sábado, 27 de agosto de 2016

LA LUZ DEL FARO





Hola, amigos de mis historias, buenas tardes de este verano que ya se nos escapa de las manos. ¿Sabéis una cosa? Pues que la verdad es que siempre me han gustado los faros y lo que de misterioso y romántico tienen. Cuando planeo una excursión o me acerco sorpresivamente, me refiero para mí, sin haberlo planeado, a un lugar costero siempre busco si tiene un faro o la mala suerte no le ha colocado un punto importante en la costa que le permita tenerlo…aunque sea feo, muy feo, como el de la historia que hoy os quiero contar. Pero, aunque feo, este pueblo que os propongo adivinéis, como ya hicimos en el pasado, a través de vuestros comentarios, tiene faro.


El pueblo en el que he pasado unos días de vacaciones es famoso por sus playas de cara al Mediterráneo; digo playas porque tiene varias, algunas más pequeñas que otras y muchas con rocas dentro y fuera del agua. Las rocas peligrosas son aquellas que están en la orilla y no se ven y, además, no están demasiado anunciadas, con lo que el dejarse medio meñique del pie en ellas es cuestión solo de pasar por sus inmediaciones. Eso es algo que no me ha gustado demasiado del sitio que os propongo adivinéis su nombre.
¿Más pistas? Pues le gusta llevar en su nombre escrito, en la lengua regional, dos “eses”. Es un pueblo con mucha influencia de la región que lo flanquea por el norte y que ya sabemos que de su lengua hace cruzada, cosa que a los que no la hablamos, y hablamos más de dos idiomas, por lo limitado de su empleo territorial, hace que el lugar no nos haya vuelto demasiado locos. A pesar de ello os tengo que decir que sí merece la pena visitarlo y darse unos buenos baños en sus aguas claras con fondos oscuros.
Y la última pista que quiero daros y que es la que me trae hoy aquí para contaros una historia romántica corta, es que ¡su faro es muy, muy feo! Pero tiene faro. Su foto ya la habéis visto.
Realmente se trata de un pueblo en el que es fácil vivir y muy acogedor, aunque la persona dueña del apartamento ha querido ir un poco de lista…menos mal que la agencia que nos lo ha alquilado se ha portado muy bien. Bueno, que hemos pasado unos buenos días en este pueblo que os propongo para adivinar. Es vuestro turno.
La historia que os voy a contar, cierta o no, tiene por protagonista el faro que os traigo aquí. Muchos de los faros que hay desperdigados, en sitios claves por el mundo, han presenciado muchas y distintas situaciones que afectan a las emociones: modificaciones en el litoral, naufragios, encuentros, bienvenidas, reencuentros… historias de amor. Una de ellas os la traigo hoy aquí. Espero que os guste.
Un abrazo y feliz reintegro a la rutina.
Soñad y sed felices.
José Ramón.

Se cuenta que, hace muchos años, en dos pueblos cercanos en los que la mayoría de la gente se dedicaban a la pesca, dos jóvenes, chico y chica, de edades similares que no pasaban de treinta pero ya habían dejado atrás los veinticinco hacía tiempo, trabajaban ayudando a sus respectivos padres en las tareas que daban de comer a sus familias humildes: la pesca.
Un día, de los que hubo muchos, los dos protagonistas de este relato se encontraron en la subasta de pescado que todos los jueves se celebraba en el pueblo que estaba a medio camino de los suyos. Acudían siempre con sus padres y les ayudaban a sacar un buen precio por el pescado que habían recogido en la noche. Eran las siete de la mañana y ambos, en sus lugares reservados, se afanaban en colocar de la mejor manera visual posible las canastas con sus pescados: había que ponerlos de manera que entrasen por los ojos a los pescaderos que venían a hacerse con las mejores piezas para ofrecerlas a sus clientes más exigentes a lo largo del día. También los encargados de la cocina de los restaurantes y casas de comidas de la comarca merodeaban por allí en busca del mejor pescado. El bullicio era grande y ensordecedor pues la nave en la que estaban hacía que los ruidos se ampliasen más de los que allí deseaban; pero eso era parte también del ambiente de trabajo e ilusión que se respiraba aquél y todos los jueves. El encargado de dirigir la subasta ya empezaba a cantar números y a señalar los diferentes lugares en los que los pescadores ofrecían sus productos; apuntaba no sé qué, porque nunca lo he sabido, en su libreta medio rota y húmeda, con su lápiz casi sin punta que mojaba nerviosamente en sus labios entre frase y frase. Así, iban saliendo las cajas con los pescados camino de las furgonetas que en el exterior esperaban la ansiada carga.
Como en otras ocasiones, ambos hijos, no dejaban de intercambiarse miradas desde sus respectivos lugares con los pies embotados en plástico verde hasta la rodilla, con los pantalones de faenar metidos por dentro, pegados a las cajas repletas de pescado junto a sus respectivos progenitores. Estaban desaliñados y con cara de cansados: se notaba que para ambos la noche había sido dura. Álvaro, que así se llamaba el chico, teniendo en cuenta que la luna en esos días estaba completamente llena y resplandecía en toda su intensidad, dibujó en un cartón una columna y un haz que salía de su parte más alta, de manera perpendicular a la línea que flanqueaba la parte izquierda de cartón, y recorría todo el cartón; un círculo presidía el gráfico y de él, bueno de “Ella”, salía también un haz que cortaba al anterior en un punto marcado con una “X”; además dos indicaciones numéricas trataban de aclarar lo que en el gráfico, Álvaro, enviaba a Alicia. 



