Buenas noches, mis queridos seguidores de mis
historias e ilusiones. He estado dudando sobre el tema del que hablaros hoy y al
final me he decidido por una de mis historias preferidas. Los cuentos,
fundamentalmente, sirven para hacernos volar con la mente; pretenden que
salgamos de nuestro mundo y volemos a mundos imaginarios. Y diréis, ¿pero por
qué nos dice que los cuentos nos permiten nada a nosotros, personas mayores?
¿No son los cuentos para los niños?
Cuando me inicié en esta maravillosa actividad
me planteaba qué era lo que quería escribir…y no supe contestarme ni
identificar una línea clara hacia la que dirigirme para sofocar la necesidad de
escribir lo que tenía, en aquella época, dentro de mí. No sabía, exactamente,
para quién escribir. Ahora me es más fácil: sé lo que quiero transmitir y a
quién le quiero contar mis historias. He definido claramente cómo canalizar mis
ansias de contar cosas. En aquella época, en mis inicios en este alucinante
mundo del contador de cuentos, me refiero allá por el año 2010 (acabo de leer
mi primera entrada en este blog, en octubre de 2011, en la que me presentaba: https://jrdecea-cuentamelos.blogspot.com.es/2011/10/presentacion.html
¡qué pardillo era!...sigo siéndolo pues me queda muchísimo camino por recorrer
en este mundo de la literatura infantil), contaba únicamente historias y
fantasías que fluían en mi mente, sin pensar quién las iba a leer o
escuchar. Después me pregunté a quién podrían interesar y, al final, me di
cuenta de que, sí bien la mayoría de ellas iban destinadas a pequeños de entre
5 y 9 años, también enganchaban a personas como vosotros, mis queridos amigos
aquí. Vosotros, nosotros, los que tenemos más años que nueve, nos gusta, a
través de estas historias vivir mundos e ilusiones “blancas”, de niños. Nos
gusta, por una parte, retrotraernos a nuestros pocos años y, por otra, en este
mundo de tantas cosas macabras y desagradables con las que nos topamos
diariamente a través de televisión y los periódicos, encontrar descanso y
entrar unos minutos al mundo de ideales y entornos nada complicados, a los que
disfruto conduciéndoos. Vosotros sois los que, engatusados (permitirme esta
palabra cariñosa) por lo que os cuento, después hacéis partícipe a vuestros
pequeños y conocidos. Sí, me di cuenta que escribía para mayores y pequeños y
eso me gustó mucho más de lo que inicialmente pretendía. Así, siendo este blog
para mayores, hablando de lo que a los niños les gusta, me permite contaros
todas estas cosas que os cuento para introducir cada entrada y, también, otros
relatos, esos sí, para mayores. En fin, que estoy encantado de poder provocaros
sensaciones y recordaros situaciones, a veces olvidadas, que nos llevan a encontrarnos
a gusto en nuestro rincón. Gracias por estar al otro lado de la ventana de
vuestra tablet, vuestro móvil (no se ve demasiado bien…) o vuestro ordenador.
Yo siempre os escribo desde mi portátil.
¿Y que os traigo hoy? Pues es quizá el cuento con más fantasía de
los que tengo escritos. Me refiero a Pan
con miel. Y os lo traigo porque, aunque es uno de los cuentos que mejor
conocéis los antiguos del blog, ha sufrido unos cambios en su proceso y en su
redacción. La ilustradora con la que trabajaba en su diseño, tras casi cinco
años de no avanzar en la búsqueda de editoriales, en parte por su poco empeño
en este trabajo de equipo producido por sus múltiples compromisos en otras
áreas de su vida, nos llevó a romper nuestro acuerdo verbal y no de muy buenas
maneras…”Pan con miel”, creo que es uno de mis mejores cuentos y no debía estar
parado tanto tiempo…ya esperé más de lo que cualquier otro lo hubiese hecho y
ante mi insistencia buscando una mayor implicación por su parte a la hora de
sacar adelante nuestro proyecto, tanto en la búsqueda y trato con editoriales
como en la definición del proyecto más acorde con lo que esperan las
editoriales de una nueva oferta, decidimos de mutuo acuerdo terminar nuestro
camino juntos. Ahora “Pan…” está buscando otra ilustradora y espero, porque ya
hemos tenido algún contacto, que pronto os la podré presentar y os va a
encantar.
A lo largo de estos años en el “dique seco” he tenido tiempo de repensar lo que escribí y a confirmar que, el final que planteé en su momento y con el que nunca estuve demasiado a gusto, realmente no era todo lo bueno que merecía el relato. No quise cambiarlo mientras nuestro acuerdo escritor-ilustradora estaba en vigor para ser
respetuoso con ella y no trastocar el planeamiento que en su principio se había
hecho. Una vez finalizado el acuerdo me he puesto manos a la obra y, os puedo
asegurar, que ahora sí me identifico totalmente con la historia de principio a
fin: ha ganado muchísimo y si antes os gustaba ahora mucho más, seguro.
Bueno, pues ya no me queda nada más que
contaros algo de cómo es ahora Pan con
miel.
Buenas noches a todos en este final de abril y
recordad no dejar de soñar y de ser felices.
José Ramón.
