Buenas noches, mis queridos seguidores. Espero que no se os haya hecho
demasiado larga la espera para poder leer este tercer capítulo. ¿Adivináis de qué
va ya? Espero que este capítulo os de alguna pista nueva. ¿Os atrevéis a aventurar
hacia dónde va la historia? Me encantarían vuestros comentarios que crearán, seguro,
más dudas al resto de nuestros amigos en esta ventana, en esta época dedicada a
los relatos del género “negro”, y eso será un plus para la historia. Ánimo con vuestros comentarios, sin miedo, ni
vergüenza. Seguro que nos divertirán a todos, aún más.
Os anuncio que, tras este “kit-kat” de cinco capítulos, regresaremos
al estilo del blog, relacionado con la literatura infantil, con un proyecto ya finalizado
y enviado a alguna editorial: os va a encantar. Por lo menos a Javier Monsalvett,
ilustrador de la historia “Chano”, mi amigo,
y a mí, nos ha llenado de satisfacción
por el trabajo, creemos, bien hecho. Pero, eso será tras lo que pase en Línea 29.
Recordad, si no lo habéis hecho ya, antes de leer este tercer capítulo
pasaros por el primero (https://jrdecea-cuentamelos.blogspot.com.es/2018/01/linea-29-capitulo-primero.html)
y segundo (https://jrdecea-cuentamelos.blogspot.com.es/2018/01/linea-29-capitulo-segundo.html)
capítulos.
Buenas noches y qué lo disfrutéis, mis queridos amigos.
José Ramón.
Realmente el día era frío y la brisa que venía de arriba del valle
era la causante de la baja sensación térmica a la que estaban sometidos mis
huesos en aquella caseta acogedora pero muy fría. Allí, nos encontrábamos protegidos entre sus paredes, Cebrián y yo.
—Pues la verdad es que no me encuentro nada bien, Carmen —me dijo
Cebrián con el contorno de los ojos de un azul preocupante lo que, unido a su
imagen postural de cara y cuerpo, transmitía un aspecto de sentirse
extremadamente cansado.
—Ya no me acuerdo de la última vez que dormí seis horas seguidas.
No sé qué hacer ya con mi vecino —necesitaba hablar con alguien para contarle
lo que estaba empezando a hacer. Él no se daba cuenta, pero su ser interior
hablaba por él. Ya no aguantaba más.
—Tiene dos perros que no dejan de ladrar ni de día ni de noche;
bueno, tiene ya tres: el tercero lo trajo ayer de madrugada y parece que lo ha
tenido amordazado dos meses seguidos…
—Ya sabes que vivo en un adosado y pared con pared vive este
desgraciado, dueño de los perros —esto último lo deletreo entre dientes, y las
últimas palabras casi no las llegué a oír.
—A él le conoces bien, Carmen —asentí con pena pues, sí, le conocía
bien y la negociación sabía que era casi imposible.
—Además es que no vive allí. Viene de vez en cuando a dar de comer
a los animales y se va. He intentado pedirle, por favor, que encierre a los
animales o, mejor, que se los lleve a la capital. Siempre me contesta que “si
te molestan, vende la casa y vete tú”.
—Claro, es que quiere que te vayas y así comprar él tu casa y,
tirando muros, unir los dos adosados —hablé por él. Se me notó, a mí también,
la impotencia y la rabia que sentía por aquella situación injusta.
—Carmen, en cuanto pueda mataré a esos perros…yo no puedo seguir
viviendo así —ahora tenía su cara entre sus manos y muy cerca de sus rodillas.
Yo atribuí estas palabras y estos signos de desesperación a su estado de
nervios producto de la falta de descanso. Aunque la situación era para
desanimar y derrumbar al más fuerte, estaba segura de que no hablaba totalmente
en serio. ¿He dicho totalmente? Sí,
he dicho totalmente aunque sé que
Cebrián es un buen tipo con un gran corazón.
—Voy a la ciudad a consulta con mi médico a ver si me da alguna
solución y puedo llegar a dormir algo —dijo con poca esperanza que se revelaba en su tono de voz apagado.
—Ahí viene Pedro, como todos los jueves —dije, aliviada, por poder cambiar la conversación, que por otra parte ya no daba más de sí, y
conseguir que, al menos durante estos minutos de espera, Cebrián, dejase a un
lado sus problemas.
—Hola, Carmen. ¿Qué tal, Cebrián? Raro verte un jueves por aquí
—“ya”, dijo Cebrián— ¡Vaya frío que hace hoy! ¿Me dejáis un sitio?
