viernes, 22 de diciembre de 2017

LUCES DE NAVIDAD





Hola, amigos, buenas noches, que en esta época tienen mucha luz. Sí, es ya tiempo de Navidad, tiempo de Luz, tiempo de cariño, tiempo de querer estar con nuestros seres queridos, aunque se nos haga un poco cuesta arriba al principio, pues hace tiempo que no les vemos y hemos perdido esa química especial que nos tenía unidos  a ellos. Sí, va a venir a cenar el pesado de mi cuñado, o la insoportable de mi suegra, o…qué mas da: es nuestra gente y es únicamente a los que tenemos y que nunca nos fallarán…es nuestro entorno querido y, al final de las fiestas, veremos que no ha estado tan mal como pensábamos. Disfrutad de este tiempo de Navidad, de esta época de sonrisas francas, de gestos cariñosos poco interesados. Disfrutad de este tiempo en el que nos esforzamos en dulcificar nuestro carácter; en agradar a todos. Y disfrutad de este tiempo de mensajes de aprecio, de regalos sentidos, buscados y seleccionados hasta la saciedad. Todo esfuerzo es pequeño si conseguimos esos segundos de felicidad e ilusión del que los abre, la mayoría de las veces con cierto nerviosismo. Este tiempo es para disfrutar del calor de familia, del de amigos; del calor de Navidad. Me apetece contaros más cosas sobre lo que para mí significa este tiempo pero…¿sabéis?...antes de ponerme a escribiros me dije: “voy a ver qué escribí en Navidades pasadas…” y ¿sabéis qué?, pues que me ha encantado lo que os conté en su momento y me gustaría que fueseis a las entradas del 24 de diciembre de 2014 ( https://jrdecea-cuentamelos.blogspot.com.es/2014/12/luces-de-navidad.html ) y del 17 de diciembre de 2015 ( https://jrdecea-cuentamelos.blogspot.com.es/2015/12/luces-de-navidad.html ), pues las dos, diferentes pero con mucho sentimiento, permanecen muy actuales en mi interior y me gustaría dedicaros hoy también, de nuevo, lo que os traía entonces. Espero que os guste.
Y como estamos ya en Navidad pues os traigo de nuevo mi cuento “Luces de Navidad”. ¿Y por qué os lo traigo de nuevo? Pues porque nos habla de lo bonito que es este tiempo de sueños, de creer en todo lo que queremos creer y de disfrutar de nuestras vivencias de otros años que, con la ayuda de esta bonita historia, consiguiremos revivirlas en nuestro rincón que es esta ventana. Y también porque os quiero presentar a la nueva ilustradora (Laura Pastor, la que empezó a ilustrarlo, no se pudo comprometer a terminarlo en el caso de que una editorial se interesase por él, pues motivos laborales se lo impidieron) que le está dando vida de una manera que, a mí, personalmente, me encanta.  Ella es  Beatriz Barbero-Gil, ilustradora salmantina afincada en Zaragoza (http://mipezrojo.blogspot.com.es/  https://www.facebook.com/profile.php?id=100005529825194&fref=ts   todos los derechos reservados) y a la que quiero darle la bienvenida a nuestro blog y decirle que estamos encantados de poder disfrutar de su arte. Espero que os guste tanto como a mí. Yo tuve la oportunidad de conocerla personalmente (no puedo hacer eso con todos los ilustradores con los que trabajo pues están repartidos por todo el mundo y casi toda España) y os puedo decir que, durante el rato que pasé en su librería dedicada a la literatura infantil, me pareció un encanto de persona. Si os apetece saber más de ella, aquí os pongo un enlace de una entrevista que le hicieron en marzo del año pasado. Espero que os guste también. http://madeinzaragoza.es/blog/entrevista-a-beatriz-barbero-gil-ilustracion-infantil-juvenil/
Pues ya no me queda nada más que desearos una muy feliz Navidad y que el 2018, que ya lo tenemos llamando a la puerta, os permita soñad mucho y ser muy, muy felices.
Un gran abrazo para todos vosotros, mis queridos seguidores.
José Ramón.


Si hay una época adecuada para que nuestros deseos se cumplan, esa es, sin duda alguna, el tiempo de Navidad.
Esta historia es un canto a la Navidad que llevábamos dentro cuando éramos niños; a la Navidad que llevamos dentro ahora que no lo somos tanto. A esa Navidad en la que Los Reyes Magos, Papá Noel y el Árbol de Navidad, con su adornada majestuosa presencia, tienen un significado verdadero.
En este cuento de Navidad, Lucas, busca desesperadamente quien le pueda…………………………………………………………………………
“Luces de Navidad”, cuento de gran ternura, ilusión, sencillez y sobre todo de Navidad, nos la acerca a aquellos a los que la Luz de la Navidad nunca se atenúa en nuestro interior.


