lunes, 17 de agosto de 2015

TEJAS, ESPUMA Y SAL



Buenas noches amigos. Época de vacaciones, de veraneos, de descanso, de dejar nuestras ocupaciones rutinarias y no mirar atrás, de salir corriendo con una sonrisa de oreja a oreja, de ajetreos, aunque distintos a los de todo el año. Época de olvidar toda rutina. Verano deseado y que cuando menos lo esperemos ya se ha pasado y nos deja sólo recuerdos, la mayoría buenos: nos deja el sabor de un amor encontrado y de una despedida prematura y también de promesas hechas que no sabemos si podremos llegar a cumplir…Sí, estamos en pleno verano aunque los más pesimistas sólo ven que parece que lo estamos terminando. Yo no soy de ellos, lo sabéis bien, y aún veo que queda mucho, o, al menos, bastante por disfrutar. Y hablando de disfrute, yo ya terminé la quincena que me reservé para perderme en un bonito lugar que hoy, siguiendo la tónica de entradas pasadas, pretendo someterlo a vuestras dotes adivinatorias.
Está localizado en la costa levantina. El sitio en cuestión, y ahí va la primera pista, tiene mucha relación con alguien que fue Papa, no de todos, en aquel tiempo ya lejano. Se encerró por aquellos lares de mi deleite y su nombre nos habla de un famoso satélite…
El lugar de mis cortas vacaciones —siempre son demasiado cortas, al menos para los que las vivimos tan intensamente como lo hago yo— está protegido por un mar en calma que disfruta acariciando, como si de las curvas de una…guitarra…se tratase, una preciosa bahía de aguas turquesas y fondos sobre los que caminar es un placer añadido. Una bahía maravillosa de día y sugerente de noche.

La verdad es que no hay mucho que hacer por allí a parte de disfrutar del Sol, de la arena despegada y de la espuma que refresca nuestra piel bronceada. El ambiente es familiar, pensado para el disfrute de todos aquellos cuyas opiniones, generalmente, no tenemos en cuenta y nos importan bien poco a la hora de hacer nuestros planes vacacionales. Para estos bajitos a los que me refiero se sucedían, por doquier, multitud de actividades.
Que la vocación del lugar fuese el enfoque familiar con los pequeños tenía, para nosotros, varias ventajas: los precios eran más bajos que los supuestos para un lugar de costa en verano y nos permitieron disfrutar varias veces de un buen menú mediterráneo de cara al mar del mismo nombre; la calma más allá de las doce de la noche era absoluta, lo que permitía descansar y madrugar para hacer deporte junto al mar: en mi caso disfrutaba, días alternos, de la carrera y la marcha nórdica.
Os aseguro que en mi lugar gocé de buenos momentos, conmigo y mis pensamientos, disfrutando de la inmensidad del mar que se me presentaba con una visión flanqueada por evocadoras palmeras; 

por la noche, fue un placer estar acompañado por la Luna llena que acostaba su luz prestada sobre las olas del mar, a esas horas ya calmo y descansando, y que día a día fue menguando, mientras me indicaba que iba creciendo…ya sabéis lo mentirosa que es la Luna por estas latitudes… , hasta dejarme con su recuerdo, el resto de las noches.

 El Sol, y es otro de los momentos, envidioso Él, hacía lo propio con su luz, acabando de despertarse y en su protagonismo sin discusión: yo iniciaba a desperezarme y calzarme mis zapatillas de correr.