Sí, dicen que los sueños se cumplen si lo son de
verdad y se sueñan con intensidad. Esto debió de pasar por la cabecita de Irma cuando
viendo lo desgraciada que era la vida de su familia, quiso poner en práctica lo
que escrito en una Leyenda, transmitiéndose de generación en generación, llegó
hasta ella. Quería ayudarles colocando en el exterior de su ventana unas
bolitas de pan con miel…así lo decía la tradición.
Es una historia que irradia sensibilidad, inocencia
y, sobre todo, fantasía. En ella se pone de manifiesto el amor que, una pequeña
como Irma, siente por su familia a pesar de los problemas y las dificultades
para salir adelante.
Irma, la protagonista de esta historia, conocía muy
bien esta Leyenda pero nunca pensó hasta qué punto podría ser cierta.
Ella era la pequeña de una familia con ciertos
problemas y con muy pocos recursos, a los que, sin embargo, les sobraba
humildad y bondad. Habitaban en una casa en mitad del bosque que distaba mucho
de la imagen de lo que podría considerarse una casa de campo y se asemejaba más
a una casa de labranza, cuyos antiguos moradores poseían antaño unos campos. No
era el caso actual de Irma y su familia. Más bien se trataba de una casa
ciertamente destartalada.
Su padre, estaba en cama aquejado de una extraña
enfermedad de la que no conocían su cura porque, sencillamente, no tenían
suficiente dinero para ser tratada en un centro médico adecuado. Llevaba sin
trabajo varios años.
Su madre, era el verdadero sostén de la familia. Se
levantaba de noche, antes de que el Sol rompiese por el horizonte, para
recorrer a pie por caminos, de fango en invierno y de polvo en verano, los casi
quince kilómetros que les separaban de la ciudad. Allí, limpiaba en casas,
atendía enfermos y mendigaba unas monedas para poder mantener con vida, día a
día, a su familia. Para ella no existía el pasado mañana. El hoy y, como mucho,
el mañana, era su objetivo. Regresaba a casa cuando el Sol ya se había
despedido.
Su hermano, por ser mayor que ella, pasaba su
tiempo cuidando de su padre y llevando adelante, como podía, sus estudios, ya
que en ellos residía la esperanza de su familia. Asistía a clase cuando se lo
permitían sus ocupaciones como jefe de la casa.
Por su parte, Irma, empezó aquel curso, con el
permiso de su madre, a recorrer sola los tres o cuatro kilómetros que separaban
su casa de la escuela comarcal. Hasta que creció lo suficiente solía estudiar
en su casa, ayudada por su hermano.
No tenían luz ni agua corriente. En cuanto el Sol
desaparecía la tenue luz de unas velas era toda posibilidad de iluminación de
aquella casa. Como cocina, utilizaban un viejo fogón de hierro alimentado por
maderas que, Irma, con mucho esfuerzo, se afanaba en buscar y recoger en los
montes cercanos cuando regresaba de la escuela.
En su camino
a la escuela siempre tenía que saltar una cerca y atravesar una finca que
pertenecía a un hombre con un carácter que, a Irma, le daba mucho miedo. Por
ello, en cuanto ponía sus piececitos al otro de la valla corría a todo correr,
con sus libros bajo el brazo, hacia el lado opuesto de la hacienda para salir
de ella lo antes posible y poder continuar su camino hacia la escuela. Ese
atajo le permitía ahorrar una media hora en su camino sola por el bosque. La
cosa no era tan sencilla como os la cuento: cuando estaba a mitad de camino, en
su “volar” por la finca, siempre oía al hombre del carácter agrio maldecir,
desde la ventana de la casa, y amenazar con darle una buena azotaina el día que
consiguiese atraparla.
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Al dueño refunfuñón
de la finca la vida tampoco le había tratado demasiado bien pues, aunque el
dinero no le faltaba, es decir, que disponía de bastante; sí le faltaba el
cariño de su familia que perdió en un incendio que hace años se llevó parte de
su casa y la casa de la servidumbre que por aquel entonces tenía. Tras el
incendio se volvió muy huraño y despidió a todo el servicio: cocinera,
jardinero, mozo de cuadras, etc, se encerró en sus posesiones y en el pueblo
cercano solo se le veía para hacer algunas compras, muy de vez en cuando, y
siempre con un humor de perros.
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Un buen día, Irma,
recordó la Leyenda del hombre de las montañas y se fue rápidamente a la cocina
y cogió un poco de pan duro, lo mojó, e hizo unas tres bolitas que no fueron
todo lo grandes que hubiese querido ya que sus manos tampoco lo eran. “Bueno,
tendré que hacer más para ..........................................................
Estaba
excitada y le costó conciliar el sueño esa noche. Deseaba que llegase el día
siguiente para ver si la urraca .........................
Con los primeros rayos del Sol penetrando por su
ventana, se despertó y fue rápidamente a comprobar si las bolas habían
desaparecido. Estaban allí, en la misma posición en la que las había dejado. “No
importa. Seguro que la urraca no las ha descubierto todavía”, se convenció.
Esa noche volvió a colocar una bola más y cerró los
ojos rápidamente, metida en su camita y tapada con unas viejas sábanas y una
remendada colcha...........................................
Quizá no sea
cierta la leyenda de las bolitas de pan con miel, o quizá sí..........................................................
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