miércoles, 14 de agosto de 2019

TEJAS, ESPUMA Y SAL




Buenos días mis queridos seguidores. Un amigo me dijo hace unos días que aprovechase las vacaciones para escribir y poderos contar cosas. Es complicado escribir en vacaciones, aunque parezca mentira. Durante este período de descanso la mayoría de nosotros no somos dueños de nuestro tiempo. En vacaciones, al menos yo, y seguro que la inmensa mayoría de vosotros también, no podemos disfrutar de nuestros hobbies enteramente pues estamos dedicados a compartir nuestro tiempo con familiares, sobre todo, y amigos. Nos dedicamos a hacer todo aquello que el resto del año no podemos: viajamos, nos sentamos en terrazas a tomar algo sin mirar el reloj para desesperación de aquellos que, de pie, esperan impacientes a que terminemos y dejemos libre la mesa para sentarse ellos, tenemos largas conversaciones sobre temas sin importancia, a veces, y para solucionar otros muy importantes y para los que durante nuestra rutina del resto del año no encontramos tiempo suficiente para abordarlos. Sí, el verano y las vacaciones para mí no son, precisamente, un tiempo al que pueda dedicarme, como me gustaría, a escribir. A pesar de ello, sí he encontrado estos minutos para contaros algo.

Me encuentro por el norte de España y siempre que vengo por aquí espero con pasión oír el alarido desgarrador que producen las gaviotas. Os parecerá mentira, y creo que alguna vez os lo he contado, pero eso me produce sosiego y calma. Me gusta oírlas porque me hablan de mar, de barcos de pesca, de muelles perdidos, de lanchas madrugadoras, de arrugas en las caras de hombres sacrificados que al salir el Sol regresan con las bodegas cargadas del esfuerzo de una noche de bamboleo entre las olas de la bahía ya sabéis que yo no podría estar con ellos…ni con el barco amarrado al muelle…me mareo solo del olor del gasóleo tipo B…pero me encanta la sensación de estar en ellos y saborear ese olor a pesca ya entregada en la lonja. También me hablan de calma, cuando las veo dejarse mecer por las corrientes de aire que vienen de otros mares. Por ello, hace unos años, ya bastantes, aprovechando una época profesional de mi vida, tuve oportunidad de disfrutar todos los días de la vista de esos animales que, bien es verdad, no gozan de mucha simpatía entre el público en general. Ello me hizo escribir sobre ellas y tratar de ver el lado romántico que para mí tienen. Así nació Tejas, espuma y sal, y hoy os lo quiero traer de nuevo a nuestra página pues hace ya casi tres años que no aparece por aquí. Tras dos cambios de ilustradores que, por motivos profesionales de ellos, no pudieron seguir adelante con el proyecto que les ofrecía, Tejas, espuma y sal, está en la actualidad sin ilustrador. No es que no lo encuentre sino que he tenido aparcada esta historia en beneficio de los 14 proyectos que tengo en la actualidad buscando la editorial adecuada…no todas lo son para mis cuentos…os lo aseguro, pues ya me he recorrido muchas y ya cierta experiencia anda conmigo en la mochila. No me importa demasiado el haberlo tenido parado porque también sé que hay editoriales que buscan únicamente textos. Ellas después, con sus ilustradores, dan forma al álbum ilustrado según sus líneas editoriales. Quizá esta historia tenga vocación de encontrar una editorial por sí sola…ya veremos y os lo contaré.
Bueno, pues nada más. Os dejo en este verano que por aquí es más fresco que por el resto de España y de lo cual me alegro pues es lo que vine buscando…¡vaya, sin quererlo, me salen construcciones del habla de estas tierras!...Pues eso, que os dejo con Tejas, espuma y sal. Espero que a aquellos de vosotros que no conocíais esta historia os guste tanto como a mí. Un abrazo muy cariñoso y seguid disfrutando de este tiempo y de seguir siendo felices.

José Ramón.

Dejándonos mecer por las cálidas corrientes de aire que acariciaban aquel bonito y discreto puerto pesquero, nos adentramos en el mar disfrutando de la blanca, salada y divertida espuma… ¿Nuestros guías? Pues dos  bellas gaviotas patiamarillas: Galvia y Violeta que, a través de esta historia, nos cuentan algo de su forma de vivir y de sus ilusiones…sí ellas también las tienen; y nos enseñan a compartir con ellas espacios que en principio los tenemos reservados a nosotros.
Esta entrañable historia nos habla de respeto y cariño por los animales mientras sentimos el suave roce de la brisa marina. 

