viernes, 15 de junio de 2012

CAMINO DEL OESTE

Este cuento que os traigo hoy es un relato lleno de ternura que hace referencia, con añoranza, a tiempos pasados. A través de su lectura se puede disfrutar del embriagador olor a carbón quemado  que produce Martina, la máquina protagonista de la historia que os cuento, y que nos permitirá viajar con ella a ese mundo que anhelaba.
Martina no está a gusto con el trabajo que le ha tocado y su sano inconformismo y valentía -valores que se ponen de manifiesto en el relato-, propician que pueda llegar el cambio y la mejora.
¡¡Viajeros al tren!! Piiiiiiiiiiiiii....chuf........chuf...........chuf.., chuf...,chuf..chuf...chuf, chuf, chuf.piiiiiiiiiiiii


Era pasada media noche cuando a Martina le despertó un empujón y un fuerte golpe seco, precedidos ambos por el chirrido de

 frenos que le eran muy familiares. Cada cuatro o cinco días ocurría lo mismo. A ese sobresalto inicial sucedía siempre un repiqueteo, sonoro y rítmico, al contacto de los metales. Los trabajadores que operaban la “Última Terminal” –así se llamaba aquel lugar–, ataviados con unos martillos extremadamente largos, golpeaban rutinariamente las ruedas de los vagones que acababan de enganchar para su traslado, comprobando que todo estaba correcto para el viaje.
Martina ya conocía esta rutina pues desde hace bastantes años venía haciendo este trabajo. Sabía que tras este ritual debía emprender la marcha.
Martina era una de esas antiguas máquinas de vapor que se paseaban por todos los pueblos del país con su llamativo canto y su elegante columna de humo blanco, hasta que la llegada de las nuevas máquinas eléctricas ocasionó que fuese retirada, cuando tan sólo tenía un año de vida, y destinada al trabajo que realizaba en aquellos días.
Qué orgullosa y feliz se sentía al principio y qué desgraciada después.
Martina se encargaba de llevar vagones viejos y en desuso a unos hangares, a aproximadamente cien kilómetros de la ciudad, para su posterior desguace y destrucción. Representaba un triste trabajo ser la última en conducir a unos vagones de mercancías o de pasajeros, según el día, en su último viaje a su destrucción. No era agradable su misión y temía que un día, que presumía no muy lejano, fuese ella parte de ese macabro convoy, tirado por una flamante máquina eléctrica; fría y nada elegante.
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A mitad de camino, motivado por una luz roja de uno de los semáforos que se distribuían por la vía para regular la circulación ferroviaria, se veía obligada siempre a hacer un alto de unos minutos: quizá a esa hora, en una estación cercana, nudo de comunicaciones de la zona, debía ceder el paso a un tren de pasajeros que, camino de su destino, circulaba a gran velocidad.
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La luz se tornó verde y Martina, al frente de su convoy, reanudó su parsimoniosa marcha acompañada únicamente por el rítmico “chuf-chuf” de su caldera y por los primeros rayos de Sol que, cegándola, le daban los buenos días al llegar al semáforo. Era la única alegría que recibía................
 Esas ventanas eran de aquellas que los pasajeros, en su curiosidad por saber a qué estación habían llegado, abrían de arriba hacia abajo para asomarse. Se sabía que en esos vagones semejante acción no se debía hacer durante la marcha pues entraría por la ventana la carbonilla que la máquina en cuestión, en su armonioso “chuf-chuf”, proyectaba al aire  formando una cortina que envolvía al tren en su conjunto. 
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Pitido sonoro y ciertamente estridente del Jefe de Estación y chuf……chuf……chuf….chuf..chuf-chuf,chuf,chuf….piiii!!!!! Martina se empezó a alejar camino de su destino, con la pena de........... 
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¡Verde, por fin!  Pero… ¡era el otro!; el nuevo…
¿Qué pasa si me voy por él?, pensó Martina. No dudó ni un segundo más, no fuera a ser que se pusiese en rojo y tuviese que irse por el suyo, como siempre. ¡Inició su marcha camino del oeste! 
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Llegaba a la primera estación de su recorrido. A lo lejos divisaba la banderola roja del Jefe de Estación que le indicaba que debía detenerse. Se acabó, pensó Martina. Ha merecido la pena esta sensación de sentirme de nuevo activa y con una libertad que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo, se dijo tratando de buscar la compensación a su “escapada”. Ese pensamiento le hizo llorar y obediente.............................

La columna de humo, producto de una subida en la presión de la caldera, alcanzó una altura que incluso sorprendió a la feliz Martina.
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 Este cuento está registrado con el nº de registro de la propiedad intelectual  09/2010/2757.
http://people.safecreative.org/jose-ramon-de-cea-velasco/u1108080449272  

4 comentarios:

José Ramón de Cea dijo...

Todavía estoy en el proceso de selección del ilustrador adecuado para él. Os informaré cuando ya estemos trabajando con Martina.

Anónimo dijo...

Tienes mucha razón, al decir que es un relato lleno de ternura, no hace falta que te dese suerte por que la tiene asegurada, gustará a niños y mayores, a unos el tren antiguo haciendo chuf...chuf y sobre todo que es lo que pasará con la valentía de Martina, a otros por que parece una realidad de la vida misma..... que la decisión de Martina camino del Oeste sea la mejor para ella...Esperamos saberlo pronto...Un saludo

José Ramón de Cea dijo...

Gracias ORB por tu comentario. Se agradecen estos comentarios y se echan de menos el resto de todos los que entran en este blog (ya lleva 409 visitas!!! gracias a todos por ello!!!), ya sean en positivo o en plan crítica...que son bienvenidas, pues ello siempre ayuda a mejorar. Gracias de nuevo a todos por vuestro interés y especialmente a ti ORB.

Anónimo dijo...

Ojala y todas esas visitas se decidan y hagan sus comentarios, merece la pena de verdad..