Sí, él sabía que esa noche el haz del faro cortaba al de la Luna, reflejado sobre la superficie del mar, de manera perpendicular a la costa a una distancia aproximada de dos millas náuticas; eso ocurriría sobre la una y cuarto de la madrugada…llevaba mucho tiempo calculando y comprobando estos datos y al final se aventuró a proponerle a Alicia una cita esa misma noche, víspera de fiesta en la zona y descanso para los que no saldrían a faenar.
Alicia, cuando vio lo que había escrito, se ruborizó y movió la cabeza, casi imperceptiblemente, en sentido afirmativo. Fue tan inapreciable la reacción de ella que le  quedó la duda si él se había percatado de ello.
Por su cabeza pasaron muchas imágenes que le sembraron de dudas. No sabía si él había recibido su mensaje. Mejor así pues podría no acudir a la cita y dar esa excusa. O simplemente no acudir y ya tendrían oportunidad de hablar algún otro jueves. Sí mejor así. Pero él estará allí...
Faltaban quince minutos y comprobaba la secuencia de luz del faro: 0,2 ; 2,3 ; 0,2 ; 2,3 ; 0,2 ; 2,3 ; 0,2 ; 10,3. 
Contó hasta dos veces la serie y empezando la tercera vio que se acercaba un barco pesquero, como el suyo, no demasiado grande; es decir, era el tipo de barco de “bajura”, como el que él pilotaba. Llegaba puntual…suponiendo y deseando que Alicia estuviese al mando…Sí, se acercaba pues veía una luz verde a su izquierda. Estaban a unas dos millas de la costa, perpendiculares a ella y enfrente del faro de esta historia; la Luna terminaba de marcar las coordenadas casi exactas. El pesquero se seguía acercando y parecía que iba a sobrepasarle por su estribor…no disminuía la marcha…no podía distinguir si se trataba del que estaba tan ansiosamente esperando.
Alicia disminuyó la marcha, casi bruscamente, y empezó a abarloarse por estribor. Distinguió la cara medio de sorpresa, medio de expectación y mucho de pánico de última hora, del capitán del otro pesquero.
Era el momento de que él saliese de allí rápidamente: le entraron unas dudas terribles de si estaban haciendo lo correcto…ese miedo de eterna inseguridad, cuando hacemos algo importante que pensamos nos va a hipotecar el futuro, le estaba atenazando.
—¿Me tiras un cabo? —dijo Alicia intentado que reaccionase—. Sí, por supuesto —dijo él, decidiendo que no tenía ninguna intención de irse de allí aquella noche.
Saltó a bordo Alicia y se abrazó a él.
—Hola —le dijo, como si se hubiesen visto hacía un rato.
—Hola —dijo él, recobrando el empuje que le hizo escribirla en aquel cartón las coordenadas de la cita.
En la actualidad, todos los jueves, se les puede ver juntos en la lonja en la que antes acompañaban a sus padres, tratando de vender su pescado. Huele a pescado y el ruido no ha cambiado. Están desaliñados y cansados de una dura noche de pesca, pero no dejan de sacar cajas y colocarlas lo mejor que son capaces de hacer para que su producto entre por las retinas de los compradores. Se miran con complicidad y no dejan de recordar ese cartón que en su día les llevó a la confluencia de haces donde sellaron su unión.
La Luna brilla hoy de nuevo. Lo hace con toda su intensidad y busca, una vez más, la complicidad de la luz matemática del faro feo, muy feo, que está en la costa frente a ella.


jueves, 11 de agosto de 2016

"St. KIRSTEN", un colegio de élite.





