¡Feliz Navidad, mis queridos seguidores! Hemos llegado un año más,
juntos, a este tiempo tan bonito y entrañable, al menos para los que tenemos
ese sentimiento, por nuestras creencias, y también, por qué no decirlo, porque
este tiempo nos estimula para creer en todos nosotros. Nos hace recapacitar en
el hombre, o mejor dicho, para que no pongan el grito en el cielo determinados
colectivos, muchos de ellos ridículos, en el género humano. Nos hace querer
creer en las personas y pensar que, a pesar de lo que vemos en lo que nos rodea
cada día, en la gente se puede confiar y que todos tienen algo que merece la
pena ser conocido. Normalmente, yo, creo en la gente aunque a veces, y os
quiero ser sincero, se me hace difícil.
Quiero creer en mis congéneres porque, si no, ¿en quién creo? Se me acaban las
referencias. Sí, hay muchos en los que es fácil confiar y otros tanto en los
que nos tenemos que esforzar un poco. Quizá, estos últimos, hayan vivido
circunstancias que les hayan hecho proyectar una imagen que no concuerda
demasiado con el “yo” que llevan dentro. La vida, quizá, haya sido un poco dura
con ellos. Sí, quiero creer en todos los que me rodean aunque a veces me haya
llevado grandes desilusiones. Quizá porque suelo ser exigente con todos y pido
que las personas reaccionen con la entrega con la que yo me acerco a ellas (no
sé si es mucha entrega o poca, pero es la mía, la que considero necesaria…y
quizá ello no sea justo, porque no soy quién para exigir nada a nadie). Y el
resto de los mortales que se relacionan conmigo se entregan como consideran y
como saben…y como pueden…y eso no quiere decir que no sean aceptablemente todo
lo buenos que yo necesito o espero que sean. Sí, hay muchos en los que es fácil
confiar y de los que, personalmente, puedo esperar mucho. Otros, no tanto. Este
tiempo de Navidad me ayuda a ser menos exigente con todos. Este tiempo de
Navidad me hace olvidarme de todas las decepciones acumuladas durante el año y
me ayuda a hacer borrón y cuenta nueva. Por eso me gusta tanto y por ello me reconcilia
con el mundo. Al final, esta actitud, repercute en mi bienestar y es la razón
por la que deseo tanto que llegue la Navidad y me pesa tanto el dejarla atrás.
Como otros años en esta época, ¿cuál más adecuada?, os quiero
traer mi cuento de Navidad: Luces de
Navidad, que ya muchos conocéis.
Este año os digo que, por segunda vez, la ilustradora que compartía
proyecto conmigo ha decidido, por cuestiones profesionales, cancelar nuestro
acuerdo de llevarlo a cabo. Por ello, os quiero participar que, una vez más,
busco un ilustrador que sienta la Navidad como la siento yo y quiera compartir
el proyecto conmigo para, de una vez, poderlo sacar a la luz.
Mientras lo encuentro o no, lo he querido enviar a una editorial y,
con un poco de suerte, espero que lo admita para poder ser editado para las
Navidades de 2020. ¡Crucemos los dedos!
Bueno, amigos, pues esto es lo que quería contaros en este día de
Navidad y, aparte de enviaros mi felicitación, traeros, un año más, mi cuento
de Navidad, Luces de Navidad.
Un cariñoso abrazo a todos vosotros.
José Ramón.
Si hay una época adecuada para que nuestros deseos se cumplan esa es, sin duda alguna, la de Navidad.
Esta historia es un canto a la Navidad que llevábamos dentro cuando
éramos niños; a la Navidad que llevamos dentro ahora que no lo somos tanto. A
esa Navidad en la que Los Reyes Magos, Papá Noel y el Árbol de Navidad, con su
adornada majestuosa presencia, tienen un significado verdadero.
En este cuento de Navidad, Lucas, busca
desesperadamente quien le pueda adornar su querido abeto que, aquellas
Navidades, debía de permanecer solo en el valle.
“Luces de Navidad”, cuento de gran ternura, ilusión, sencillez y sobre
todo de Navidad, nos la acerca a aquellos a los que la Luz de la Navidad nunca
se atenúa en nuestro interior.
Ya llegaba la
Navidad a aquellos parajes de ensueño −por lo menos es lo que nos parecería a
cualquiera de nosotros−, y la nieve empezaba a blanquear las altivas y
elegantes montañas que contribuían a crear ese ambiente sereno que envolvía al
valle en un abrazo singular, en esa mañana en la que Lucas estaba un poco
disgustado con su padre.
―Papá, por favor, deja que sean éstas las últimas
Navidades que pasemos aquí ―suplicaba Lucas
desesperadamente.
―Ya te he dicho que está previsto que este año nieve
más de lo normal y que, si permanecemos aquí, seguramente quedaremos aislados todo el invierno. Ya sabes que
no queda nadie en el valle. Todos se han ido trasladando a la ciudad pues ya no
queda trabajo por estos lugares… ―intentaba razonar con
el pequeño Lucas que, a pesar de su corta edad, ocho años, comprendía perfectamente lo que su padre le decía, aunque se
resistía a aceptarlo.
Todos los años
tenían la misma conversación, pero con final distinto. Éste parecía el
definitivo pues las previsiones meteorológicas se presentaban decisivas a la hora
de que su padre no retrasase más la partida.
En la
ciudad no podría adornar su querido abeto de tres años que, en el jardín de
la casa, ya se erguía majestuoso, creciendo y creciendo, día tras día, con
vocación de llegar a ser el más alto y elegante de todos los que allí se
alzaban recios y desafiantes a los vientos, las lluvias y las ya próximas
frías y blancas nieves. Con este pensamiento, Lucas, se entristecía. La
Navidad sin su abeto…….. no sería la misma.
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―Venga, Lucas, ayuda a
mamá y a tu hermana a meter las cosas en el coche, que se nos hace tarde―urgió su padre con
impaciencia.
No sé cómo lo voy a
hacer, pero ……………………….. se prometió Lucas mientras corría al trastero en busca
de la caja que contenía ………………………….
Ya en la ciudad, no
dejó pasar ni un día; mejor dicho, no dejó pasar ni una noche sin pedir a Dios
que enviase a “alguien” –unos angelitos estarían bien, pensó− para que
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Sus Majestades los
Reyes Magos de Oriente eran fijos en sus peticiones diarias: “esos sí me harán
caso, decía. Siempre me han traído lo que les he pedido…”, decía totalmente
seguro y con confianza. “Les escribiré una carta y les pediré que hagan un alto
junto al abeto y ……………………………………………………………………..
Llegó el día 24 de
diciembre.
El valle lucía
completamente nevado como predijo el padre de Lucas. La circulación en
vehículos no era posible, por lo que era una realidad que la casa de Lucas
quedó totalmente aislada. Eso no significaba que no tuviese vida a su alrededor…
El Sol se dejaba
caer sobre el valle y, apoyándose en la fría nieve, se reflejaba con fuerza
intentando calentar todo aquél que lo buscase en aquellas gélidas jornadas. La
nieve blanca, suave y fría, muy fría, acogía por aquí y allá alguna que otra
huella de algún animal vagabundeando en busca de algo que llevarse al estómago,
empresa difícil debido al grosor de la nieve caída los últimos días. El
ambiente era cálido, a pesar del frío; se oía el silencio y el rumor del viento
paseándose por el manto blanco y acariciando las hojas no caducas de los recios
abetos. También se divisaban huellas de cazadores que se aventuraban por
aquellos rincones en el frío invierno de aquél veinticuatro de diciembre, en
busca de algo que aportar a la cena familiar que ya en todos los hogares se
empezaba a preparar…menos en las casas del valle que se habían quedado sin el
calor familiar de sus habitantes.
Era ya media tarde
cuando…¿qué bullicio es aquél que está rompiendo la paz del valle? ¿qué está
pasando en el tejado de la casa de Lucas? ¿Y esos trinos y píos, píos de
pájaros? Un montón de pájaros se apelotonaban, haciéndose hueco con el ansioso
batir de sus pequeñas alas, para introducirse, los primeros, por la chimenea de
la casa……………………………………………………………
¿Pero quiénes se
acercan por allá a lo lejos? Estaba ya anocheciendo y era difícil ver de quién
se trataba. ¡Ya los veo! ¡Qué bonitos ……………………….!
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El silencio volvió
al valle aunque, para ser más exactos, se dejó acompañar por los acordes de una
conocida canción de Navidad que a lo lejos se dejaban sentir.
Estaba ya entrada la
noche y desde las cumbres majestuosas que circundaban el valle se podía ver
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2 comentarios:
¡¡¡Feliz Navidad, José Ramón!!!
Maravillosos días en los que a muchos nos afloran los buenos sentimientos, las buenas intenciones, el perdón... quizás porque son días para estar en familia, para reunirse con los amigos y sobre todo para los creyentes días de amor, el amor de un Niño. Ojalá y ese espíritu fuera más duradero, por eso lo mejor es disfrutarlo y compartirlo.
Gracias por tu entrada en el blog y gracias por tus cuentos que con sus valores y enseñanzas hacen aflorar nuestros sentimientos y reflexionar para que el espíritu navideño nos acompañe todo el año.
Gracias, Rosa, por tu comentario. Sí, todo ello es lo que pretendo con esta entrada: hacer una reflexión como la que tú, también, acabas de hacer. Gracias por tu contribución que complementa muy bien lo que he escrito yo en este bonito día de Navidad. Un cariñoso abrazo. José Ramón.
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