Hola, amigos de mis historias, buenas tardes de este verano que ya se nos escapa de las manos. ¿Sabéis una cosa? Pues que la verdad es que siempre me
han gustado los faros y lo que de misterioso y romántico tienen. Cuando planeo
una excursión o me acerco sorpresivamente, me refiero para mí, sin haberlo
planeado, a un lugar costero siempre busco si tiene un faro o la mala suerte no
le ha colocado un punto importante en la costa que le permita tenerlo…aunque
sea feo, muy feo, como el de la historia que hoy os quiero contar. Pero, aunque
feo, este pueblo que os propongo adivinéis, como ya hicimos en el pasado, a
través de vuestros comentarios, tiene faro.
El pueblo en el que he pasado
unos días de vacaciones es famoso por sus playas de cara al Mediterráneo; digo playas porque
tiene varias, algunas más pequeñas que otras y muchas con rocas dentro y fuera
del agua. Las rocas peligrosas son aquellas que están en la orilla y no se ven y, además,
no están demasiado anunciadas, con lo que el dejarse medio meñique del pie en
ellas es cuestión solo de pasar por sus inmediaciones. Eso es algo que no me ha
gustado demasiado del sitio que os propongo adivinéis su nombre.
¿Más pistas?
Pues le gusta llevar en su nombre escrito, en la lengua regional, dos “eses”.
Es un pueblo con mucha influencia de la región que lo flanquea por el norte y
que ya sabemos que de su lengua hace cruzada, cosa que a los que no la hablamos,
y hablamos más de dos idiomas, por lo limitado de su empleo territorial, hace
que el lugar no nos haya vuelto demasiado locos. A pesar de ello os tengo que decir que sí merece la
pena visitarlo y darse unos buenos baños en sus aguas claras con fondos
oscuros.
Y la última pista que quiero daros y que es la que me trae hoy aquí para contaros una
historia romántica corta, es que ¡su faro es muy, muy feo! Pero tiene faro. Su foto
ya la habéis visto.
Realmente se trata de un pueblo en el que es fácil vivir y
muy acogedor, aunque la persona dueña del apartamento ha querido
ir un poco de lista…menos mal que la agencia que nos lo ha alquilado se ha
portado muy bien. Bueno, que hemos pasado unos buenos días en este pueblo que
os propongo para adivinar. Es vuestro turno.
La historia que os voy a
contar, cierta o no, tiene por protagonista el faro que os traigo aquí. Muchos
de los faros que hay desperdigados, en sitios claves por el mundo, han
presenciado muchas y distintas situaciones que afectan a las emociones:
modificaciones en el litoral, naufragios, encuentros, bienvenidas,
reencuentros… historias de amor. Una de ellas os la traigo hoy aquí. Espero que os guste.
Un abrazo y feliz reintegro a la rutina.
Soñad y sed felices.
José Ramón.
Se cuenta que, hace muchos
años, en dos pueblos cercanos en los que la mayoría de la gente se dedicaban a
la pesca, dos jóvenes, chico y chica, de edades similares que no pasaban de
treinta pero ya habían dejado atrás los veinticinco hacía tiempo, trabajaban
ayudando a sus respectivos padres en las tareas que daban de comer a sus
familias humildes: la pesca.
Un día, de los que hubo
muchos, los dos protagonistas de este relato se encontraron en la subasta de
pescado que todos los jueves se celebraba en el pueblo que estaba a medio
camino de los suyos. Acudían siempre con sus padres y les ayudaban a sacar un buen
precio por el pescado que habían recogido en la noche. Eran las siete de la
mañana y ambos, en sus lugares reservados, se afanaban en colocar de la mejor
manera visual posible las canastas con sus pescados: había que ponerlos de
manera que entrasen por los ojos a los pescaderos que venían a hacerse con las
mejores piezas para ofrecerlas a sus clientes más exigentes a lo largo del día.
También los encargados de la cocina de los restaurantes y casas de comidas de
la comarca merodeaban por allí en busca del mejor pescado. El bullicio era
grande y ensordecedor pues la nave en la que estaban hacía que los ruidos se
ampliasen más de los que allí deseaban; pero eso era parte también del ambiente
de trabajo e ilusión que se respiraba aquél y todos los jueves. El encargado de dirigir la
subasta ya empezaba a cantar números y a señalar los diferentes lugares en los
que los pescadores ofrecían sus productos; apuntaba no sé qué, porque nunca lo
he sabido, en su libreta medio rota y húmeda, con su lápiz casi sin punta que
mojaba nerviosamente en sus labios entre frase y frase. Así, iban saliendo las
cajas con los pescados camino de las furgonetas que en el exterior esperaban la
ansiada carga.
Como en otras ocasiones,
ambos hijos, no dejaban de intercambiarse miradas desde sus respectivos lugares
con los pies embotados en plástico verde hasta la rodilla, con los pantalones de faenar metidos por dentro, pegados a las cajas repletas de pescado junto a sus respectivos progenitores.
Estaban desaliñados y con cara de cansados: se notaba que para ambos la noche
había sido dura. Álvaro, que así se llamaba el chico, teniendo en cuenta que la
luna en esos días estaba completamente llena y resplandecía en toda su
intensidad, dibujó en un cartón una columna y un haz que salía de su parte más
alta, de manera perpendicular a la línea que flanqueaba la parte izquierda de cartón,
y recorría todo el cartón; un círculo presidía el gráfico y de él, bueno de “Ella”,
salía también un haz que cortaba al anterior en un punto marcado con una “X”;
además dos indicaciones numéricas trataban de aclarar lo que en el gráfico,
Álvaro, enviaba a Alicia.