Buenas tardes de verano, amigos de mis ilusiones. Hoy me quiero remontar al lejano 2014, en el mes de abril, en el que os presentaba un nuevo cuento. Quiero traéroslo de nuevo pues ya muchos de vosotros estáis pensando en el nuevo curso —aunque queda mucho de verano todavía…no quiero que se acabe pues sólo llevo una semana y pico, aunque se echen de menos las amistades del entorno de trabajo, en mi caso las de la ciudad en la que trabajo, que no es la de residencia, como me imagino sabéis todos los que me seguís por aquí y por mi página de facebook—, en los libros, las clases y cómo les irá a vuestros hijos, vuestros sobrinos, vuestros hermanos, amigos, etc. Sí este cuento va de un colegio, y en este caso de uno de los considerados de élite: St. Kirsten, en el que un duende nos lo va a hacer pasar super bien. Creo que es uno de los cuentos con los que más me divertí mientras lo escribía: yo sólo me reía de las escenas que tenía en la cabeza y trataba de plasmar en el papel.
Os voy a contar una cosa. Os voy a hacer partícipes de algo muy personal; de cómo daba forma a mis historias, al menos a las veinte primeras —de momento sólo tengo veinte, aunque hay otras dos que son versiones de una de ellas, y otra que estoy modificando el enfoque y que pronto os la presentaré de nuevo, porque es muy conocida por los que me seguís desde hace más tiempo—. Pues veréis, nos remontamos a verano de 2010 y yo, por aquel entonces, estaba trabajando a unas seis horas de viaje en coche de mi vivienda familiar; solía venir a casa los fines de semana, los viernes, y regresaba el domingo después de comer. En las seis horas de viaje, conduciendo mi coche por la aburrida autopista, con no demasiado tráfico, gracias a Dios, iba pensando en la historia, dándole forma y estructurándola; todo ello en mi mente. Al llegar a casa, en cuanto tenía un rato y de una sentada, la volcaba en mi papel cuadriculado, con mi bolígrafo Parker, con el que me gusta siempre escribir mis cuentos y que, por cierto, fue el que utilicé para firmar mis primeros ejemplares de “La nota que faltaba” (https://www.facebook.com/jrdeceacuentosanddreams/?ref=aymt_homepage_panel) en la pasada Feria del Libro de Madrid. Con el tiempo perfeccioné el sistema pues no quería que se me olvidasen aspectos que había concebido en la mente y que seguro que podrían funcionar bien en la historia pues, a veces, no podía ponerme a escribir inmediatamente nada más llegar. Así, me hice con una grabadora, de esas pequeñas que llevaban los periodistas (ahora usan el móvil…como todos, que usamos el móvil, con sus APPs, para todo); me la metía en el bolsillo superior de mi camisa, le daba al “on” y empezaba a hablar, como si estuviese comentando algo con mi compañero de viaje, que en este caso era mi, a partir de esos tiempos, inseparable grabadora. Ya no necesitaba ponerme a escribir rápidamente nada más llegar a casa; de hecho tengo en la grabadora tres historias que en su momento saldrán hacia el papel…bueno, dos de ellas creo que no lo harán nunca pues no me gustan demasiado, vistas con los ojos con los que escribo hoy en día; la otra, una sobre pingüinos, estoy deseando tener un rato para ponerme a contárosla: esa sí va a estar chula, os lo aseguro.
Bueno, vamos con "St. Kirsten". Este cuento lo ha empezado a ilustrar un extraordinario Ilustrador mexicano; me refiero a Alex Herrerías (https://www.facebook.com/alex.herrerias.9?fref=ts) (https://www.behance.net/AlexH) —todos los derechos reservados—. Alex, muchas gracias por querer compartir conmigo este proyecto que sé que saldrá a la luz cuando tus múltiples compromisos te dejen un momento para terminar de ilustrarlo. Un abrazo desde este blog, en nombre de todos mis seguidores, por permitir que disfrutemos de tu arte.
De momento, amigos, os presento unos bocetos de lo que serán las ilustraciones del álbum ilustrado. Espero que os deleitéis con ellas tanto como yo lo he hecho.
Buenas tardes y seguid soñando y, en este caso, disfrutando de este tiempo de verano, por estas latitudes europeas; por el otro lado del Atlántico ya sé que es más invierno y temporada de lluvias... pero soñad y disfrutad también.
Un fuerte abrazo.
José Ramón.

¿Nos hemos preguntado alguna vez qué tienen de especial los colegios de élite?
St. Kirsten era uno de ellos y en esta historia se nos revela el porqué, los alumnos que año tras año pasaban por sus aulas, conseguían tan buenos resultados.
Nicolás sabía mucho de esto. Los duendes lo saben todo de nosotros...
En esta historia trepidante, llena de ternura y acción, se pone de manifiesto lo importante que es en la vida la responsabilidad con la que debemos acometer nuestras obligaciones.
Es una historia en la que Nicolás, sustentado siempre por el recuerdo de su querida Amalia, cumple con su obligación de mantener St. Kirsten como lo que, desde la época de sus antepasados, venía siendo: uno de los mejores colegios de élite del país.


