Seguimos con temperaturas muy
altas: 39 grados en el momento que aconteció lo que os quiero contar. No es que
sea nada del otro mundo pero es que tengo ganas de estar con vosotros y
contaros algo para que viváis un momento conmigo. Buenas tardes, mis queridos
seguidores de mis ilusiones.
Yo creo que eran amigos los que
jugaban con esas bolas de acero que pesaban más de lo que se espera cuando se las
coge para lanzarlas: entre 600 y 800 grs. Jugaban dos parejas, una contra otra. Los dos de una pareja eran hermanos, con poco pelo y de unos 70 años. Uno bastante más alto que
el otro. Los dos con bermudas, aunque las del bajito eran bastante más
adecuadas para esa parte de la sesión del circo que los pequeños tanto esperan
que llegue. Desde luego para jugar allí, en donde estaban, llamaba bastante la
atención y estoy seguro que provocaba la distracción de sus contrincantes.
La otra pareja era más de andar por
casa; vamos, más corriente: nada de llamar la atención. Una pareja de dos en el
que uno estaba en los 70, como aquellos, y el compañero en la cuarentena. Se
les veía más profesionales.
Cada uno de los cuatro disponía de tres
bolas metálicas, como mandan las reglas inventadas en la Provenza, aunque se
dice que los soldados y marineros romanos las importaron cuando estuvieron
dando por saco (perdonad la expresión) por las Galias…y si no que se lo
pregunten al del menhir y al de las alitas en el casco. En aquella época las
bolas no eran precisamente de acero: lo eran de piedra (estoy seguro que lo
habíais adivinado). Entre estos cuatro amigos solo estaba permitido que hubiese doce bolas en juego, ni una más y ni una menos, como también mandan
las reglas, y son las que había. Si en lugar de dos por equipo hubiesen sido
tres, también permitido, el número de bolas por jugador hubiese sido de dos
para, así, no pasar de ningún modo el número de 12 en la pista. El nombre
actual de petanca viene del pieds tanquees (pies juntos, en lengua
provenzal, pues la bolita pequeña, la de madera maciza, que se lanza primero y
se llama boliche, se lanzaba, como el
resto de las metálicas, con los pies juntos) y es uno de los deportes más
saludables, como bien sabéis.
La sensación de calor, allí donde
me senté, era menor que en lo alto de la roca que se daba mucha importancia,
seguramente por el castillo que la coronaba. Roca cargada de familias que
parecía permitir que un tímido pero precioso río pasase, casi sin molestar,
bajo sus pies. (Seguro que alguien ya ha adivinado donde ocurrió lo que os
cuento). Sí, la sensación era más agradable pues el agua que corría por allí
mismo aportaba la humedad suficiente y la calma necesaria que requería un
deporte como la petanca y los espectadores que como yo estábamos allí
disfrutando de todo ello. También se dejaban oír lejanos el griterío de los
chavales y sus chapoteos dados en la playa artificial que también permite el
modesto, y yo creo que algo vergonzoso, río (si algún despistado no se había dado
cuenta seguro que no hay nadie al otro lado de la pantalla que no sepa en qué
lugar estuve…como alguien lo dirá en los comentarios os remito a ellos para los
de fuera de nuestro país). Por todo esto este pueblo está catalogado entre uno
de los más bonitos de España.
—¡Espera, déjame un momento! —dijo
el mayor de la pareja que me pareció más profesional.
Se acercó a donde las bolas de
acero habían llegado impulsadas utilizando distintas maneras y técnicas —alguna
ciertamente ridícula—, por parte de sus
dueños, con la intención de que besasen al
boliche de color rojo pasión. Había mucha competencia por llegar a conseguir, con una, o todas, de las bolas propias, ser la más cercana.
Yo, desde mi sitio de privilegio, no perdía detalle.
