Buenos días mis queridos
seguidores. Un amigo me dijo hace unos días que aprovechase las vacaciones para
escribir y poderos contar cosas. Es complicado escribir en vacaciones, aunque
parezca mentira. Durante este período de descanso la mayoría de nosotros no
somos dueños de nuestro tiempo. En vacaciones, al menos yo, y seguro que la
inmensa mayoría de vosotros también, no podemos disfrutar de nuestros hobbies enteramente pues estamos
dedicados a compartir nuestro tiempo con familiares, sobre todo, y amigos. Nos
dedicamos a hacer todo aquello que el resto del año no podemos: viajamos, nos
sentamos en terrazas a tomar algo sin mirar el reloj ―para desesperación de aquellos que, de
pie, esperan impacientes a que terminemos y dejemos libre la mesa para sentarse
ellos―, tenemos largas conversaciones sobre
temas sin importancia, a veces, y para solucionar otros muy importantes y para
los que durante nuestra rutina del resto del año no encontramos tiempo
suficiente para abordarlos. Sí, el verano y las vacaciones para mí no son,
precisamente, un tiempo al que pueda dedicarme, como me gustaría, a escribir. A
pesar de ello, sí he encontrado estos minutos para contaros algo.
Me
encuentro por el norte de España y siempre que vengo por aquí espero con pasión
oír el alarido desgarrador que producen las gaviotas. Os parecerá mentira, y
creo que alguna vez os lo he contado, pero eso me produce sosiego y calma. Me
gusta oírlas porque me hablan de mar, de barcos de pesca, de muelles perdidos,
de lanchas madrugadoras, de arrugas en las caras de hombres sacrificados que al
salir el Sol regresan con las bodegas cargadas del esfuerzo de una noche de
bamboleo entre las olas de la bahía ―ya sabéis que yo no podría estar con
ellos…ni con el barco amarrado al muelle…me mareo solo del olor del gasóleo
tipo B…pero me encanta la sensación de estar en ellos y saborear ese
olor a pesca ya entregada en la lonja―. También me hablan de calma, cuando
las veo dejarse mecer por las corrientes de aire que vienen de otros mares. Por
ello, hace unos años, ya bastantes, aprovechando una época profesional de mi
vida, tuve oportunidad de disfrutar todos los días de la vista de esos animales que, bien es
verdad, no gozan de mucha simpatía entre el público en general. Ello me hizo
escribir sobre ellas y tratar de ver el lado romántico que para mí tienen. Así
nació Tejas, espuma y sal, y hoy os lo
quiero traer de nuevo a nuestra página pues hace ya casi tres años que no
aparece por aquí. Tras dos cambios de ilustradores que, por motivos
profesionales de ellos, no pudieron seguir adelante con el proyecto que les
ofrecía, Tejas, espuma y sal, está en
la actualidad sin ilustrador. No es que no lo encuentre sino que he tenido
aparcada esta historia en beneficio de los 14 proyectos que tengo en la actualidad
buscando la editorial adecuada…no todas lo son para mis cuentos…os lo aseguro,
pues ya me he recorrido muchas y ya cierta experiencia anda conmigo en la
mochila. No me importa demasiado el haberlo tenido parado porque también sé que hay editoriales que
buscan únicamente textos. Ellas después, con sus ilustradores, dan forma al álbum ilustrado
según sus líneas editoriales. Quizá esta historia tenga vocación de encontrar
una editorial por sí sola…ya veremos y os lo contaré.
Bueno, pues nada más. Os
dejo en este verano que por aquí es más fresco que por el resto de España y de
lo cual me alegro pues es lo que vine buscando…¡vaya, sin quererlo, me salen construcciones
del habla de estas tierras!...Pues eso, que os dejo con Tejas, espuma y sal. Espero que a aquellos de vosotros que no conocíais esta historia os guste tanto como a mí. Un abrazo muy
cariñoso y seguid disfrutando de este tiempo y de seguir siendo felices.
José
Ramón.
Dejándonos mecer por las
cálidas corrientes de aire que acariciaban aquel bonito y discreto puerto
pesquero, nos adentramos en el mar disfrutando de la blanca, salada y divertida
espuma… ¿Nuestros guías? Pues dos bellas
gaviotas patiamarillas: Galvia y Violeta que, a través de esta historia, nos
cuentan algo de su forma de vivir y de sus ilusiones…sí ellas también las
tienen; y nos enseñan a compartir con ellas espacios que en principio los
tenemos reservados a nosotros.
Esta entrañable historia nos
habla de respeto y cariño por los animales mientras sentimos el suave roce de
la brisa marina.