Ya llegaba la Navidad a aquellos parajes de ensueño −por lo menos es lo que nos parecería a cualquiera de nosotros−, y la nieve empezaba a blanquear las altivas y elegantes montañas que contribuían a crear ese ambiente sereno que envolvía al valle en un abrazo singular, en esa mañana en la que Lucas estaba un poco disgustado con su padre.
―Papá, por favor, deja que sean éstas las últimas Navidades que pasemos aquí―suplicaba Lucas desesperadamente.
―Ya te he dicho que está previsto que este año nieve más de lo normal y que, si permanecemos aquí, seguramente quedaremos aislados todo el invierno. Ya sabes que no queda nadie en el valle. Todos se han ido trasladando a la ciudad pues ya no queda trabajo por estos lugares… ―intentaba razonar con el pequeño Lucas que, a pesar de su corta edad, ocho años, comprendía perfectamente lo que su padre le decía, aunque se resistía a aceptarlo.
Todos los años tenían la misma conversación, pero con final distinto. Éste parecía el definitivo pues las previsiones meteorológicas se presentaban decisivas a la hora de que su padre no retrasase más la partida.
En la ciudad no podría adornar su querido abeto de tres años que, en el jardín de la casa, ya se erguía majestuoso, creciendo y creciendo, día tras día, con vocación de llegar a ser el más alto y elegante de todos los que allí se alzaban recios y desafiantes a los vientos, las lluvias y las ya próximas frías y blancas nieves. Con este pensamiento, Lucas, se entristecía. La Navidad sin su abeto…….. no sería la misma.
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―Venga, Lucas, ayuda a mamá y a tu hermana a meter las cosas en el coche, que se nos hace tarde ―urgió su padre con impaciencia.
No sé cómo lo voy a hacer, pero ……………………….. se prometió Lucas mientras corría al trastero en busca de la caja que contenía ………………………….


miércoles, 22 de noviembre de 2017

¡Feliz día de Sta. Cecilia con "La nota que faltaba"!




Buenas tardes, queridos seguidores de mis ilusiones. Hoy solo quiero traeros de nuevo unas imágenes y unas letras de lo que se puede encontrar en nuestro primer álbum ilustrado, de sobra conocido por todos vosotros, que publicamos, Tania (reservados los derechos de autor. http://www.tristania.es/  http://artenuntris.blogspot.com.es/ https://www.facebook.com/tristaniarico ) y yo, con nuestra Editorial Kolima que tan bien se ha portado siempre con nosotros y de la que nos enorgullecemos (y no es peloteo). Y lo quiero hacer precisamente hoy porque esta historia está llena de amistad, de compañerismo y, sobre todo, de música. Y qué mejor que traerla este día en el que celebramos la Patrona de todos los músicos, Sta. Cecilia. A todos ellos, principalmente a todos los pequeños que se están iniciando en la música y a todos sus profesores que trabajan duramente con ellos, va dedicada esta entrada y nuestra historia.
Un abrazo fuerte, muy fuerte, a todos vosotros y recordad que debéis seguir soñando y siendo felices.
José Ramón.



Sax, un jovencísimo Saxofón Alto, intentaba poder llegar a formar parte de la banda del pueblo a la que pertenecían todos sus compañeros instrumentos, pero le resultaba muy difícil llegar a completar la escala musical que debía sonar, dulce y cálida, saliendo por su dorada campana.
Sus amigos trataban de ayudarle, aunque no les resultaba nada fácil.
Esta historia nos habla de música, de la base del conocimiento musical en los inicios del aprendizaje, siempre duro, de un instrumento musical.
En esta historia se transmite, a través de lo contado, lo importante que es, en la comunicación con los demás, el buscar las mismas referencias y puntos de encuentro para que ésta sea fluida y provechosa.
En definitiva, se trata de una entrañable historia en la que a través de la enseñanza musical nos asomamos, también, al mundo de las relaciones personales y del compañerismo y la colaboración, la amistad, y la labor de equipo, en el seno de un grupo como el que tenían Sax y sus amigos.




Ésta es la historia de Sax, un Saxofón Alto que todavía, como era muy pequeño, no había encontrado la manera de tocar todas las notas de su registro; es decir, todas las notas que un instrumento como él debería saber tocar.
¿Por qué no se lo enseñaban sus padres? os preguntaréis. Pues os contaré que su padre, un Saxofón Tenor, y su madre, uno Alto como Sax, eran dos prestigiosos instrumentos que viajaban dando conciertos por todo el mundo con su banda. Un fatal accidente de avión durante uno de esos viajes hizo que Sax se quedase solo. Desde entonces vivía con sus amigos instrumentos entre los que, por desgracia, no había ningún otro saxofón como él.
Los días para Sax transcurrían intentando ser capaz de tocar la nota “Sol” –era la única nota que le faltaba por aprender a tocar– para poder, como instrumento solista que era, interpretar cualquier canción que le gustase y, sobre todo, para formar parte con sus amigos de la magnífica banda que tenían. Él sabía cuáles de sus llaves deberían permanecer abiertas y cuáles cerradas para poder hacer sonar la nota que le faltaba: Sol. El problema era que no sonaba como debería y no encontraba quién pudiese enseñarle a hacerlo.