El sonido de la bocina que indicaba el inicio de las clases esa mañana del mes de abril sonó angustiada y desagradable, como siempre, en el antiguo y majestuoso patio del colegio.
Esa era la señal para que, los siempre serios profesores, indicasen a los niños que ordenadamente esperaban haciendo fila, el camino de las aulas.
St. Kirsten era uno de esos colegios denominados de élite; de esos en los que en su momento estudiaron los más insignes políticos, economistas, arquitectos, etc, que en la actualidad lideraban los puestos más importantes de la Nación.
¿Os habéis preguntado alguna vez el porqué unos colegios son de élite y otros no? Pues la respuesta la encontraréis a lo largo de esta historia que voy a relatar.
Mucha de la culpa de este éxito atribuido a determinados colegios, por lo menos en el caso del de esta historia, era debida a personajes como Nicolás.
Nicolás se encargaba de velar por el colegio y por sus ocupantes, no sólo por los que, por estar lejos de sus familias, habitaban en su residencia; sino también por los que todas las mañanas acudían al colegio en distintos autobuses procedentes de todos los lugares de la ciudad, e incluso de otras ciudades vecinas, para asistir a clase. Él velaba por todo y a todas horas; no importaba que fuese de día o de noche porque los duendes no necesitaban descansar.
 Sí, Nicolás era un duende de apenas unos treinta centímetros que, según se dice, es la estatura media de los duendes. Era de color verde clarito y tenía unos ojos grandes y avispados, además de una prominente nariz que casi se juntaba con su no menos prominente barbilla. Iba tocado, por supuesto, con su característico gorro terminado en punta. No se podía decir que fuese un duende agraciado, ni tampoco que no lo fuese; simplemente que era un Duende con mayúsculas y que estaba encargado de la protección de “su” colegio.
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Aquel día, en ese comprobar rutinario, detectó que una ensalada tenía una salsa que no estaba en buen estado. Sólo con verla, olerla, probarla…¡qué sé yo cómo lo hacía!, nuestro duende era capaz de detectar si algo estaba en unas condiciones que pudiese perjudicar la salud de sus protegidos; lo cual era su principal misión y para lo que moraba en aquel colegio. Aquella ensalada lo estaba y tenía que ingeniárselas para que no fuese llevada al comedor, en aquellas condiciones, para su distribución.
Una característica negativa que poseen los duendes es que no son demasiado fuertes; más bien son débiles en cuanto a fuerza muscular aunque la suplen con una fuerza intelectual portentosa.
Tenía que hacer que una de las cacerolas que reposaba junto a cazos y otros artículos de cocina, más bien desordenados, en las estanterías desde las que se divisaba ahí abajo la ensalada, cayese
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Era el momento de dirigirse a las aulas y Nicolás salió rápidamente de la cocina en dirección a aquéllas. Debía estar atento por si tenía que sacar de apuros, antes de ir a comer, a algún que otro alumno que no tuviese su día. Cuando Amelia vivía, Nicolás se pasaba todo el tiempo velando por los estudios y los resultados en los exámenes de los pupilos.
De vital importancia era si los alumnos se aplicaban y prestaban atención a las enseñanzas de sus profesores; pero mucho más si el duende o los duendes, como era el caso de Amelia y Nicolás, estaban prestos a sacarles de apuros en los exámenes o cuando sus maestros les preguntaban minuciosamente, de pie junto a la pizarra, la lección del día. Nicolás era uno de los duendes totalmente entregados a la protección de los alumnos y a conseguir que sus notas fuesen de las más altas de entre los colegios del país. En los exámenes .............................................................
Por lo contado, es por lo que digo que los alumnos de los colegios del tipo del de esta historia: futuros médicos, políticos, investigadores, etc.; eran buenos, pero no tanto como se pensaba y se piensa en la actualidad. Los verdaderamente buenos y artífices de sus éxitos escolares y posterior prestigio eran los duendes que los protegían; en este caso, Nicolás. En el éxito de su trabajo radicaba la diferencia entre unos colegios y otros; entre que unos fuesen considerados de élite y otros no tanto.
Un buen día, ya de noche, realizando Nicolás su “ronda nocturna” velando por el sueño de los alumnos residentes, cosa que no hacía tan diligentemente, por cierto, el guardián que por las noches estaba a cargo de la seguridad del colegio; pasó al lado del citado vigilante y lo vio sentado en su cómodo sillón, con la televisión encendida y totalmente dormido. No daba crédito a lo que veía. Un primer impulso le llevó a..............................................................................................................................................