Lo bueno que tienen las
corrientes de aire, entre otras cosas, es que, aprovechadas convenientemente,
ayudan a recorrer grandes distancias con un esfuerzo mínimo.
Eso lo sabían de sobra Violeta
y Galvia: una pareja de gaviotas, de pico y patas amarillas, que llevaban ya un
par de años volando juntas; unas veces, en alta mar, dejándose mecer por
aquellas cálidas corrientes de aire; otras, formando parte de esa escolta que
anuncia la llegada de un barco de pesca en su regreso a casa, tras toda la
noche faenando, cargado de pescado.
―
Au-kyee-Kyee…―decía
Violeta, contenta por todo lo que se avecinaba…
―
Au-kyee-kau-kau-kau ―contestaba
Galvia, feliz también
por las ilusiones que llevaban compartiendo en los últimos días.
Ese sonido que puede parecer
de angustia y extremada agonía, en realidad es una parte entrañable de los
pueblos bañados por el mar y sin la que no se concibe la vida en ellos. Los
quejidos de las gaviotas interpretan los “solos” de la melodía marina, en la
que el murmullo suave y rítmico de las olas al romper en la playa, junto a las
roncas bocinas de los barcos en sus llegadas y partidas de los puertos,
representan el acompañamiento.
Así se estaba comunicando la
pareja de gaviotas patiamarillas mientras surcaban los cielos a escasas millas
de la costa. Trataban de adivinar, entre la calima que a aquellas horas de la
mañana abrazaba el litoral, la llegada de alguno de los barcos pesqueros, con
las bodegas llenas de pescado, que regresaban a sus hogares tras una noche de
trabajo agotador entre el vaivén de las olas, el sudor de sus frentes y el
penetrante olor a gasoil. Así, solucionarían sus problemas de alimentación para
el día que estaba aún despertando.
―
Galvia, debemos decidir dónde
vamos a colocar el nido ―dijo
Violeta con cierto aire de preocupación―.
En pocos días
será
la puesta de huevos y debemos pensarlo bien para que nuestros polluelos crezcan
seguros ―concluyó, asumiendo ya la
responsabilidad de su futura maternidad.………………………………………………………..
Mira esa ola que se está
formando. Dijo Violeta mientras se lanzaba sobre ella: le apasionaba mezclarse
con la espuma que se iba formando, para a continuación nadar impulsándose con
sus patas provistas de unas muy eficientes membranas que unían sus dedos.
Estaban felices pensando que pronto serían padres de tres o cuatro polluelos a
los que les enseñarían todo lo que ellas sabían.……………………………………..
―
Papá,
¿cuándo vas a arreglar la antena
de la televisión?
Siempre se fastidia cuando estoy viendo la serie que ponen todos los martes y
ya sabes que me gusta mucho ―le
dijo a Armando su hijo, enfadado porque su padre le prometía y prometía…, pero
la antena seguía estropeada.
……………………………………………………………………….
Ahora la urgencia era
terminar, sin dilación, de acondicionar el nido que no estaba todo lo protegido
y seguro que se requería, debido al adelanto imprevisto. Por ello, aunque las
gaviotas nunca dejan sus huevos sin cuidado ―tratan
de evitar que puedan ser comida de animales depredadores, incluso de otras
gaviotas; y los protegen de la acción de las personas que, de vez en cuando, solían subir al tejado para
destruir sus nidos y los huevos en su interior, y así evitar el molesto
trajinar de estos animales sobre las tejas y, sobre todo, sus incómodos
excrementos que todo lo corroen―,
decidieron salir las dos a la vez: Violeta a procurar comida para ambos, y
Galvia
…………………………………………
Ya arriba, Armando se topó con
un nido a medio hacer con tres huevos muy grandes y muy bonitos en su interior.
Se quedó mirándolos, ensimismado, con ganas de cogerlos, pero…reparó en que
eran de gaviota y, mirando asustado en todas direcciones, trató de descubrir
dónde se encontraba la pareja a la que pertenecían. Sabía lo agresivas que eran
esas aves.
…………………………… …………………………
―
Ahí
va el primero ―lo
lanzó
Armando cuando comprobó
que su hijo estaba preparado para, con la red que sostenía con ambas manos, amortiguar
la caída del óvulo.
Lo lanzó y…cayó en la red. Lo
sacó con cuidado, Carlos. Su padre lanzó, entonces, el segundo
y…pluf………………………………………………
―
¡Kyow,
kyow! ―era la
señal de peligro que Violeta lanzó al aire cuando a lo lejos -que
lo estaba y mucho-, gracias a su magnífica vista, divisó un humano en las
proximidades del nido.
…………………………………………………………………………
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