–Ven, Sax, que te voy a enseñar cómo tocar Sol –era Paiano, un joven piano que siempre que podía hacía lo imposible por ayudarle.
Paiano tocó “su” Sol –sonaba muy claro y muy fuerte– mientras Sax acercaba su campana para oírlo mejor.
Sax adoptó su posición para tocar Sol y… el sonido era distinto y apagado.
–Lo he oído bien, pero soy incapaz de reproducirlo –dijo Sax desconsolado.



–¡Espera, espera! –dijo Clarín, un clarinete muy delgado y nervioso–. Déjame intentarlo a mí.
Con su habitual hiperactividad, que chocaba con la tranquilidad del bueno de Sax, se metió físicamente en la campana de aquél y tocó tan fuerte su Sol que a Sax estuvieron a punto de saltarle por los aires las zapatillas de sus llaves. Todavía alterado y sin haberse repuesto del sonido de Clarín, intentó reproducirlo, de nuevo sin éxito…
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–¡A ver, a ver, un momento de atención! –acababa de llegar Guitar, una guitarra española muy alegre y dicharachera.
–Ven aquí, Sax, súbete en mi cadera y escucha…
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jueves, 2 de noviembre de 2017

CAMINO DEL OESTE





Hola, amigos, desde esta parte de la pantalla a la que llevo sin acercarme casi un mes y medio. Perdonadme por ello pero es que no tengo todo el tiempo que me gustaría dedicaros. Sé que vosotros sois muy fieles a este espacio y me perdonáis que el trabajo no me deje demasiado tiempo para estar con vosotros. Esto lo digo porque, aun no habiendo publicado ninguna nueva entrada este mes de octubre pasado, no habéis dejado de querer pasar unos minutos en nuestro rincón. Sí, hemos tenido más de setecientas visitas en el mes y ya estamos rozando las veintiocho mil…¡¡jo, quién me lo iba a decir tan solo hace cinco años, cuando este blog empezó a coger velocidad, aunque la apertura tímida ocurrió en el 2011, como bien sabéis los antiguos de nuestro lugar en el que nos damos tregua del ajetreo de la vida!! Sí, el tiempo pasa muy rápido y, desde entonces, ya somos muchos los que queremos vernos por estos lares. Gracias a todos, una vez más, por querer compartir vuestro tiempo conmigo, con nosotros.
¿Sabéis una cosa? Yo este espacio lo veo, no solo como un lugar en el que aislarme del mundo y leer algo que me agrade más o menos. Lo veo como un lugar en el que lo que leo me permite hacer volar mi imaginación…me permite dar forma a mis ilusiones y que se puedan hacer realidad. No os voy a engañar, pero el ambiente que me creo cuando me meto de lleno en la pantalla, para sentiros, para tocaros y estar cerca de vosotros, con mi té y mi música (hoy es música de relax, Reiki, meditación, etc), ayuda a que esas ilusiones recorran el interior de mi mente. La historia que viene conmigo hoy, esta noche, es un relato de ilusiones.
La traje en el 2012, en el 2015 y en el 2016: solo en tres ocasiones, Camino del oeste, pasó por nuestro blog. Es una historia para la que no ha sido fácil encontrar el ilustrador adecuado. Ahora ya lo tiene y creo que convendréis conmigo en que la argentina, Ana María Nale, y su estilo naif, es la persona adecuada para dar vida a las ilusiones de Martina, la protagonista de esta historia. Su web ya la conocéis: http://www.anamnale.com.ar/publicaciones.html (todos los derechos reservados). Gracias, Ana, por la maravillosa manera de ilustrar que tienes. Es para mí un verdadero placer compartir proyecto contigo e intentar que las ilusiones de Martina, nuestra máquina vintage, puedan ver la luz pronto y que todos los que pasan por este espacio lleguen a experimentar eso que se siente cuando se acarician y se huelen las páginas de un nuevo álbum ilustrado hecho realidad. ¡Gracias, amiga!
Y a vosotros, queridos seguidores, queridos amigos, no os voy a contar más cosas sobre lo que para mí significa este cuento: en las entradas del 1 de mayo de 2015 y del 6 de diciembre de 2016 creo que fui capaz de transmitiros esas sensaciones que me impulsaron a escribirlo, allá por julio de 2010 (¡jooo, ya más de siete años!). Os recomiendo que las releáis. Yo lo he hecho, con ojos ajenos, antes de ponerme a escribiros hoy y me ha gustado recordarlas.
Bueno, pues os dejo ya con esta entrañable máquina de un tren de otros tiempos…¿mejores?...
Un cariñoso abrazo a todos vosotros, mis amigos en esta ventana. Por favor, como siempre, no dejéis de soñar y de ser felices. Muy buenas noches.
José Ramón.

