sábado, 2 de enero de 2016

¡¡FELIZ AÑO 2016!! Y "NUESTRO BANCO"




¡¡Feliz año 2016, amigos!! No quise publicar ayer esta entrada porque alguno de vosotros quizá no habría entrado todavía en el 2016: ahora sí, todo el planeta ya lleva más de un día en este nuevo año, bisiesto, por cierto. ¿Eso indica buena suerte? Algunos dicen que sí y yo lo creo así y sobre todo por lo que me pasó esa noche…¿Os lo cuento? Quizá no lo vais a creer cuando os lo relate, pero debéis creerme pues lo que voy a contaros es tan verdad como que os estoy escribiendo esto aquí.
Eran las doce menos cuarto de la noche, el día 31, y nos disponíamos a tomar las uvas, que ya sabéis que es tradición en España. Teníamos encima de la mesa los paquetitos con doce uvas cada uno y todos las contábamos por si acaso…un error en una uva de menos es entrar mal en el 2016 y eso nadie quiere que le pase: muchos años entrando bien y pasa lo que pasa durante el año…imaginaos si ya entramos mal… y eso que no soy supersticioso, pero las tradiciones están para seguirlas y cumplirlas. Pues eso, todos contando sus propias uvas por si el que las preparó se equivocó. Y no, no se equivocó en ninguno de los paquetitos coquetamente dispuestos para el momento. Yo fui a por una botella de cava español para tenerla a mano cuando llegase la hora de brindar por el nuevo año; le quité la abrazadera metálica que sujeta el tapón y, como no la había movido, confiadamente la dejé encima de la mesa al alcance de la mano para cuando llegase la celebración. Faltaban diez minutos para la hora. Los nervios típicos del momento. Recuento de las uvas de nuevo…algunos físicamente, una por una; otros, a los que nos daba vergüenza mostrar ese nerviosismo, lo hacíamos con la mirada. Todo preparado para el salto de año cuando los presentadores de la televisión se afanaban por explicar la secuencia de las campanadas: campanas de aviso, los cuartos y las 12 campanadas, una a una, con el reloj de la Puerta del Sol de Madrid ocupando toda la pantalla de nuestros televisores…aún así, seguro que hubo alguien que en los cuartos se atiborró de uvas…siempre hay algún listo que se equivoca y entra en el año de aquellas maneras…Pues bien, ya quedaba tan sólo un minuto y todos cogimos nuestro paquetito con las doce uvas en las manos…¿seguro doce?...voy a contarlas de nuevo…una, dos, tres…sí están todas….bueno, ¡qué ya empiezan las campanadas!...Y fuimos campanada tras campanada comiendo uva tras uva…cada una con su campanada respectiva…Las doce han caído sin novedad y ya aplaudimos todos el nuevo año y los comentaristas deseaban a toda la audiencia: ¡Feliz 2016! Y justo en ese momento…ni antes ni después…¿sabéis qué ocurrió?...seguro que casi todos lo habéis adivinado…¡¡la botella de cava se abrió sola!!... nos quedamos todos mirándola y entre risas brindamos por el nuevo año. Sí, empezamos este 2016 muy bien. Seguro que fue un buen augurio el que la botella se abriese en el momento justo tras diez minutos de espera sin su presilla metálica.
Yo os deseo que el 2016 sea un magnífico año y que, al menos, los problemas cercanos, los que nos afectan a nosotros y nuestras relaciones, se dulcifiquen un poco más que en el 2015 pasado. Qué seamos capaces de mejorar nuestro mundo porque en ello estará la mejora del Mundo con mayúsculas en el que quedan muchas asignaturas pendientes por solucionar: paz, hambre, trabajo, injusticias…pues eso, qué el 2016 sea mejor que el 2015 para todos vosotros, mis queridos seguidores y compañeros en esta aventura de las ilusiones. Y mi felicitación va resumida en esta ilustración que mi compañera, Jezabel (http://www.domestika.org/es/jezabel_reigada/portfolio  https://www.facebook.com/JZBLRG todos los derechos reservados), que ya conocéis y es la autora de las ilustraciones de mi cuento “Pan con Miel”, ha querido compartirla hoy con todos nosotros. Muchas gracias, Jeza, por este regalo que nos haces y desde aquí te deseamos, todos nosotros que admiramos tu trabajo, un feliz 2016 lleno de colorido e ilusiones.
Bueno, pues no quería empezar el año sin haceros un regalo, yo también, a todos vosotros. Se trata de un relato que hice el día de Año Nuevo para traerlo a esta página. Quizá sea un poco triste, pero no deja de ser un reflejo de cómo a veces es la vida que nos ha tocado vivir; de cómo el amor hace mella en nosotros y cómo su ausencia nos hace desear ilusiones que, a veces, se cumplen…¿pasó esto al protagonista de esta historia?...el final lo ponemos cada uno y ya me diréis cómo ha sido el vuestro.
Feliz noche y felices resto de fiestas a los que todavía estáis celebrándolas, entre los que me incluyo.

