domingo, 3 de septiembre de 2017

FARO DE LEÑA (final)








Ya cerca del antiguo y destartalado faro el director aproximó el barco a unas escaleras que, desde la plataforma donde se encontraba y se asentaba lo que quedaba del faro, se introducían en el mar. El yate se apoyó por su amura de estribor y el capitán saltó con el cabo de amarre en las manos sobre las escaleras que tenían, producto de cuando subía la marea y las cubría, un verdín muy resbaladizo que casi le hizo caer y precipitarse al agua. Ya fija la nave firmemente en una argolla que al efecto se encontraba allí bien empotrada en la roca, el director puso los pies en los escalones y juntos, con gran curiosidad, empezaron a subirlos.
Ya en lo que fue la puerta, apartaron las tablas que la sustituía y entraron en una pequeña estancia que contrastaba con el exterior. Realmente era una cámara acogedora. De planta circular, como el faro en su conjunto, disponía de lo que un observador neutral podría calificar como lo mínimo que una persona necesita para vivir: su pequeña cocinilla a base de un infernillo de gas con su rechoncha bombona de gas, un pequeño frigorífico de esos que utilizan un compresor diminuto, una mesa, una silla perteneciente a un modelo distinto del de la mesa; unas cuantas maderas colocadas a modo de alacena que, sin duda y a juzgar por lo bien colocados que se mostraban los utensilios, latas y trastos que descansaban sobre las tablas, hacía las veces de una despensa rudimentaria. Sí, rudimentaria, pero despensa. No faltaba tampoco un colchón enrollado sobre sí, a semejanza de un brazo de gitano, de los de repostería, de cuyo centro colgaba una tela de nylon que indicaba que aquél era el sitio para el saco de dormir. Algún que otro libro, una pequeña radio, de esas de bolsillo, y velas repartidas por aquí y por allá también se podían ver. Todo era muy básico pero había algo que hablaba de cierto gusto y estética en la decoración del conjunto. Sí, era muy acogedor y…por qué no decirlo, se notaba la mano de una mujer en aquél faro abandonado.
—Buenos días, ¿puedo ayudarles en algo? —dijo la recién llegada, a sus espaldas.
Los dos dieron un respingo tal que de estar en el borde de un acantilado, como los de por allí, se hubieran ido a saludar a Neptuno.
En donde estuvo el quicio de la puerta del faro, se dibujaba la figura de una mujer de unos cuarenta años muy bien llevados, aunque su apariencia externa no estaba lo cuidada que debiera. Portaba unas bolsas de un conocido supermercado del pueblo más próximo.
—Me llaman Reina y ¿ustedes son?
Los dos se presentaron, un poco aturullados pues no se habían recuperado, todavía, del susto y de la sorpresa de encontrarse una persona como aquella en aquel sitio que no parecía el más adecuado para ella.
Les ofreció sentarse: a uno en la única silla que había en la cocina-dormitorio-sala de estar… y al otro encima del colchón enrollado (vamos, en el dormitorio). Ella empezó a ordenar la compra (en la cocina y en la despensa)…
El capitán, desde la silla, empezó a relatarle el motivo de la visita y cómo la noche anterior habían salvado la vida frente a esas costas.
Ella les refirió cómo naufragó su barco.
—Mi marido no pudo sobrevivir —dijo con las lágrimas en los ojos a punto de rodar mejilla abajo y haciendo gestos que se notaban que ya eran demasiado repetidos por la de veces, en los últimos tiempos, que tuvo que aprenderlos para hacerse fuerte: la situación en la que se encontraba y su misión así lo requerían—. Yo tuve la suerte de asirme a parte de la botavara de nuestro velero que se partió en dos en la tempestad. No sé cómo pude llegar a estas escaleras y a este faro —dijo con agradecimiento a Dios acompañando una mirada al techo justo debajo de la cúpula vacía.
—En ese momento —les dijo—, decidí que ningún otro barco naufragaría en aquellas costas por falta de una luz que previniese de lo peligroso de estos acantilados rocosos —y señaló hacia los acantilados que los rodeaban.
Ella se encargaba todas las noches de encender una hoguera que, combinada con un simple sistema de paneles giratorios para ocultar y dejar pasar el resplandor de las llamas, muy rudimentarios y que orgullosa les mostró, alimentaba con madera acarreada con mucho esfuerzo en su pequeña barca, regalo de un pescador de la zona.
—Aquí no estoy mal, pero cuando el mar se enfada, que es más frecuente de lo que quisiera, debo de permanecer demasiado tiempo metida entre estas piedras, sin demasiados víveres, porque no hay demasiado espacio para acumulaciones, ni, lo que es peor, sin madera que prender —dijo apesadumbrada pero con un aire demasiado profesional para lo que se esperaba de la persona que tenían ante ellos, en aquella situación.
El director no dejó que siguiera.
—Reina, en agradecimiento por haber salvado la vida de los doscientos reclusos les voy a proponer, y espero que estén de acuerdo conmigo, el construir, con su esfuerzo y sus manos, una escalinata que desde el faro te permita subir a pie por el acantilado hasta la parte superior —dijo convencido de que aquellos que salvaron la vida la noche anterior lo aceptarían entusiastamente—. Además, haré las gestiones, a través de las autoridades nacionales, para que se construya un nuevo faro en esta zona y propondré que se te nombre a ti farera oficial. Todo esto último costará un poco de tiempo.
Reina lloró de emoción.
Tal como así lo prometió el director de Nueva Noya, se desarrollaron los hechos. La escalinata fue construida en tan solo tres meses de duro trabajo de 24 horas por parte no solo de los doscientos presos que salvaron sus vidas sino por todos los que estaban recluidos en la prisión. Reina, después de eso, no dejó una sola noche sin luz la zona de acantilados. Desde entonces no se registró ni un solo naufragio en la zona.