“Camino del oeste” es un relato lleno de ternura que hace referencia, con añoranza, a tiempos pasados. A través de su lectura vemos cómo discurre la vida de Martina, una joven máquina de tren a vapor, que se ve relegada al transporte de vagones en desuso camino del desguace. En este relato se puede disfrutar del embriagador olor a carbón quemado que sale por su chimenea negra y compartir la desazón de la protagonista por la vida que le ha tocado vivir. Con ella viajaremos camino del oeste, mundo que anhelaba alcanzar algún día. Su sano inconformismo y valentía -valores que se ponen de manifiesto en el relato-, propician que quizá su vida actual se vea alterada.


Martina era una de esas antiguas máquinas de vapor que se paseaban por todos los pueblos del país con su llamativo canto y su elegante columna de humo blanco, hasta que la llegada de las nuevas máquinas eléctricas ocasionó que fuese retirada, cuando tan sólo tenía un año de vida, y destinada al trabajo que realizaba en aquellos días.
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A mitad de camino, motivado por una luz roja de uno de los semáforos que se distribuían por la vía para regular la circulación ferroviaria, se veía obligada siempre a hacer un alto de unos minutos: quizá a esa hora, en una estación cercana, nudo de comunicaciones de la zona, debía ceder el paso a un tren de pasajeros que, camino de su destino, circulaba a gran velocidad..............................
La luz se tornó verde y Martina, al frente de su convoy, reanudó su parsimoniosa marcha acompañada únicamente por el rítmico “chuf-chuf” de su caldera y por los primeros rayos de Sol que, cegándola, le daban los buenos días al llegar al semáforo. Era la única alegría que recibía................
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Llegaba a la primera estación de su recorrido. A lo lejos divisaba la banderola roja del Jefe de Estación que le indicaba que debía detenerse. Se acabó, pensó Martina. Ha merecido la pena esta sensación de sentirme de nuevo activa y con una libertad que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo, se dijo tratando de buscar la compensación a su “escapada”. Ese pensamiento le hizo llorar y obediente.............................



lunes, 18 de septiembre de 2017

EL GLOBO DE LA VIDA





¡Hola a todos los que nos gusta pasar un rato en este blog! Ya olvidado el verano y camino del otoño e invierno os traigo algo que tiene que ver con el tiempo, con las distintas épocas, con esos años que siempre nos parecen mejor que los que estamos viviendo ahora. ¿Y lo son? Yo creo que no. Nos parecen así porque los vemos con los ojos de antes, desde ahora. Los tiempos son lo que son: unos buenos y otros menos buenos, pero vividos en su momento. Quizá dentro de unos años digamos que qué buenos eran estos días y…ahora, a lo mejor, o a lo peor, no nos lo parecen tanto. Por eso, siempre me refiero a lo importante que es vivir el presente, preparados para el futuro y dejando atrás el pasado, que ya pasó, para bien o para mal.
Hoy os traigo una historia que tiene que ver con el tiempo pasado de Justino:

Esta historia que paso a contar, me la contó en su día el protagonista de la misma, aunque yo no me la he llegado a creer nunca. Algo tan maravilloso no ha podido llegar a suceder. De todas formas, como me la contó, hoy yo la relato aquí.
Justino era un hombre que ya pasaba de los treinta. Vivía en una pequeña casa de campo que en su día formó parte de lo que estaba llamado a ser una granja muy productiva, de las mayores de la comarca, si no llega a ser por la desgracia que sufrió en su niñez. Dedicaba todo su tiempo y sus esfuerzos a cuidar de su abuela, ya anciana y desde hace años impedida. Cuando podía, y el cuidado de ella se lo permitía, con su vieja furgoneta realizaba encargos y transportes  que le reportaban un dinerillo, con el que iban sobreviviendo los dos, más mal que bien.



Pertenecían, en su tiempo, a una familia adinerada; pero debido a la desgracia que cayó sobre ellos, cuando Justino tan sólo contaba con nueve años, les hizo tener que ir vendiendo las tierras que rodeaban la casa, hasta donde la vista alcanzaba; y las reses cuya magnífica carne vendían a buen precio en los mercados de la zona.
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Sí, este relato, los más antiguos del blog, lo conocéis. No pasaba por esta ventana desde junio de 2014. Hoy lo hace por una razón principal y es porque ha cambiado de ilustrador. Mi compañero Juan M. Moreno no ha podido seguir adelante con él y he tenido la suerte de que, en mi recorrido por esta senda del álbum infantil, me haya encontrado con una gran ilustradora cuya manera de dar vida a lo escrito me recuerda a los tebeos que tanto me gustaban de pequeño. Ha sido una suerte que, mi ahora compañera en este mundo, Ana Forradellas (reservado todos los derechos), haya querido compartir proyecto conmigo. Aquí podéis ver parte de su arte: https://www.anaforradellas.com/. Ana, desde aquí te muestro mi agradecimiento por haber aceptado mi propuesta y por lo rápidamente que te has implicado en que saquemos adelante nuestro proyecto, El Globo de la vida. Un gran abrazo para esta mañica que va a dar forma a Justino y todo lo que le sucede a bordo de un bonito globo de colores.