Pero todo esto que os cuento quedaría incompleto sin dos elementos que hacen que la visita al sitio en el que estuve, de esta costa aromatizada por el azahar, sea de carácter obligado para el que no lo conozca. Me refiero al magnífico castillo incrustado entre un enjambre de callejuelas, de incomparable belleza, en las que los colores típicos de los pueblos marinos se entremezclan con las señas de identidad de los pueblos ceramistas a los pies del Maestrazgo. Y ya no doy más pistas tan claras…
El otro elemento es una de sus señas de identidad, al menos para sus gentes. Para el resto no tanto pues lo descubrimos al mirar por la noche al castillo iluminado: pared con pared con el almenado se encuentra un faro —los faros son mi debilidad ¿no os lo he dicho nunca?. Tengo fotos de todos los que me he encontrado a mi paso en mis viajes…y os aseguro que han sido muchos—. Un faro que, en perfectas condiciones de uso, proporciona su cristalina luz, con código propio para la navegación, y que, seguro, ilumina, además y sobre todo, las ilusiones de sus gentes marineras que con su esfuerzo diario aportan su granito a la economía de la zona.
Hasta aquí, la adivinanza y espero que muchos ya sepáis dónde pasé mis días de descanso.

Y ellos, los marineros, sean de donde sean, vayan a pescar a donde vayan a pescar, y regresen tan cansados como regresen de una dura noche de trabajo, son parte del sustento de los protagonistas de la historia que hoy, también, os traigo. Ellos son Galvia y Violeta, dos gaviotas de patas amarillas. Este cuento os lo traigo por segunda vez pues, desde el ya un poco lejano mayo de 2013 en el que os lo presentaba, hay un buen montón de nuevos amigos que se han hecho fieles seguidores de nuestro espacio y para que no tengan que buscar en las casi 95 entradas publicadas que ya tenemos (de todas formas no sería difícil pues en el lateral tenéis la guía para acceder rápidamente a cualquiera de ellas, únicamente tenéis que abrir los desplegables y trasladaros a la fecha en cuestión…es muy fácil) se lo traigo yo hoy aquí, pues el tema del verano le viene muy bien a la historia.
Este entrañable relato nos habla de dos gaviotas ilusionadas…también las gaviotas lo están…a su manera, me imagino…; pues eso que decía, se trata de dos gaviotas que en breve van a tener un nuevo miembro en la familia, de patas amarillas, como ellas, claro; y ese proceso va a estar no exento de alguna complicación…
Bueno, amigos, os dejo que lo disfrutéis, de momento sólo con mis letras pues todavía estoy buscando el ilustrador/a que sea capaz de darle vida en la manera que yo me lo imagino. Tuve una ilustradora muy buena que se comprometió conmigo pero…rompió este compromiso pues tenía asuntos que atender…ella sí era una de las adecuadas para ello y estoy seguro que en breve encontraré a quién quiero entregarle el cuento y compartir proyecto en la manera que ya conocéis lo vengo haciendo con el resto.
Buenas noches queridos tod@s y recibid un largo abrazo en una noche de verano a orillas del Mediterráneo.


Dejándonos mecer por las cálidas corrientes de aire que acariciaban aquel bonito y discreto puerto pesquero, nos adentramos en el mar disfrutando de la blanca, salada y divertida espuma…¿Nuestros guías? Pues dos  bellas gaviotas patiamarillas: Galvia y Violeta que, a través de esta historia, nos cuentan algo de su forma de vivir y de sus ilusiones…sí ellas también las tienen; y nos enseñan a compartir con ellas espacios que en principio los tenemos reservados a nosotros.
Esta entrañable historia nos habla de respeto y cariño por los animales mientras sentimos el suave roce de la brisa marina.  