Sí, él sabía que esa noche el haz del faro
cortaba al de la Luna, reflejado sobre la superficie del mar, de manera
perpendicular a la costa a una distancia aproximada de dos millas náuticas; eso ocurriría sobre la una y cuarto de la madrugada…llevaba mucho tiempo
calculando y comprobando estos datos y al final se aventuró a proponerle a
Alicia una cita esa misma noche, víspera de fiesta en la zona y descanso para los que no saldrían a faenar.
Alicia, cuando vio lo que
había escrito, se ruborizó y movió la cabeza, casi imperceptiblemente, en
sentido afirmativo. Fue tan inapreciable la reacción de ella que le quedó la duda si él se había percatado de ello.
Por su cabeza pasaron muchas imágenes que le sembraron de dudas. No sabía si él había recibido su mensaje. Mejor así pues podría no acudir a la cita y dar esa excusa. O simplemente no acudir y ya tendrían oportunidad de hablar algún otro jueves. Sí mejor así. Pero él estará allí...
Faltaban quince minutos y
comprobaba la secuencia de luz del faro: 0,2 ; 2,3 ; 0,2 ; 2,3 ; 0,2 ; 2,3 ; 0,2 ;
10,3.
Contó hasta dos veces la serie y empezando la tercera vio que se acercaba un barco pesquero, como el suyo, no demasiado grande; es decir, era el tipo de barco de “bajura”, como el que él pilotaba. Llegaba puntual…suponiendo y deseando que Alicia estuviese al mando…Sí, se acercaba pues veía una luz verde a su izquierda. Estaban a unas dos millas de la costa, perpendiculares a ella y enfrente del faro de esta historia; la Luna terminaba de marcar las coordenadas casi exactas. El pesquero se seguía acercando y parecía que iba a sobrepasarle por su estribor…no disminuía la marcha…no podía distinguir si se trataba del que estaba tan ansiosamente esperando.
Contó hasta dos veces la serie y empezando la tercera vio que se acercaba un barco pesquero, como el suyo, no demasiado grande; es decir, era el tipo de barco de “bajura”, como el que él pilotaba. Llegaba puntual…suponiendo y deseando que Alicia estuviese al mando…Sí, se acercaba pues veía una luz verde a su izquierda. Estaban a unas dos millas de la costa, perpendiculares a ella y enfrente del faro de esta historia; la Luna terminaba de marcar las coordenadas casi exactas. El pesquero se seguía acercando y parecía que iba a sobrepasarle por su estribor…no disminuía la marcha…no podía distinguir si se trataba del que estaba tan ansiosamente esperando.
Alicia disminuyó la marcha, casi bruscamente, y empezó a abarloarse por estribor. Distinguió la cara
medio de sorpresa, medio de expectación y mucho de pánico de última hora, del capitán del otro pesquero.
Era
el momento de que él saliese de allí rápidamente: le entraron unas dudas
terribles de si estaban haciendo lo correcto…ese miedo de eterna inseguridad, cuando hacemos algo importante que pensamos nos va a hipotecar el futuro, le
estaba atenazando.
—¿Me tiras un cabo? —dijo
Alicia intentado que reaccionase—. Sí, por supuesto —dijo él, decidiendo que no
tenía ninguna intención de irse de allí aquella noche.
Saltó a bordo Alicia y se
abrazó a él.
—Hola —le dijo, como si se
hubiesen visto hacía un rato.
—Hola —dijo él, recobrando
el empuje que le hizo escribirla en aquel cartón las coordenadas de la cita.
En la actualidad, todos
los jueves, se les puede ver juntos en la lonja en la que antes acompañaban a
sus padres, tratando de vender su pescado. Huele a pescado y el ruido no ha
cambiado. Están desaliñados y cansados de una dura noche de pesca, pero no
dejan de sacar cajas y colocarlas lo mejor que son capaces de hacer para que su
producto entre por las retinas de los compradores. Se miran con complicidad y no
dejan de recordar ese cartón que en su día les llevó a la confluencia de haces
donde sellaron su unión.
La Luna brilla hoy de nuevo. Lo hace con toda su intensidad y busca, una vez más, la complicidad de la luz matemática del faro feo, muy feo, que está en la costa frente a ella.
3 comentarios:
Preciosa historia José Ramón. Qué facilidad tienes para describir en una pequeña historia tantas cosas.Cuando voy leyendo se vienen tantas imágenes y con tantos detalles...me gusta como describes en cada frase tantas cosas. De algo sencillo como es el encuentro de dos jóvenes y su humilde profesión lo haces una aventura gracias al punto de encuentro de aquel faro feo, faro que se convierte en bonito por lo que ha originado y despertado en estos jóvenes. Un abrazo. ¡Fantástico!
Me alegro que te guste, Helena. Para mí representa una de mis más especiales historias por el trasfondo y la sensualidad que desprende esa simple historia en el entorno de una "humilde" profesión, como la has definido. Yo diría que es un torrente de sentimientos en medio de la dureza de esa profesión. Un cóctel que la hace especial. A mí también me ha encantado escribirla. Un abrazo y gracias por tu comentario. José Ramón.
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