Aquí podéis ver los primeros bocetos que darán forma a lo que esperamos sea un gran álbum ilustrado lleno de fantasía y dirigido a edades inciertas. Quizá sea uno de los cuentos más abiertos que he escrito pues puede ser disfrutado por pequeños, de unos siete años en adelante, como por personas ya no tan pequeñas…es decir, por todos los que me leéis aquí y disfrutáis con lo que os traigo. Espero que así sea.

Él me seguía contando…
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Un buen día acababa de llegar de hacer unos transportes cuando, de repente al bajarse de su furgoneta, vio uno de esos grandes globos de colores que, en los días de buen tiempo, se divisan surcando los parajes  como aquél en el que vivían Justino y su abuela.
Ante su asombro, el inmenso globo de bonitos colores, tomó tierra muy cerca de donde él se encontraba. Lo venía conduciendo un hombre de edad difícil de calcular, pero con una sonrisa y mirada especiales. Con un gesto de la mano le invitó a subir a su nave. Él, Justino, no supo el porqué accedió a la invitación, sin conocerle de nada y, sobre todo, porque debía atender a su abuela que llevaba toda la mañana sola. No lo supo, pero lo hizo.
Subió a la cesta del globo con la ayuda, sin mediar palabra alguna, de aquel cautivador hombre. A continuación, el quemador soltó un chorro de fuego y el globo comenzó a elevarse. Empezaron a meterse entre las nubes blancas que esa mañana cubrían parte del cielo, mientras Justino veía alejarse su casa, desapareciendo de su vista, con cierta preocupación.

Y ya, a vosotros, mis amigos, os dejo con la sinopsis de esta, creo que, bonita historia y con el final de lo que os puedo traer a esta páginas…ya sabéis que los plagiadores están muy atentos.
Un abrazo fuerte con mis deseos de que soñéis y seáis felices.
José Ramón.

El “Globo de la Vida” es una historia de fantasía en la que podremos soñar, de la mano de Justino, con viajar al pasado y tener la oportunidad de cambiar algo de lo que sucedió entonces y de lo que no estamos demasiado contentos. El medio de viaje: un globo.
En este relato se ensalza, fundamentalmente, lo importante que es la familia en la vida de una persona y el cariño que debe existir entre sus miembros.

Pasaron entre ellas un tiempo que Justino fue incapaz de calcular. Estaba un poco asustado, pues se decía cómo había sido tan imprudente de subirse a ese artefacto: sin saber a dónde iba; ni quién era ese hombre que con maestría lo guiaba; ni, sobre todo, cuándo iba a regresar.
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¡Por fin, salimos de las nubes!, dijo aliviado al ver de nuevo su casa  y que estaban descendiendo.
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domingo, 3 de septiembre de 2017

FARO DE LEÑA (final)