Pedro Raspeño, era ese tipo de personas al que todo el mundo
avasalla. De carácter no demasiado fuerte, al que le hacen una tras otra y él
aguantando. Pero, ¡ojo!, que cuando se cansa —que es bien tarde, comparado con
cualquiera de nosotros— las monta bien serias: si no, qué se lo pregunten al tío
Atilano, al que le quemó el cobertizo por no haberle aceptado como vendimiador y haberse podido sacar, así, unos euros que le hubiesen venido muy bien. Eso pasó el año que, Pedro, cumplía 25. Nunca se pudo demostrar que fue, Pedro, el incendiario —yo lo
supe…en mi trabajo, ya lo saben, todo se descubre al final—y se libró de
una buena sanción judicial que podría
haberle llevado a la cárcel. No es que yo lo disculpe, pero es que en aquella
época perdió su empleo de sanitario —era uno de los que ponía las vacunas—, en el área de
inmunología del Hospital Central de la capital. Una injusta reducción de
plantilla le puso de patitas en la calle; si bien, pronto encontró trabajo
—tras quemarle el cobertizo al cutre de
Atilano…; Rosaura opina de todo lo que le cuento— en la empresa de
autobuses “La Comarcal” que es la que une los pueblos de la comarca con la
capital y, también, con Ciudad Grande —esta última ruta me la conozco yo
demasiado bien.
A Pedro, la vida no deja nunca de castigarle: parece un imán que
atrae las desgracias sobre sí. Tras veinticinco años de servicio conduciendo en
la Línea 29, este verano pasado, le cambiaron el turno benigno, de lunes a
jueves, por el de viernes a domingo, mucho más incómodo y sacrificado. Fue de
la noche a la mañana, sin aviso previo que le hubiese permitido irse haciendo a
la idea —y como ya les he contado sobre su aguante, al final, se hubiese hecho
a la idea y conformado, como siempre ha hecho—, y gracias a las malas artes de su compañero en la ruta, Gabriel
Pocamonta.
Gabriel se hizo con el turno bueno y relegó a Raspeño al de los
fines de semana, a pesar de la antigüedad que tenía aquél en la empresa. Se encargó
de propagar el bulo de reiterados retrasos en los trayectos, errores en la
conducción que, a veces, no era “todo lo segura que nuestros pasajeros esperan
de ella”, y no sé qué otras mentiras más divulgó también. Todas ellas no cayeron en saco
roto en los despachos de la Dirección de La
Comarcal y, en atención a la antigüedad de Raspeño, no fue despedido sino
que, haciendo un acto de misericordia, le asignaron el horario de fines de
semana en el que “hay menos pasajeros que puedan sufrir sus impuntualidades…”
—eso le dijeron junto a un aviso de despido si se volvían a repetir tanto sus
imprudencias como sus retrasos—. Así, los jueves, Pedro Raspeño, cogía la Línea
29, en dirección a la capital, para, a primera hora del viernes, empezar puntual
su turno.
Los dos últimos pasajeros para la 29 y la 115, de esa mañana,
venían distanciados unos treinta metros. El de atrás era Luis Martos. El otro,
Anselmo Rubio, el practicante y ex de Teresa Galindo —no por su decisión.
El 29 apareció, como siempre por sorpresa, tras girar la curva que
hacía la carretera justo en la entrada de Gargantilla. En pocos segundos estaba
parado frente a mí. Con un sonido de olla express vieja, abrió su puerta
delantera. Gabriel, al volante. Me hizo un saludo con la mano al que contesté
con una mueca, casi por obligación.
Cebrián subió el primero y se acomodó en la tercera fila del
autobús, sin saludar al conductor y odiado vecino de adosado.
A mitad de autobús, a la altura de la puerta central: una de las
dos para salida —la otra estaba al
final—, se sentaron, juntos, Anselmo y “el Raspeño”. Un par de asientos detrás
de ellos, Luis Martos, que no perdía ojo a Anselmo.
El autobús cerró su puerta, con el mismo sonido característico, y
se fue.
Yo, aún permanecí unos cinco minutos más, en espera de mi 115.
Mientras llegaba, trataba de ordenar en mi mente: imágenes, conversaciones y
sensaciones…
Continuará…
3 comentarios:
Están geniales José Ramón 😊 con ganas de saber las conversaciones que tendrán en el autobús 🤣🤣🤣 ¿Para cuando el siguiente capítulo? Un abrazo. ¡Hasta pronto! 😊
Pues espero que no más tarde de una semana...así tienes tiempo de adivinar lo que va a pasar...o cómo tú seguirías la historia, que imaginación no te falta pues eres una gran artista con la que he tenido la suerte de compartir proyecto. ¿Quién hablará qué? ¿Qué va a pasar en ese autobús de la Línea 29? ¿Menuda sorpresa el conductor, no? Esas son preguntas para responder y, a partir de ellas, adivinar cómo seguirá la historia y qué leeremos en el capítulo cuarto. ¿Te atreves? Un abrazo fuerte, Helena.
Seguro que el final sorprende a todos y es distinto al que imaginamos🤣 Como pasó con las ilustraciones del proyecto...no te las imaginabas así. 😊 Gracias por lo del artista y sobre todo confiar en mí aunque ahora sea más lento el proceso.Un abrazo.
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