—¡Capitán no hay casi
visibilidad y debemos estar ya cerca de Isla Noya! El mar sigue embravecido y
hay peligro de precipitarnos contra los acantilados —dijo el oficial de puente,
a través de su teléfono, desde el puente de mando. Estaba preocupado pues el
historial de esas latitudes no auguraba nada bueno con aquellas condiciones de
la mar que estaban “disfrutando”: los naufragios por allí se contaban por
decenas.
El capitán también era
consciente de lo que se estaban jugando y a lo que se estaban exponiendo al
navegar por zona tan peligrosa en esas condiciones, pero tenía plena confianza
en su equipo, en su tripulación de hombres (pues no había ninguna mujer a
bordo) muy experimentados.
La zona era realmente peligrosa en
noches como aquella pues no había ninguna señal luminosa que indicase por dónde
estaba asentada la costa y, no en vano, más de una petición oficial fue cursada
por las autoridades locales para que en ese lugar abrupto del litoral, en el
que el mar solía castigar violentamente a sus usuarios, se colocase un faro que
evitase más desgracias a la cuenta particular de la zona: ya se contabilizaban
más de cien muertes en los últimos diez años.
El Península Ibérica se dirigía a la Isla de Noya con un cargamento
tan sensible como especial: 200 convictos estaban siendo trasladados de una cárcel
ya demasiado saturada a la denominada Nueva
Noya, que apenas llevaba un año funcionando a toda máquina (término muy apropiado en este relato).
—Capitán, por estribor se divisa lo
que parece ser la silueta de los acantilados —dijo con tono tranquilo, pero no
exento de gravedad, el primer oficial. Éste era su mano derecha y su hombre de
mayor confianza.
Eso significaba que se dirigían de
manera peligrosa directamente hacia ellos. Quizá en breve ya no tendrían tiempo
de enderezar el rumbo y evitar la colisión mortal. No tenían referencias en la
costa que les permitiesen identificarla con claridad y sortear los obstáculos
que pudiese presentar.
El mar asustaba, con olas de más de
seis metros y vientos con rachas de más de 50 km/h.
El capitán subió al puente de
mando. Debía hacerse cargo de la situación. Él era el responsable del barco y
no quería que en esos momentos difíciles las decisiones para el gobierno del
barco las tomase su personal de servicio. Si debían estrellarse contra el rocoso
acantilado quería tener que ver mucho en esa situación: era el Capitán. (Mucho debería aprender de él
el famoso capitán italiano, Schettino).
En los camarotes se empezaban a dar
cuenta de la situación complicada en la que se encontraba el barco lleno de
reclusos: asesinos unos, violadores otros y catapultados al penal por culpa de
las drogas y delitos menores, los más. Aun no siendo lo mejor de cada casa,
ninguno merecía terminar sus días de aquella manera, encerrados en aquel buque
que ya se les antojaba demasiado estrecho. Esa muerte, cada minuto que pasaba,
ganaba en probabilidad de ser la que les esperaba.
El miedo y la impotencia, unidos a
las bruscas sacudidas del barco, golpeado sin compasión por un mar muy
enfadado, hacía que más de un vómito corriese de lado a lado por las estancias
que ya olían demasiado mal. Ese ambiente no contribuía en nada a calmar los
espíritus de gente acostumbrada a no pasarlo demasiado bien…Pero aquello era
otra historia en la que ninguno tenía experiencias previas que contar y en las
que buscar referencias de comportamiento y gestión de emociones.
Los carceleros esperaban, de un momento
a otro, la orden de liberar a los
prisioneros de sus grilletes. Estaban con los salvavidas a mano para
empezar a repartirlos entre sus viajeros
y qué Dios repartiese suerte. Los botes salvavidas ya no eran una opción de
salvación.
Al puente de mando llegaban los interrogantes
angustiosos procedentes de los camarotes. El capitán ya había decidido: “Oficial,
páseme el micro y active la megafonía en todo el barco”, dijo, muy a su pesar,
pero con voz serena y grave. La situación no era para menos.
—Atención, Peninsula Ibérica, les habla el capitán — empezó sus órdenes de
guía para el abandono del barco.
CONTINUARÁ...
Buenas
noches queridos seguidores y no os olvidéis de soñar y ser felices.
José
Ramón.
2 comentarios:
Quedamos preocupados a la espera del desenlace. Suerte para la dotación y tan especial pasaje.
¡Vaya sorpresa, amigo! Bienvenido a este blog. Hoy ya sale la segunda parte...para la tercera habrá que esperar un poquito más. ¡Espero que sea de tu agrado, hombre de mar! Un fuerte abrazo, gracias por tu comentario y bienvenido de nuevo. José Ramón.
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