Ya cerca del antiguo y destartalado faro el director aproximó el barco a unas escaleras que, desde la plataforma donde se encontraba y se asentaba lo que quedaba del faro, se introducían en el mar. El yate se apoyó por su amura de estribor y el capitán saltó con el cabo de amarre en las manos sobre las escaleras que tenían, producto de cuando subía la marea y las cubría, un verdín muy resbaladizo que casi le hizo caer y precipitarse al agua. Ya fija la nave firmemente en una argolla que al efecto se encontraba allí bien empotrada en la roca, el director puso los pies en los escalones y juntos, con gran curiosidad, empezaron a subirlos.
Ya en lo que fue la puerta, apartaron las tablas que la sustituía y entraron en una pequeña estancia que contrastaba con el exterior. Realmente era una cámara acogedora. De planta circular, como el faro en su conjunto, disponía de lo que un observador neutral podría calificar como lo mínimo que una persona necesita para vivir: su pequeña cocinilla a base de un infernillo de gas con su rechoncha bombona de gas, un pequeño frigorífico de esos que utilizan un compresor diminuto, una mesa, una silla perteneciente a un modelo distinto del de la mesa; unas cuantas maderas colocadas a modo de alacena que, sin duda y a juzgar por lo bien colocados que se mostraban los utensilios, latas y trastos que descansaban sobre las tablas, hacía las veces de una despensa rudimentaria. Sí, rudimentaria, pero despensa. No faltaba tampoco un colchón enrollado sobre sí, a semejanza de un brazo de gitano, de los de repostería, de cuyo centro colgaba una tela de nylon que indicaba que aquél era el sitio para el saco de dormir. Algún que otro libro, una pequeña radio, de esas de bolsillo, y velas repartidas por aquí y por allá también se podían ver. Todo era muy básico pero había algo que hablaba de cierto gusto y estética en la decoración del conjunto. Sí, era muy acogedor y…por qué no decirlo, se notaba la mano de una mujer en aquél faro abandonado.
—Buenos días, ¿puedo ayudarles en algo? —dijo la recién llegada, a sus espaldas.
Los dos dieron un respingo tal que de estar en el borde de un acantilado, como los de por allí, se hubieran ido a saludar a Neptuno.
En donde estuvo el quicio de la puerta del faro, se dibujaba la figura de una mujer de unos cuarenta años muy bien llevados, aunque su apariencia externa no estaba lo cuidada que debiera. Portaba unas bolsas de un conocido supermercado del pueblo más próximo.
—Me llaman Reina y ¿ustedes son?
Los dos se presentaron, un poco aturullados pues no se habían recuperado, todavía, del susto y de la sorpresa de encontrarse una persona como aquella en aquel sitio que no parecía el más adecuado para ella.
Les ofreció sentarse: a uno en la única silla que había en la cocina-dormitorio-sala de estar… y al otro encima del colchón enrollado (vamos, en el dormitorio). Ella empezó a ordenar la compra (en la cocina y en la despensa)…
El capitán, desde la silla, empezó a relatarle el motivo de la visita y cómo la noche anterior habían salvado la vida frente a esas costas.
Ella les refirió cómo naufragó su barco.
—Mi marido no pudo sobrevivir —dijo con las lágrimas en los ojos a punto de rodar mejilla abajo y haciendo gestos que se notaban que ya eran demasiado repetidos por la de veces, en los últimos tiempos, que tuvo que aprenderlos para hacerse fuerte: la situación en la que se encontraba y su misión así lo requerían—. Yo tuve la suerte de asirme a parte de la botavara de nuestro velero que se partió en dos en la tempestad. No sé cómo pude llegar a estas escaleras y a este faro —dijo con agradecimiento a Dios acompañando una mirada al techo justo debajo de la cúpula vacía.
—En ese momento —les dijo—, decidí que ningún otro barco naufragaría en aquellas costas por falta de una luz que previniese de lo peligroso de estos acantilados rocosos —y señaló hacia los acantilados que los rodeaban.
Ella se encargaba todas las noches de encender una hoguera que, combinada con un simple sistema de paneles giratorios para ocultar y dejar pasar el resplandor de las llamas, muy rudimentarios y que orgullosa les mostró, alimentaba con madera acarreada con mucho esfuerzo en su pequeña barca, regalo de un pescador de la zona.
—Aquí no estoy mal, pero cuando el mar se enfada, que es más frecuente de lo que quisiera, debo de permanecer demasiado tiempo metida entre estas piedras, sin demasiados víveres, porque no hay demasiado espacio para acumulaciones, ni, lo que es peor, sin madera que prender —dijo apesadumbrada pero con un aire demasiado profesional para lo que se esperaba de la persona que tenían ante ellos, en aquella situación.
El director no dejó que siguiera.
—Reina, en agradecimiento por haber salvado la vida de los doscientos reclusos les voy a proponer, y espero que estén de acuerdo conmigo, el construir, con su esfuerzo y sus manos, una escalinata que desde el faro te permita subir a pie por el acantilado hasta la parte superior —dijo convencido de que aquellos que salvaron la vida la noche anterior lo aceptarían entusiastamente—. Además, haré las gestiones, a través de las autoridades nacionales, para que se construya un nuevo faro en esta zona y propondré que se te nombre a ti farera oficial. Todo esto último costará un poco de tiempo.
Reina lloró de emoción.
Tal como así lo prometió el director de Nueva Noya, se desarrollaron los hechos. La escalinata fue construida en tan solo tres meses de duro trabajo de 24 horas por parte no solo de los doscientos presos que salvaron sus vidas sino por todos los que estaban recluidos en la prisión. Reina, después de eso, no dejó una sola noche sin luz la zona de acantilados. Desde entonces no se registró ni un solo naufragio en la zona.


Hoy en día, tras un año de la visita al faro del director y del capitán, es posible ver en esa costa un flamante faro, dirigido por una mujer y comunicado, aparte de por una estrecha carretera, por una larga y espectacular escalinata de casi setecientos escalones que asciende descaradamente por el acantilado y que es recorrida y visitada por cientos de personas cada año.
Reina está feliz y su reluciente más que nunca, Queen of Queens, se muestra orgullosa a los pies de una brillante cúpula.
Por su parte, el capitán, no deja de hacer sonar su bocina cuando el Península Ibérica navega frente a la costa a la altura del Faro de Leña. Con este nombre se conoce el nuevo faro en memoria de aquél sobre el que se edifico, para que la historia de Reina no sea olvidada jamás.


Bueno, queridos amigos, con esta tercera entrega termina este nuevo relato que os he querido traer sobre faros. Ella os parecerá que es una historia de fantasía y no os quito la razón, pero sí os quiero decir que algunos de los aspectos de ella son reales y son los que me han dado pie a crearla y contárosla. Yo ahora os reto a que adivinéis qué parte de la historia es real. Decídmelo a través de vuestros comentarios y quizá os lo desvele…
Espero que os haya gustado y que hayáis pasado un rato agradable en nuestro rincón para tener un rato de tranquilidad.
Ya solo me queda desearos algo que no es nuevo para vosotros: qué seáis muy felices y qué no dejéis de soñar.
Buenas noches.