Un cariñoso y largo abrazo a todos vosotros.

NUESTRO BANCO



Cuando entonces, hace ya tiempo, nos levantamos de nuestro banco, por cosas que no vienen al caso hoy en día, nos prometimos que allí, en nuestro pequeño remanso, no terminaba ese camino que iniciamos sin planificación de ningún tipo, sin marcarnos objetivos ni pasos intermedios: únicamente decidimos dejarnos llevar. Nos prometimos que siempre sabríamos el uno del otro, que no dejaríamos que el tiempo nos olvidase a los dos. Estuvimos tan unidos durante el tiempo que duró, que nos pareció entonces difícil que pudiese llegar ese día en el que tuvimos que decirnos adiós…aunque quisimos decirnos “dos caminos pero con puentes de enlace”. Acordamos que todo mereció la pena aunque la ansiedad del alma no nos dejaba pronunciar palabra alguna: no fuimos, al menos no lo fui yo, capaz de ello: me costaba respirar y difícilmente pude, en aquel momento decidir qué sería de mi vida a partir de levantarme del banco compartido…a él volvería, pero ya solo. El vacío interior empezó a hacerse un lugar en mi bajo vientre. La química, que siempre se nos antojaba completa (así nos gustaba decirlo y eso nos hacía sentirnos especiales), parecía perderse como por la minúscula boca de una pipeta: poco a poco, pero sin pausa. El roce de nuestras manos, el calor de nuestras miradas, nuestros momentos compartidos al cien por cien, nuestro vivir intenso y prohibido ya no parecía que pudiese llenar ese vacío que empezaba a ahogarme mientras me alejaba de nuestro banco; mientras cada uno ponía distancia, sin un mirar atrás al asiento, todavía cálido, del lugar más querido y deseado por ambos en los últimos tiempos.
Allí vimos pasar una estación tras otra; pudimos disfrutar del brotar de nueva vida: aquellos árboles pacientes, testigos de nuestra locura, pasaban rítmicamente por el ciclo de la vida.  “Esto es una locura” nos decíamos una y otra vez mientras, en otoño, nos dejábamos acariciar por las hojas en descenso libre y aleatorio. El otoño: nuestra estación preferida. En ella poníamos nombres a algunas de las hojas que, al caer, dejaban hueco para las nuevas por llegar seis meses después. Sabíamos que era una tontería…pero eran nuestras tonterías con las que nos sentíamos muy cerca y nos gustaban. Sí, el otoño era nuestra estación: nos hacía sentir muy cerca el uno del otro y nunca supimos el porqué. Cuando los días se acortaban disfrutábamos abrazados sintiendo ese frío húmedo que nos indicaba que terminábamos el año; un año más en nuestro compartir. El otoño nos anticipaba que pronto deberíamos dejar nuestro asiento de madera, apto para las confidencias, hasta que el Sol de primavera nos llamase de nuevo a compartir sus largas y menos discretas e íntimas tardes: por eso nos gustaba tanto, también, el otoño.
En nuestro banco compartimos nuestra vida y nos confiábamos lo inconfesable; nos conjurábamos para lo imposible y nos aliábamos en lo presente. En aquel banco vivimos nuestra complicidad con tanta pasión que no nos dimos cuenta del paso del tiempo y que el momento al que me referí al principio inevitablemente tenía que llegar; ese momento al final llegó y nos pilló desprevenidos y desprotegidos…
Hoy el banco sigue vacío y ya ha pasado un tiempo que se me antoja largo; muy largo. Yo me sigo acercando tratando de descubrir algo que me chive que allí estuvo ella en algún momento: busco un rastro de su olor, unos cabellos enganchados en la madera que ya, por el paso del tiempo sin la protección de unos vestidos amigos, se empieza a agrietar. Respiro el aire de otoño —de nuestro otoño—, esperando que me hable de ella. Su sonrisa se me hace difícil de recordar…el tiempo se la llevó con él, muy a pesar mío: no fuimos capaces de cumplir lo que nos prometimos.
Yo sigo pasando unos minutos en nuestro banco que ya se ve cansado de esperarnos. Me pregunto si este año que ya empezamos volverá a ser un año de tus recuerdos o si te irás para siempre…¿Sabes? Tengo miedo de que alguien se apodere de este banco, en principio vacío, que con tanta nostalgia miro, y que construya sus ilusiones y que…ya se pierda, para siempre, la posibilidad, que aún se me antoja real, de que puedas algún otoño volver.