—Están más cerca ellos —concluyó
tras su examen—. Debes lanzarla con fuerza y tratar de sacar ésta
de aquí —fue
prácticamente una orden mientras señalaba la bola más cercana al boliche. Lógicamente pertenecía a uno con bermudas.
El cuarentón lo entendió
perfectamente pues le propinó un golpazo a la bola que le indicó su compañero
que casi la saca de la zona de juego y la manda con los patos, ignorantes de lo
que se estaba jugando a pocos metros, que se afanaban en comer no se qué que
bajaba por una pequeña rampa, mezclado en el torrente del río, que, en esta
época del año, era muy escaso y no arrastraba casi nada. Ni siquiera, y sobre todo, las
porquerías que se veían y habían sido dejadas allí por ese guarro que viene de
la ciudad y que siempre nos encontramos entre la naturaleza que no entiende, ni
comprende, ni respeta.
Volvamos al juego.
Como digo, con gran precisión, sacó
del terreno de juego la del contrario…Era la de aquél del pantalón de Tonetti —magnífico
grupo de payasos españoles que entre los años cincuenta y hasta 1982 hicieron
las delicias de niños, padres y abuelos. A mí me encantaban y sirva este
comentario, hecho con todo respeto hacia ellos, para recordarles—, con gran disgusto por su parte y gran júbilo por la del lanzador y
su técnico compañero. El hermano de Tonetti
—es
válido el mismo comentario anterior de recuerdo de este grupo de artistas y
magos de la risa— ni se inmutó. El
tipo estaba sentado en un banco como el mío y miraba de soslayo lo que
acontecía en la partida: ya tenía al de las bermudas “simpáticas” a cargo de la
situación.
Me costó decidirme en qué banco
sentarme: había varias posibilidades, incluso uno de espaldas a lo que allí se
estaba barajando y que tanto me divirtió. Por supuesto que no cogí ese. Lo que sí os cuento es que en varias ocasiones me vi hablando
para un compañero imaginario que, sentado a mi lado, escuchaba lo que le
contaba sobre las bondades de este magnífico deporte y sobre lo que allí estaba
sucediendo.
¿Pero qué es aquello? Al hermano
del de los pantalones sin piernas le colgaba una cinta desde el banco al suelo.
Me tuvo intrigado hasta que se levantó. Por fin se levanta, dije susurrando a
mi amigo invisible. Se levantó con desgana y se dirigió hacia donde estaba el
resto de jugadores discutiendo el resultado de la partida —yo,
desde mi sitio privilegiado, tenía claro quién estaba más cerca y así se lo
comentaba a “mi compañero”—.
Allí se acercaba el alto de los
hermanos, con la cinta colgando de una de sus manos. Al final de ella me di
cuenta que estaba cogida una pieza metálica de forma troncocónica —era
algo parecido a esas pesas antiguas que se utilizaban para ponerlas en uno de
los platillos y equilibrar el peso de arroz, lentejas, verduras o aquello que
se estaba vendiendo—. ¿Qué sería aquel
artilugio y, sobre todo, para que podría servir? —seguro que alguno
de los que estáis leyendo esto sabéis la respuesta, pero , os aseguro, que yo,
en aquel momento, no tenía ni idea—. Con gesto
cansado y dolorido, el tipo de la cinta entra en la zona de juego y se acerca a
una bola, demasiado alejada de donde estaba dirimiéndose la partida. Debía ser
una de las suyas por lo que sucedió a continuación. El hermano de Tonetti posó la pieza metálica, prendida
al final de la cinta, sobre la bola y con gesto como si lo que pasaba a su
alrededor no tuviese nada que ver con él, empezó a tirar rítmicamente de la
cinta hacia arriba…la bola, pegada a la “forma de pesa” metálica, empezó a
subir con ella hasta alcanzar una de las manos que rutinariamente siempre la
esperaba en la misma posición…: ¡¡el tío vago utilizaba un imán para recuperar
sus bolas sin agacharse un milímetro!! ¡Vaya deporte que estaba haciendo! Solo
participaba del vicio del juego y no de su beneficio. Estuve un rato divertido
no dando crédito a lo que acaba de presenciar y me dije: ¡tengo que hacerme con
un artilugio de esos para cuando no quiera agacharme!...es que siempre tendemos
a lo fácil. No tenemos remedio.
