir, que ya no coloca el cuatro de la decena en su tarta de cumpleaños —no sé si me gusta esta moda actual de colocar números reales, con su pábilo, en lugar del mogollón de velitas encendidas, que a nuestras edades cuesta apagarlas de un solo soplido,…quizá sea porque a alguien le pueda parecer deprimente ver un montón de ellas apiladas…no sé; yo no lo llevo mal. No, realmente no me gusta esta moda—. Serafín, es un hombre inteligente, bien parecido, con no demasiado pelo y que se mantiene en un buen estado de forma: su profesión del Cuerpo de Policía Estatal lo requiere.
Como les decía, vivo en Ciudad Grande aunque paso la mitad de la semana en mi pueblo natal: Gargantilla del valle, si es que no estoy metida en alguno de “mis” macabros sucesos, sobre los que hablamos en La Crónica, y que para más de un lector morboso constituyen algo emocionante —de estos “leedores”, como dice mi compañera en el periódico, Rosaura, está el país lleno.
Gargantilla, es un pueblecito muy amable y agradable para dejarse caer por él y llegar incluso a afincarse. Es un buen sitio para vivir. Está situado al inicio del lecho de un espectacular valle, de ahí su nombre, que se ve que suavemente encuentra el lugar y se pierde en la lejanía entre las montañas. Allí, en Gargantilla, todavía y gracias a Dios, vive mi madre con la que suelo compartir mis fines de semana y casi todos los miércoles y mañanas de los jueves: por la tarde cojo el autobús, la Línea 115, que la siento como si fuese mía por las horas a la semana que paso sentada en sus no demasiado confortables asientos de plástico duro. Con él regreso a Grande, que es como se conoce coloquialmente a mi ciudad de trabajo y adopción.
Les cuento más cosas de Gargantilla. Es un pueblo que de sus tres mil habitantes autóctonos pasa, en verano y en época de nieve y esquí, a casi veinte mil: ¡una locura! En esa época busco mil excusas para llevarme a mi madre a Grande conmigo, huyendo de la masa de gente que llegan como las hordas de Atila, arrasando por donde pasan y como si mañana les fuesen a robar el valle…Yo, procuro huir a la misma velocidad con la que ellos llegan…llevando, eso sí, a mi madre conmigo.
El resto del año es un pueblo, como todos los pequeños lugares, en los que todo el mundo sabe todo de todos. No es posible tener un secreto allí. Siempre he creído que conocerse demasiado no aporta mucho a las relaciones. Tratarse demasiado regala poco espacio a la sorpresa y a la emoción de lo inesperado y, al final, las relaciones se “escogorcian”, en palabras de mi amiga. Y, si no, que se lo digan a Anselmo que él y su mujer llevaban el coche a reparar al taller de Gabriel Pocamonta y, al final, de tan conocidos y “amigos”-dudo que nunca llegasen a ser amigos, amigos, pero es que la gente enseguida se etiqueta de amigo de otros en cuanto cruzan dos palabras agradables- que llegaron a ser, Gabriel, se fue a vivir con Teresa Galindo, mujer de Anselmo, y veinte años más joven que su marido. Realmente era una mujer muy atractiva y nunca nadie comprendió en Gargantilla cómo, esa “pedazo hembra” (es que Rosaura no se corta ni un pelo), vivía con un hombre como Anselmo Rubio. Bueno, yo sí lo sé: porque los dos terminaron a la vez la carrera de veterinaria —él antes se sacó la de Biología e hizo varios guiños a Medicina, pero al final lo dejó y se centro en los animales de cuatro patas— y, tras casarse, se instalaron en Gargantilla y abrieron su clínica veterinaria. Y, además, él es un cielo de persona.
Tras irse su mujer con “el Pocamonta éste” —¡ay, Rosaura!— se quedó hecho polvo y con un resentimiento hacia aquél que nunca ha llegado a dejarle vivir en paz.

Anselmo, además de ser el veterinario de Gargantilla, era también el practicante ese, de toda la vida, que había en los pueblos y que iba de casa en casa poniendo las inyecciones a mayores y pequeños cuando los cambios del tiempo, entre otras cosas, los metía en cama. Me viene a la cabeza, ahora que les cuento esto, el practicante de la época en la que yo era una cría. Era un señor mayor, así lo veía yo, muy cariñoso y amable que, al llegar a casa, sacaba su cajita metálica y alargada, en la que llevaba las jeringas de cristal y unas agujas que me daban pánico. Mientras hablaba con mis padres y yo le miraba de reojo y con más miedo que vergüenza, el quemaba alcohol para esterilizar, en su llama, la aguja que irremisiblemente iba a introducir en mi pequeño trasero. ¡Vaya recuerdos me trae Anselmo! Cuando ha venido a pinchar a mi madre, hemos tenido unas conversaciones muy agradables a semejanza de las que, en su tiempo, tenían mis padres.

Continuará...


5 comentarios:

Mercedes Moreno dijo...

Tiene muy buena pinta,su lectura me ha enganchado.Genial

José Ramón de Cea dijo...

¡Gracias, Mercedes! Espero que a medida que pasan los capítulos te sigas enganchando más. Cuando llegue el momento de adivinar...espero que te atrevas a dar tu opinión. Gracias, de nuevo, y recibe un fuerte abrazo.

Unknown dijo...

¡Buenas Noches José Ramón! No lo había leído. ¡Me ha gustado mucho! Voy a por los siguientes 😊

José Ramón de Cea dijo...

Me alegro, Helena. Es el inicio de una historia en cinco capítulos que nos llevará a un mundo distinto del de la literatura infantil. ¡Es bueno cambiar! Y me estreno en este estilo. Espero que te guste. Un abrazo y gracias por tu comentario.

Unknown dijo...

De nada José Ramón 😊 Sí que gusta leer cosas distintas y del mismo autor 😊 Valoro mucho tu don para adaptarte a todos los públicos, lectores que se quedan atrapados en tus historias 😊 Igualmente 😉