José Ramón.


martes, 29 de agosto de 2017

FARO DE LEÑA (2ª parte)






Unos meses previos, o quizá algún año antes…en el mismo lugar…
Los relámpagos hacían presagiar lo peor. Uno de ellos dejó ver en la noche, como en las buenas películas de suspense, el nombre del velero, de casi 20 metros de eslora, que ya había recogido sus dos velas, la mayor y la génova. El viento fuerte podría dañarlas y su patrón había decidido navegar a motor. “Queen of Queens”, resaltaba en la aleta de babor con letras de oro.
—Reina, esto se pone feo —le dijo a ella que, con mucho esfuerzo por mantenerse medianamente en equilibrio, trataba de asegurar los armarios en el camarote que acababan de escupir todos los útiles de limpieza, latas de conserva y demás víveres para los días de navegación que parecía tocaban a su fin, a juzgar por lo que había fuera de la estancia seca en la que ella seguía luchando.
A él le gustaba llamarla así pues realmente era su reina en su vida. No llevaban demasiado tiempo casados y su luna de miel la habían retrasado hasta entonces. En su momento asuntos laborales impidieron celebrarla como Dios manda.
Venían de otros mares y su bandera en la popa lo revelaba. La vida, que siempre es muy caprichosa, más de lo que a veces quisiéramos, les condujo aquella noche frente a aquellos acantilados traicioneros con una historia muy próxima a lo macabro.
—¿Cómo vas ahí abajo, reina? —gritó con el rostro helado y chorreando agua salada mientras otra ola trataba de engullir el barco entero.
—Ya tengo todo asegurado, aunque no sé lo que durará. Esto se mueve demasiado —contestó a voces que se ahogaban entre el crujir de la fibra de vidrio del casco del barco y el golpeteo inmisericorde de las salvajes olas, mientras se terminaba de colocar su traje de agua y encaraba los pocos escalones que la separaban de donde él continuaba tratando de controlar el barco. En aquellos instantes, la cubierta, era lo más parecido al infierno, pero con agua y viento.
Presentía que debían de estar juntos en aquellos momentos y no lo dudo. Subió junto a él, por muy peligroso que aquella situación parecía. Realmente lo era.
—Hola —le dijo él y la beso.
Fue lo último que se dijeron.
Una ola golpeó definitivamente el velero, considerado muy marinero. No pudo resistir aquel embate final.

Peninsula Ibérica
—¡Espere Capitán! Allí, por estribor, se adivina una débil luz en lo que parece ser un faro. Se apaga y enciende siguiendo siempre la misma secuencia —informó desesperadamente el segundo oficial—. No figura en ninguna de las cartas de navegación, aunque sí en las más antiguas de hace unas cuantas décadas. Su código no es el mismo que solía utilizar pero tiene el patrón de los utilizados por los faros —concluyó con cierta satisfacción.
Así fue como el Península Ibérica, apoyado en aquél clavo ardiendo, logró evitar, por bien poco, los mortíferos cuchillos salientes de los acantilados y llegar a la Isla Noya cuando ya empezaba a clarear, con una tripulación extenuada y feliz de volver a ver la luz del día. Nunca unos convictos tuvieron más ganas de ser encerrados en sus celdas como en aquella ocasión.
Durante la mañana de su llegada, el capitán del buque se entrevistó con el director del Nueva Noya y le relató la penosa noche de miedo e incertidumbre que pasaron a bordo del Península, como a su capitán le gustaba llamarlo cariñosamente, y más después de aquellas horas dramáticas. Le contó el alivio que supuso ver aquella extraña secuencia de luz tenue y, a veces, temblorosa. Tanto le debían a esa señal nocturna y tan extraña les pareció que decidieron ir juntos a la zona en la que la divisaron.
El director ofreció al capitán trasladarse en su pequeño yate oficial que descansaba en el embarcadero del penal. El temporal había remitido y el mar presentaba una asumible marejadilla.
El capitán proporcionó las indicaciones de situación de donde aquella lucecilla hizo su trabajo para salvarles la vida. Realmente era un buen marino, conocedor de su oficio, y sus indicaciones fueron todo lo precisas que necesitaron para avistar rápidamente, en el litoral, el pequeño cabo que andaban buscando. 