En el grupo seguían discutiendo
hasta que el mayor de la pareja “superprofesional” sacó un metro, de esos
metálicos que se enrollan en su cajita cuando se libera la pestaña. Sí, de esos
que más de uno se ha dado en las narices cuando violentamente se enrollan, por
error nuestro al accionar la pestaña,…por lo menos a mí me ha pasado y el que
diga que nunca le ha sucedido, si tiene el valor suficiente, que lo confiese aquí.
Pues eso, sacó su metro y se acabó la discusión y la partida. Ganaron los
profesionales y mientras se felicitaban, el de las bermudas seguía discutiendo
y echándole no se qué culpas, que no tenía ninguna, al de la cinta cómoda —me
gustó ese artilugio, de verdad— que impasible
seguía recogiendo sus bolas sin despeinarse ni un solo pelo…ya os dije que
tenían, ambos, pocos.
Se fueron ellos y yo continué mi
paseo por un camino entre un canal no demasiado limpio y el río que continuaba su peregrinar sin hacer demasiado caso de los de la playa, de los patos, de los petanqueros e, incluso, de mí...quizá porque era un río que me parecía demasiado vergonzoso.
Cuando el Sol se empezaba a despedir de todos nosotros me puse en marcha de regreso. Fue una tarde divertida.
También ha sido divertido el
contároslo a vosotros aquí. No es que sea nada del otro mundo lo que os he
referido pero me ha permitido estar un rato con vosotros y pensar en lo que
nos une, que es esta ventana a nuestra intimidad.
Buenas tardes y recibid un cariñoso
abrazo.
Por favor, no dejéis de soñar y de
ser felices.
José Ramón.
4 comentarios:
Gracias, José Ramón por ésta entrada tan fresca y divertida, a mí al menos me ha arrancado más de una sonrisa.... sobre todo con la descripción de los jugadores y del imán para recoger las bolas de la petanca (jijiji) el juego a día de hoy es menos físico y duro que en origen.
De nuevo gracias por el ratito en el q nos has hecho olvidar el calorazo, que por otra parte es normal a finales de julio.... Buenas noches para tod@s
Es de admirar esa facilidad tuya de sacar una historieta divertida y amena de cualquier cosa que observes a tu paso. Sigue haciéndolo!!
Muchas gracias, Rosa, y me alegro que te haya resultado divertido. Al final el objetivo de la escritura es provocar sensaciones y hacer vivir escenas a través de las letras. El haberlo conseguido me llena de satisfacción porque ese era mi fin. Gracias también por el comentario que me mandaste por otro medio y que quiero reproducir aquí pues es interesante. Hablabas de que el provenzal, idioma del que parece que procede el nombre inicial de lo que ha llegado a ser la petanca y que da nombre a esta entrada, se asemeja más al catalán que al francés que era al que yo pensaba que lo hacía. Me decías también que lo mismo ocurre con bastantes otras expresiones de la zona sur francesa. También me aclarabas que en francés se denomina "Boules". Bueno, pues muchas gracias por tu aportación pues enriquece lo que yo escribí. Un abrazo cariñoso. José Ramón.
Muchas gracias, Celia, por tus ánimos pues eso me estimula muchísimo a seguir contando escenas corrientes de la vida en clave de humor, por ejemplo, como es este el caso. También aprovecho para darte la bienvenida a este blog que a partir de este momento también es el tuyo. Espero disfrutes con lo que encuentres en él y sea este rincón uno que busques cuando quieras un poco de tranquilidad y alejarte del bullicio de nuestra rutina. Gracias de nuevo. Un abrazo. José Ramón.
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