viernes, 30 de septiembre de 2016

TEJAS, ESPUMA Y SAL


Buenas tarde amigos de mis relatos, mis ilusiones y de querer compartir unos minutos en este espacio en el que cuando entro siento algo especial. Y no es porque lo haya creado yo, que seguro que también; sino porque, al menos a mí me lo parece, tiene algo de rincón escondido. Tiene algo de ese sitio en el que buscamos el efecto reparador que necesitamos cuando lo que hay a nuestro alrededor nos produce esa sensación de querer escapar, de necesitar que el tiempo se pare y salir de puntillas de la escena, abrir una puerta y encontrarnos un lugar en el que solo nos veamos nosotros y…aspiramos profundamente y miramos alrededor para comprobar que no hay nadie, que nadie por unos minutos nos va a llamar, o a preguntar algo, o a ofrecer algo, o…simplemente a pronunciar nuestro nombre. Ese sitio, con esas sensaciones evocadoras que nos recuperan, pretendo que sea nuestro blog. Cuando entro en él siento paz, tranquilidad, sosiego, y me encanta estar con vosotros y dejar que mis dedos fluyan rápidos, sin pensar, por el teclado. El tiempo está parado detrás de la puerta y quiero aprovecharlo en vuestra compañía.
Ya estamos en otoño —y parece mentira que ya haya pasado el verano, casi sin enterarnos: el tiempo va demasiado rápido…eso; lo que digo: necesito parar el tiempo— pero seguro que muchos de vosotros, sobre todo los que habéis estado al arrullo del Sol cálido y el agua salada, recordáis, en algún momento de este camino sin pausa buscando el tiempo de Navidad, como lo pasasteis esos días de no preocuparos de nada más allá de estar a gusto y descansar. Pues hoy os quiero ayudar, en nuestro rincón de sosiego, a viajar a ese pasado muy reciente. Y lo quiero hacer por medio de la historia que os quiero recordar. Ya estuvo con nosotros el 17 de agosto del año pasado, que os aconsejo que la releáis pues creo que estuvo entretenida, y por primera vez os la presentaba el 15 de mayo de 2013. Me estoy refiriendo al relato sobre la vida de dos gaviotas patiamarillas. Relato que siempre me da paz y me recuerda una época muy gratificante de mi vida y que os referí en las entradas antiguas que os acabo de mencionar. Y la razón de traéroslo de nuevo, aparte de hacerlo  para todos los que os hayáis incorporado recientemente al grupo de amigos a los que nos gusta pasar un rato por aquí y que no hayáis podido leerlo todavía, es porque ya tiene ilustradora. Me refiero a Beatriz Sevilla Almansa que, aunque española, está trabajando en esta historia desde más allá del atlántico. Una suerte haberla encontrado porque creo que es la persona ideal para “Tejas…”. La belleza y calidez de sus trazos complementarán el volar inquieto y siempre atento de mis gaviotas. Desde aquí, Bea, te mando un saludo cariñoso y te agradezco, aquí en nuestro cuarto para el sosiego, que hayas querido seguir conmigo este camino hasta llegar a ver en las estanterías dedicadas a la literatura infantil, de cualquiera de las tiendas repartidas por la geografía española y espero que también de fuera de España, este proyecto. Y a vosotros, amigos, os invito a que os deis una vuelta por el blog de Beatriz: https://beasevillaalmansa.com/infantil/
Pues aquí lo dejo y os deseo que seáis capaces de sentir la suave brisa cargada de sabor a sal mientras en vuestras mentes seguís el vuelo de las patiamarillas.
Felices sueños.
José Ramón.

Dejándonos mecer por las cálidas corrientes de aire que acariciaban aquel bonito y discreto puerto pesquero, nos adentramos en el mar disfrutando de la blanca, salada y divertida espuma…¿Nuestros guías? Pues dos  bellas gaviotas patiamarillas: Galvia y Violeta que, a través de esta historia, nos cuentan algo de su forma de vivir y de sus ilusiones…sí ellas también las tienen; y nos enseñan a compartir con ellas espacios que en principio los tenemos reservados a nosotros.
Esta entrañable historia nos habla de respeto y cariño por los animales mientras sentimos el suave roce de la brisa marina. 