Lo bueno que tienen las corrientes de aire, entre otras cosas, es que, aprovechadas convenientemente, ayudan a recorrer grandes distancias con un esfuerzo mínimo.
Eso lo sabían de sobra Violeta y Galvia: una pareja de gaviotas, de pico y patas amarillas, que llevaban ya un par de años volando juntas; unas veces, en alta mar, dejándose mecer por aquellas cálidas corrientes de aire; otras, formando parte de esa escolta que anuncia la llegada de un barco de pesca en su regreso a casa, tras toda la noche faenando, cargado de pescado.
Au-kyee-Kyee…decía Violeta, contenta por todo lo que se avecinaba…
Au-kyee-kau-kau-kau contestaba Galvia, feliz también por las ilusiones que llevaban compartiendo en los últimos días.
Ese sonido que puede parecer de angustia y extremada agonía, en realidad es una parte entrañable de los pueblos bañados por el mar y sin la que no se concibe la vida en ellos. Los quejidos de las gaviotas interpretan los “solos” de la melodía marina, en la que el murmullo suave y rítmico de las olas al romper en la playa, junto a las roncas bocinas de los barcos en sus llegadas y partidas de los puertos, representan el acompañamiento.
Así se estaba comunicando la pareja de gaviotas patiamarillas mientras surcaban los cielos a escasas millas de la costa. Trataban de adivinar, entre la calima que a aquellas horas de la mañana abrazaba el litoral, la llegada de alguno de los barcos pesqueros, con las bodegas llenas de pescado, que regresaban a sus hogares tras una noche de trabajo agotador entre el vaivén de las olas, el sudor de sus frentes y el penetrante olor a gasoil. Así, solucionarían sus problemas de alimentación para el día que estaba aún despertando.
Galvia, debemos decidir dónde vamos a colocar el nido dijo Violeta con cierto aire de preocupación. En pocos días será la puesta de huevos y debemos pensarlo bien para que nuestros polluelos crezcan seguros concluyó, asumiendo ya la responsabilidad de su futura maternidad.………………………………………………………..
Mira esa ola que se está formando. Dijo Violeta mientras se lanzaba sobre ella: le apasionaba mezclarse con la espuma que se iba formando, para a continuación nadar impulsándose con sus patas provistas de unas muy eficientes membranas que unían sus dedos. Estaban felices pensando que pronto serían padres de tres o cuatro polluelos a los que les enseñarían todo lo que ellas sabían.……………………………………..
Papá, ¿cuándo vas a arreglar la antena de la televisión? Siempre se fastidia cuando estoy viendo la serie que ponen todos los martes y ya sabes que me gusta mucho le dijo a Armando su hijo, enfadado porque su padre le prometía y prometía…, pero la antena seguía estropeada.
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Ahora la urgencia era terminar, sin dilación, de acondicionar el nido que no estaba todo lo protegido y seguro que se requería, debido al adelanto imprevisto. Por ello, aunque las gaviotas nunca dejan sus huevos sin cuidado tratan de evitar que puedan ser comida de animales depredadores, incluso de otras gaviotas; y los protegen de la acción de las personas que, de vez en cuando, solían subir al tejado para destruir sus nidos y los huevos en su interior, y así evitar el molesto trajinar de estos animales sobre las tejas y, sobre todo, sus incómodos excrementos que todo lo corroen, decidieron salir las dos a la vez: Violeta a procurar comida para ambos, y Galvia…………………………………………

Ya arriba, Armando se topó con un nido a medio hacer con tres huevos muy grandes y muy bonitos en su interior. Se quedó mirándolos, ensimismado, con ganas de cogerlos, pero…reparó en que eran de gaviota y, mirando asustado en todas direcciones, trató de descubrir dónde se encontraba la pareja a la que pertenecían. Sabía lo agresivas que son esas aves………………………………………………………
Ahí va el primero lo lanzó Armando cuando comprobó que su hijo estaba preparado para, con la red que sostenía con ambas manos, amortiguar la caída del óvulo.
Lo lanzó y…cayó en la red. Lo sacó con cuidado, Carlos. Su padre lanzó, entonces, el segundo y…pluf………………………………………………
¡Kyow, kyow! era la señal  de peligro que Violeta lanzó al aire cuando a lo lejos -que lo estaba y mucho-, gracias a su magnífica vista, divisó un humano en las proximidades del nido.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito, "PAPA LUNA" Peñíscola con su castillo allí en lo más alto, donde la mirada puede quedarse perdida horas, estuve varias veces y pienso volver.

Bueno pues nada, se acaba en lo mejor, habrá que esperar para saber que pudo hacer Violeta. Una vez más enhorabuena, saludos.

José Ramón de Cea dijo...

Vaya, ORB, eres un viajero incansable!! Cierto, lo adivinaste y sí, realmente las vistas desde allí, son ensimismantes. Yo también me tomé mi tiempo con la mirada perdida en el horizonte. Gracias de nuevo por tu aportación. Un abrazo.