sábado, 19 de octubre de 2013

RABO DE RATÓN

Buenas noches, queridos seguidores de mis historias, que no me canso de decir que son las vuestras también. De nuevo estoy con vosotros para pasar un rato que no veía el momento de su llegada. Estoy en una época en el que mi trabajo, que no es el de escritor; ¡ya me gustaría!, no me deja demasiado tiempo para compartirlo con vosotros. Hoy, sábado, he encontrado ese  momento y, aunque ya es un poco tarde, no me resisto a disfrutar del silencio de la noche, acompañado por el rumor de este mar que tengo a tan sólo unos metros de mi ventana, en vuestra compañía. Para mí, la noche es la mejor compañera para escribir. Cuando el silencio te envuelve, como una amante fiel, eres capaz de conseguir que aflore todo lo que quieres expresar y en la manera que lo quieres hacer. La noche es un buen aliado para escribir.
Bueno, pues hoy os traigo aquí un nuevo cuento con una circunstancia especial. Forma parte de una incipiente saga de aventuras de dos de mis amigos, unos ratones muy divertidos: Alf y Gos. Esta historia que comparto con vosotros es, en orden cronológico, la primera, aunque fue escrita posteriormente a la que es una continuación de ella: me refiero a “Queso Cremoso”, que ya conocéis (podéis ver dos entradas con esta historia los días 3 de marzo y 12 de octubre del año pasado, 2012).
En “Rabo de Ratón” nos aventuramos a vivir de cerca los temores y las diversiones de los dos pequeños roedores, cuya única obsesión, más de uno que de otro, era el queso que hacían con tanta maestría los moradores de aquel monasterio…pero no os cuento más y os dejo con una presentación de esta historia y, como siempre, unos párrafos significativos que os permitan, al menos por unos minutos, los que pasáis en mi mundo, meteros entre columnas, corredores, bodegas, claustros…
Qué lo disfrutéis sentados cómodamente en vuestro rincón preferido de vuestro hogar.
Un cariñoso saludo y buenas noches.
José Ramón.

Entre las montañas plagadas de árboles que se deslizan  protegiendo sus laderas con sus brazos repletos de recias hojas, nos situamos para vivir una divertida historia de dos ratones, más listos que inteligentes, aunque Gos tenía una inteligencia propia del más inteligente de su especie; en sus correrías entre los muros fríos de aquel monasterio que descansaba al abrigo del solitario y a veces triste valle. Y digo a veces triste, porque cuando sus monjes cantaban dejaba de serlo y parecía que el Sol se asomaba para ver de dónde venían esa bonitas voces que ya, desde hace mucho tiempo, formaban parte de aquel espacio que respiraba paz…¿siempre? …pues la verdad es que cuando Alf, con su barriga llena de queso -el más glotón de los dos-, y Gos corrían huyendo… divertidos a veces, y con el pánico metido en sus cuerpecillos blancos, otras; no se podía decir que se respirase precisamente paz.
Esta es una historia de aventuras en la que dos ratones campan a sus anchas por el monasterio, paseándose por los lugares donde trabajan, descansan y rezan los monjes a los que consideran sus amigos y protectores…bueno, no a todos...

"Era la hora de la comida; era cuando el Sol del mediodía más calentaba en aquel monasterio resguardado por las montañas y rodeado de magníficos ejemplares de abetos y de serios, altivos y elegantes cipreses. Los monjes hacían un alto en su callada labor y se disponían a comer.
Sentados en los bancos corridos de madera del austero comedor, con sus cabezas gachas cubiertas por sus amplias capuchas de color marrón oscuro y de tejido áspero y nada amable; estaban los monjes saboreando la sopa del día servida en sus cuencos de barro, mientras escuchaban al hermano de turno que, con voz clara, pausada y transmisora de espiritualidad, leía pasajes de alguno de los muchos libros religiosos que atesoraban.
En silencio, todos ellos, comían y meditaban sobre lo que estaban escuchando.
Gustaban echar migas de pan en la sopa que acompañaban con un buen vino de cosecha propia que, celosamente, mimaban y custodiaban en la antigua bodega del monasterio.
Fray Tomás, un entrañable monje, solía sentarse en la parte más alejada del relator pues le gustaba compartir sus migas de pan con sus dos amigos, Alf y Gos, que pacientemente, casi apoyando sus pequeños hocicos en sus pies, esperaban bajo la mesa  que dejase caer esos deliciosos trozos de pan.
Alf y Gos eran dos ratones de color gris, orejas grandes y bigotes, como la mayoría de ratones comunes, aunque estos de común, común, no tenían demasiado...Compartían su vida con la de aquellos frailes que se pasaban la mitad de su tiempo rezando por todos los que, fuera de aquellos muros, vivían su trepidante mundo sin reparar casi en como el tiempo pasaba por sus vidas. Alf y Gos no sabían rezar, pero……………………….
Una vez, gracias a los reflejos de Gos, Alf se libró de que su frágil cuello fuese atrapado por el frío e implacable hierro de un cepo que, violentamente, se liberó cuando sus manos empezaban a atenazar tan delicioso manjar, con la intención de llevárselo a la boca. Gos lo cogió del rabo y tiró de él enérgicamente,………………
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Alf, le pedía insistentemente a su amigo que idease algo distinto para no asumir tanto riesgo a la hora de hacerse con el manjar que tan sugerentemente esperaba pinchado sobre la madera de la trampa. Gos, le decía que el mecanismo del cepo era tan sumamente rápido y violento que no encontraba manera de pararlo interponiendo algo en su camino. Que, de momento, debían de continuar con esa estrategia que tan buenos resultados les estaba dando y que seguiría haciéndolo mientras Alf… conservase su rabo……………………………………………..
“Un momento Alf, me parece extraño que haya, justo en los aledaños  de la celda de fray Espina, un trozo de queso abandonado…”, y continuó, “…debemos de tener cuidado, seguro que es otra de sus trampas.”………………………………………
El reguero de queso condujo a nuestros hambrientos roedores a un cuarto que en su día fue un aula. Estaba vacía de muebles y parecía que no se había abierto hacía años, a juzgar por las telarañas que protegían los rincones del techo.
Una vez se encontraron los ratones dentro, en mitad de la antigua estancia, comenzaron a llegar monjes con sus capuchas, como de costumbre, cubriendo sus cabezas. En esta ocasión era para ocultar su identidad.
Portaban una escoba cada uno y, cerrando la puerta tras de si, a la voz de: “¡Qué no escapen!” y “¡Ya son nuestros de una vez por todas!”, se abalanzaron sobre los ratones con la intención de aplastar sus blancos y suaves cuerpos, de un escobazo. Éstos, con sus estómagos llenos del queso…………………………….."




Este cuento está registrado con la solicitud de registro de la propiedad intelectual num V-898-13.
http://people.safecreative.org/jose-ramon-de-cea-velasco  num 1304285020319