Lo bueno que tienen las corrientes de aire, entre otras cosas, es que, aprovechadas convenientemente, ayudan a recorrer grandes distancias con un esfuerzo mínimo.
Eso lo sabían de sobra Violeta y Galvia: una pareja de gaviotas, de pico y patas amarillas, que llevaban ya un par de años volando juntas; unas veces, en alta mar, dejándose mecer por aquellas cálidas corrientes de aire; otras, formando parte de esa escolta que anuncia la llegada de un barco de pesca en su regreso a casa, tras toda la noche faenando, cargado de pescado.
Au-kyee-Kyeedecía Violeta, contenta por todo lo que se avecinaba…
Au-kyee-kau-kau-kau contestaba Galvia, feliz también por las ilusiones que llevaban compartiendo en los últimos días.
Ese sonido que puede parecer de angustia y extremada agonía, en realidad es una parte entrañable de los pueblos bañados por el mar y sin la que no se concibe la vida en ellos. Los quejidos de las gaviotas interpretan los “solos” de la melodía marina, en la que el murmullo suave y rítmico de las olas al romper en la playa, junto a las roncas bocinas de los barcos en sus llegadas y partidas de los puertos, representan el acompañamiento.
Así se estaba comunicando la pareja de gaviotas patiamarillas mientras surcaban los cielos a escasas millas de la costa. Trataban de adivinar, entre la calima que a aquellas horas de la mañana abrazaba el litoral, la llegada de alguno de los barcos pesqueros, con las bodegas llenas de pescado, que regresaban a sus hogares tras una noche de trabajo agotador entre el vaivén de las olas, el sudor de sus frentes y el penetrante olor a gasoil. Así, solucionarían sus problemas de alimentación para el día que estaba aún despertando.
Galvia, debemos decidir dónde vamos a colocar el nido dijo Violeta con cierto aire de preocupación. En pocos días será la puesta de huevos y debemos pensarlo bien para que nuestros polluelos crezcan seguros concluyó, asumiendo ya la responsabilidad de su futura maternidad.………………………………………………………..
Mira esa ola que se está formando. Dijo Violeta mientras se lanzaba sobre ella: le apasionaba mezclarse con la espuma que se iba formando, para a continuación nadar impulsándose con sus patas provistas de unas muy eficientes membranas que unían sus dedos. Estaban felices pensando que pronto serían padres de tres o cuatro polluelos a los que les enseñarían todo lo que ellas sabían.……………………………………..
Papá, ¿cuándo vas a arreglar la antena de la televisión? Siempre se fastidia cuando estoy viendo la serie que ponen todos los martes y ya sabes que me gusta mucho le dijo a Armando su hijo, enfadado porque su padre le prometía y prometía…, pero la antena seguía estropeada.
……………………………………………………………………….
Ahora la urgencia era terminar, sin dilación, de acondicionar el nido que no estaba todo lo protegido y seguro que se requería, debido al adelanto imprevisto. Por ello, aunque las gaviotas nunca dejan sus huevos sin cuidado tratan de evitar que puedan ser comida de animales depredadores, incluso de otras gaviotas; y los protegen de la acción de las personas que, de vez en cuando, solían subir al tejado para destruir sus nidos y los huevos en su interior, y así evitar el molesto trajinar de estos animales sobre las tejas y, sobre todo, sus incómodos excrementos que todo lo corroen, decidieron salir las dos a la vez: Violeta a procurar comida para ambos, y Galvia
…………………………………………

Ya arriba, Armando se topó con un nido a medio hacer con tres huevos muy grandes y muy bonitos en su interior. Se quedó mirándolos, ensimismado, con ganas de cogerlos, pero…reparó en que eran de gaviota y, mirando asustado en todas direcciones, trató de descubrir dónde se encontraba la pareja a la que pertenecían. Sabía lo agresivas que eran esas aves.
…………………………… …………………………
Ahí va el primero lo lanzó Armando cuando comprobó que su hijo estaba preparado para, con la red que sostenía con ambas manos, amortiguar la caída del óvulo.
Lo lanzó y…cayó en la red. Lo sacó con cuidado, Carlos. Su padre lanzó, entonces, el segundo y…pluf………………………………………………
¡Kyow, kyow! era la señal  de peligro que Violeta lanzó al aire cuando a lo lejos -que lo estaba y mucho-, gracias a su magnífica vista, divisó un humano en las proximidades del nido.
…………………………………………………………………………



No hay comentarios: