¡Hola, amigos de mis ilusiones! Ya
estamos de nuevo rodeados de luces, bolas de colores, lazos abrazando papeles con
“Papas Noeles” y estrellitas o campanillas en sus imágenes que buscan darle un
toque adecuado a la época. Sí, y ya os lo he contado en otras Navidades
pasadas, es una época que me gusta y que la vivo con intensidad. Alguien me
dijo no hace mucho que disfruto mucho la Navidad porque “aprecio todos sus
detalles y sentires”. Y creo que no le falta razón. Me gusta su olor a calor
familiar, al calor que da el poder reunirnos todos juntos en torno a una mesa a
pesar de nuestras diferencias de todo un año de malentendidos, a veces, y de
desencuentros otras…pero es la magia de la Navidad: que nos hace olvidar todo
este pasado cercano poco agradable y acceder a sentarnos junto al que, ni
siquiera, hasta esta Noche entrañable, dirigíamos la palabra. Me gusta el
bullicio nervioso de la gente, ignorando el frío en esta época, tras el regalo
perfecto que será abierto al final de la cena, una vez recogido a los pies del
árbol de Navidad, con un polvorón en la mano y otro terminándolo en la boca.
Aprecio el sentir distinto de la gente con la que me cruzo estos días: en el
supermercado, esperando el verde en el paso de peatones, en el trabajo, por los
pasillos del metro…aprecio el sentir de la gente que, al menos, desean ser
buenos ese día, esa noche…y que al fin lo son más de las 24 horas previstas en
sus deseos. La Navidad nos cambia, a unos más que a otros…pero nos cambia. Por
eso me gusta tanto este tiempo. Quizá sea muy artificial y muy manejado por el
consumismo sin piedad. Sí, cierto, quizá sea así…pero a mí me gusta este tiempo
de Navidad, porque me esfuerzo en ser capaz de ver más allá de lo material…y
siempre encuentro algo bueno, algo que merece la pena, algo que me enseña y me
mantiene en ese espíritu el resto del año.
¡Feliz Navidad a todos vosotros,
creyentes o no, pero amigos míos! Es lo que de corazón os deseo estos días.
Y como es el tiempo, os traigo un
cuento de Navidad que está ya siendo ilustrado…en su momento os diré quién es
el artista que le está dando vida. Espero que lo disfrutéis.
Con mi mejor y más grande abrazo.
José Ramón.
Si hay una época adecuada para
que nuestros deseos se cumplan, esa es, sin duda alguna, el tiempo de Navidad.
Esta historia es un canto a la
Navidad que llevábamos dentro cuando éramos niños; a la Navidad que llevamos dentro
ahora que no lo somos tanto. A esa Navidad en la que Los Reyes Magos, Papá Noel
y el Árbol de Navidad, con su adornada majestuosa presencia, tienen un
significado verdadero.
En este cuento de Navidad,
Lucas, busca desesperadamente quien le pueda…………………………………………………………………………
“Luces de Navidad”, cuento de
gran ternura, ilusión, sencillez y sobre todo de Navidad, nos la acerca a
aquellos a los que la Luz de la Navidad nunca se atenúa en nuestro interior.
Ya llegaba la Navidad a aquellos parajes de ensueño −por lo menos es lo
que nos parecería a cualquiera de nosotros−, y la nieve empezaba a blanquear las
altivas y elegantes montañas que contribuían a crear ese ambiente sereno que envolvía
al valle en un abrazo singular, en esa mañana en la que Lucas estaba un poco
disgustado con su padre.
―Papá, por favor, deja que sean éstas las últimas
Navidades que pasemos aquí ―suplicaba
Lucas desesperadamente.
―Ya te he dicho que está previsto que este año nieve
más de lo normal y que, si permanecemos aquí, seguramente quedaremos aislados
todo el invierno. Ya sabes que no queda nadie en el valle. Todos se han ido
trasladando a la ciudad pues ya no queda trabajo por estos lugares… ―intentaba razonar con el pequeño Lucas que, a pesar
de su corta edad, ocho años, comprendía perfectamente lo que su padre le decía,
aunque se resistía a aceptarlo.
Todos los
años tenían la misma conversación, pero con final distinto. Éste parecía el
definitivo pues las previsiones meteorológicas se presentaban decisivas a la
hora de que su padre no retrasase más la partida.
En la ciudad
no podría adornar su querido abeto de tres años que, en el jardín de la casa,
ya se erguía majestuoso, creciendo y creciendo, día tras día, con vocación de
llegar a ser el más alto y elegante de todos los que allí se alzaban recios y
desafiantes a los vientos, las lluvias y las ya próximas frías y blancas
nieves. Con este pensamiento, Lucas, se entristecía. La Navidad sin su abeto……..
no sería la misma.
……………………………………………………………….
―Venga, Lucas, ayuda a mamá y a tu hermana a meter
las cosas en el coche, que se nos hace tarde ―urgió su padre con impaciencia.
No sé cómo lo
voy a hacer, pero ……………………….. se prometió Lucas mientras corría al trastero en
busca de la caja que contenía ………………………….
Ya en la ciudad, no dejó pasar ni un día; mejor
dicho, no dejó pasar ni una noche sin pedir a Dios que enviase a “alguien” –unos angelitos estarían bien, pensó− para
que …………………………………………………………………………..
Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente eran fijos
en sus peticiones diarias: “esos sí me harán caso, decía. Siempre me han traído
lo que les he pedido…”, decía totalmente seguro y con confianza. “Les escribiré
una carta y les pediré que hagan un alto junto al abeto y ………………
Llegó el día
24 de diciembre.
El valle
lucía completamente nevado como predijo el padre de Lucas. La circulación en
vehículos no era posible, por lo que era una realidad que la casa de Lucas
quedó totalmente aislada. Eso no significaba que no tuviese vida a su
alrededor…
El Sol se
dejaba caer sobre el valle y, apoyándose en la fría nieve, se reflejaba con
fuerza intentando calentar todo aquél que lo buscase en aquellas gélidas
jornadas. La nieve blanca, suave y fría, muy fría, acogía por aquí y allá
alguna que otra huella de algún animal vagabundeando en busca de algo que
llevarse al estómago, empresa difícil debido al grosor de la nieve caída los
últimos días. El ambiente era cálido, a pesar del frío; se oía el silencio y el
rumor del viento paseándose por el manto blanco y acariciando las hojas no
caducas de los recios abetos. También se divisaban huellas de cazadores que se
aventuraban por aquellos rincones en el frío invierno de aquél veinticuatro de
diciembre, en busca de algo que aportar a la cena familiar que ya en todos los
hogares se empezaba a preparar…menos en las casas del valle que se habían
quedado sin el calor familiar de sus habitantes.
Era ya media
tarde cuando…¿qué bullicio es aquél que está rompiendo la paz del valle? ¿qué
está pasando en el tejado de la casa de Lucas? ¿Y esos trinos y píos, píos de
pájaros? Un montón de pájaros se apelotonaban, haciéndose hueco con el ansioso batir
de sus pequeñas alas, para introducirse, los primeros, por la chimenea de la
casa……………………………………………………………
¿Pero quiénes se acercan por allá a lo lejos? Estaba
ya anocheciendo y era difícil ver de quién se trataba. ¡Ya los veo! ¡Qué
bonitos camellos traen! Sí, son los tres Reyes Magos que se acercaron por
aquellos parajes solitarios para cumplir lo pedido por Lucas en su carta,
aunque sabían que hasta la noche del cinco de enero no era el momento de
manifestarse en los hogares que con tanto nerviosismo los esperaban. Quisieron
hacer una excepción, pues la ocasión lo merecía en aquél frío 24 de diciembre.
……………………………………………………………………………………
El silencio
volvió al valle aunque, para ser más exactos, se dejó acompañar por los acordes
de una conocida canción de Navidad que a lo lejos se dejaban sentir.
Estaba ya
entrada la noche y desde las cumbres majestuosas que circundaban el valle se
podía ver .........................................
2 comentarios:
¡Mágica!Así entiendo yo la Navidad, y digo mágica, porque nos hace volver a ser un poco niños, tener alegría, ilusión y sobre todo ver una Navidad con esas nieves que nos relatas en tu cuento...
¡FELIZ NAVIDAD! a todos los que pasamos por este blog.
Muchas gracias, ORB. ¡¡Felices y mágicas Navidades también para ti!!
José Ramón.
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