En él se adivinaba una pequeña edificación de lo que, a bien seguro, fue en su día un faro, como bien dijo el segundo oficial la noche pasada. Solo tenía la corteza exterior de piedra. La cúpula superior carecía de la vidriera y las lentes y el sistema giratorio que en su día hizo sus funciones. Las paredes se mostraban con desconchones producidos por el abandono y quizá también por la furia de los vientos. Alguna pintada hecha por artistas del tres al cuarto también le daba un aspecto de abandono. La puerta no existía y en su lugar había unas tablas apoyadas. Estaban ya a menos de media milla y el capitán le pasó los prismáticos, con los que fue describiendo todo lo que estaba divisando, al director.
­—¡Mire, director! Allá, bajo la cúpula. Aquello que brilla. Parecen unas letras que no consigo identificar. Reflejan demasiado la luz del Sol.
QueenofQueens…—casi deletreando y sin saber muy bien lo que significaba el director le devolvió los prismáticos para que pudiese, su compañero de viaje, confirmar lo que acababa de leer.


CONTINUARÁ...
Buenas noches mis queridos. Por favor, no dejéis de soñar y de ser felices. 

José Ramón.






domingo, 27 de agosto de 2017

FARO DE LEÑA (1ªparte)





—¡Capitán no hay casi visibilidad y debemos estar ya cerca de Isla Noya! El mar sigue embravecido y hay peligro de precipitarnos contra los acantilados —dijo el oficial de puente, a través de su teléfono, desde el puente de mando. Estaba preocupado pues el historial de esas latitudes no auguraba nada bueno con aquellas condiciones de la mar que estaban “disfrutando”: los naufragios por allí se contaban por decenas.
El capitán también era consciente de lo que se estaban jugando y a lo que se estaban exponiendo al navegar por zona tan peligrosa en esas condiciones, pero tenía plena confianza en su equipo, en su tripulación de hombres (pues no había ninguna mujer a bordo) muy experimentados.
La zona era realmente peligrosa en noches como aquella pues no había ninguna señal luminosa que indicase por dónde estaba asentada la costa y, no en vano, más de una petición oficial fue cursada por las autoridades locales para que en ese lugar abrupto del litoral, en el que el mar solía castigar violentamente a sus usuarios, se colocase un faro que evitase más desgracias a la cuenta particular de la zona: ya se contabilizaban más de cien muertes en los últimos diez años.
El Península Ibérica se dirigía a la Isla de Noya con un cargamento tan sensible como especial: 200 convictos estaban siendo trasladados de una cárcel ya demasiado saturada a la denominada Nueva Noya, que apenas llevaba un año funcionando a toda máquina (término muy apropiado en este relato).
—Capitán, por estribor se divisa lo que parece ser la silueta de los acantilados —dijo con tono tranquilo, pero no exento de gravedad, el primer oficial. Éste era su mano derecha y su hombre de mayor confianza.
Eso significaba que se dirigían de manera peligrosa directamente hacia ellos. Quizá en breve ya no tendrían tiempo de enderezar el rumbo y evitar la colisión mortal. No tenían referencias en la costa que les permitiesen identificarla con claridad y sortear los obstáculos que pudiese presentar.
El mar asustaba, con olas de más de seis metros y vientos con rachas de más de 50 km/h.
El capitán subió al puente de mando. Debía hacerse cargo de la situación. Él era el responsable del barco y no quería que en esos momentos difíciles las decisiones para el gobierno del barco las tomase su personal de servicio. Si debían estrellarse contra el rocoso acantilado quería tener que ver mucho en esa situación: era el Capitán. (Mucho debería aprender de él el famoso capitán italiano, Schettino).
En los camarotes se empezaban a dar cuenta de la situación complicada en la que se encontraba el barco lleno de reclusos: asesinos unos, violadores otros y catapultados al penal por culpa de las drogas y delitos menores, los más. Aun no siendo lo mejor de cada casa, ninguno merecía terminar sus días de aquella manera, encerrados en aquel buque que ya se les antojaba demasiado estrecho. Esa muerte, cada minuto que pasaba, ganaba en probabilidad de ser la que les esperaba.
El miedo y la impotencia, unidos a las bruscas sacudidas del barco, golpeado sin compasión por un mar muy enfadado, hacía que más de un vómito corriese de lado a lado por las estancias que ya olían demasiado mal. Ese ambiente no contribuía en nada a calmar los espíritus de gente acostumbrada a no pasarlo demasiado bien…Pero aquello era otra historia en la que ninguno tenía experiencias previas que contar y en las que buscar referencias de comportamiento y gestión de emociones.
Los carceleros esperaban, de un momento a otro, la orden de liberar a los prisioneros de sus grilletes. Estaban con los salvavidas a mano para empezar a repartirlos entre sus viajeros y qué Dios repartiese suerte. Los botes salvavidas ya no eran una opción de salvación.
Al puente de mando llegaban los interrogantes angustiosos procedentes de los camarotes. El capitán ya había decidido: “Oficial, páseme el micro y active la megafonía en todo el barco”, dijo, muy a su pesar, pero con voz serena y grave. La situación no era para menos.
—Atención, Peninsula Ibérica, les habla el capitán — empezó sus órdenes de guía para el abandono del barco.

CONTINUARÁ...
Buenas noches queridos seguidores y no os olvidéis de soñar y ser felices. 

José Ramón.