Lo bueno que tienen las corrientes de aire, entre otras cosas, es que, aprovechadas convenientemente, ayudan a recorrer grandes distancias con un esfuerzo mínimo.
Eso lo sabían de sobra Violeta y Galvia: una pareja de gaviotas, de pico y patas amarillas, que llevaban ya un par de años volando juntas; unas veces, en alta mar, dejándose mecer por aquellas cálidas corrientes de aire; otras, formando parte de esa escolta que anuncia la llegada de un barco de pesca en su regreso a casa, tras toda la noche faenando, cargado de pescado.
Au-kyee-Kyee…decía Violeta, contenta por todo lo que se avecinaba…
Au-kyee-kau-kau-kau contestaba Galvia, feliz también por las ilusiones que llevaban compartiendo en los últimos días.
Ese sonido que puede parecer de angustia y extremada agonía, en realidad es una parte entrañable de los pueblos bañados por el mar y sin la que no se concibe la vida en ellos. Los quejidos de las gaviotas interpretan los “solos” de la melodía marina, en la que el murmullo suave y rítmico de las olas al romper en la playa, junto a las roncas bocinas de los barcos en sus llegadas y partidas de los puertos, representan el acompañamiento.
Así se estaba comunicando la pareja de gaviotas patiamarillas mientras surcaban los cielos a escasas millas de la costa. Trataban de adivinar, entre la calima que a aquellas horas de la mañana abrazaba el litoral, la llegada de alguno de los barcos pesqueros, con las bodegas llenas de pescado, que regresaban a sus hogares tras una noche de trabajo agotador entre el vaivén de las olas, el sudor de sus frentes y el penetrante olor a gasoil. Así, solucionarían sus problemas de alimentación para el día que estaba aún despertando.
Galvia, debemos decidir dónde vamos a colocar el nido dijo Violeta con cierto aire de preocupación. En pocos días será la puesta de huevos y debemos pensarlo bien para que nuestros polluelos crezcan seguros concluyó, asumiendo ya la responsabilidad de su futura maternidad.………………………………………………………..
Mira esa ola que se está formando. Dijo Violeta mientras se lanzaba sobre ella: le apasionaba mezclarse con la espuma que se iba formando, para a continuación nadar impulsándose con sus patas provistas de unas muy eficientes membranas que unían sus dedos. Estaban felices pensando que pronto serían padres de tres o cuatro polluelos a los que les enseñarían todo lo que ellas sabían.……………………………………..
Papá, ¿cuándo vas a arreglar la antena de la televisión? Siempre se fastidia cuando estoy viendo la serie que ponen todos los martes y ya sabes que me gusta mucho le dijo a Armando su hijo, enfadado porque su padre le prometía y prometía…, pero la antena seguía estropeada.
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Ahora la urgencia era terminar, sin dilación, de acondicionar el nido que no estaba todo lo protegido y seguro que se requería, debido al adelanto imprevisto. Por ello, aunque las gaviotas nunca dejan sus huevos sin cuidado tratan de evitar que puedan ser comida de animales depredadores, incluso de otras gaviotas; y los protegen de la acción de las personas que, de vez en cuando, solían subir al tejado para destruir sus nidos y los huevos en su interior, y así evitar el molesto trajinar de estos animales sobre las tejas y, sobre todo, sus incómodos excrementos que todo lo corroen, decidieron salir las dos a la vez: Violeta a procurar comida para ambos, y Galvia…………………………………………

Ya arriba, Armando se topó con un nido a medio hacer con tres huevos muy grandes y muy bonitos en su interior. Se quedó mirándolos, ensimismado, con ganas de cogerlos, pero…reparó en que eran de gaviota y, mirando asustado en todas direcciones, trató de descubrir dónde se encontraba la pareja a la que pertenecían. Sabía lo agresivas que son esas aves…………………………………………………
Ahí va el primero lo lanzó Armando cuando comprobó que su hijo estaba preparado para, con la red que sostenía con ambas manos, amortiguar la caída del óvulo.
Lo lanzó y…cayó en la red. Lo sacó con cuidado, Carlos. Su padre lanzó, entonces, el segundo y…pluf………………………………………………
¡Kyow, kyow! era la señal  de peligro que Violeta lanzó al aire cuando a lo lejos -que lo estaba y mucho-, gracias a su magnífica vista, divisó un humano en las proximidades del nido.
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