Hoy en día, tras un año de la visita al faro del director y del capitán, es posible ver en esa costa un flamante faro, dirigido por una mujer y comunicado, aparte de por una estrecha carretera, por una larga y espectacular escalinata de casi setecientos escalones que asciende descaradamente por el acantilado y que es recorrida y visitada por cientos de personas cada año.
Reina está feliz y su reluciente más que nunca, Queen of Queens, se muestra orgullosa a los pies de una brillante cúpula.
Por su parte, el capitán, no deja de hacer sonar su bocina cuando el Península Ibérica navega frente a la costa a la altura del Faro de Leña. Con este nombre se conoce el nuevo faro en memoria de aquél sobre el que se edifico, para que la historia de Reina no sea olvidada jamás.


Bueno, queridos amigos, con esta tercera entrega termina este nuevo relato que os he querido traer sobre faros. Ella os parecerá que es una historia de fantasía y no os quito la razón, pero sí os quiero decir que algunos de los aspectos de ella son reales y son los que me han dado pie a crearla y contárosla. Yo ahora os reto a que adivinéis qué parte de la historia es real. Decídmelo a través de vuestros comentarios y quizá os lo desvele…
Espero que os haya gustado y que hayáis pasado un rato agradable en nuestro rincón para tener un rato de tranquilidad.
Ya solo me queda desearos algo que no es nuevo para vosotros: qué seáis muy felices y qué no dejéis de soñar.
Buenas noches.

José Ramón.


6 comentarios:

Celia Mtnez Sotos dijo...

Se aprecia un fondo muy romántico. Lo único que no termina de cuadrarme es la parte en la que los presos ayudan a construir la escalimata. El resto puede ser verídico.
En cualquier caso...muy entretenido. Gracias por ello!!

Rosa Elena González dijo...

Gracias José Ramón por está magnifica historia. Gracias por darle vida a una heroína del siglo XXI, solidaria y empatica,  que aprovecha su experiencia de vida y evita que vuelvan a suceder desgracias cómo la suya.
Enhorabuena por este nuevo registro, ha sido divertido estar esperando las entradas con la siguiente parte de la historia, como antiguamente a principios del siglo pasado hacían algunos periódicos, novelas y relatos por entregas.
La historia me ha recordado a la prisión neoyorquina de Alcatraz (que como parte real...)
Gracias de nuevo.

Rosa Elena González dijo...

Mi yo curiosa (quizás también un pelín cotilla, pero sólo quizás ;-) ), me lleva a hacer un nuevo comentario, ya que tras una concienzuda investigación, creo saber qué es real en el relato...
El faro de las 700 escaleras, existe...

"EL FARO DEL CABALLO"

...recomiendo a cualquiera que desee saber más, que escriba en un buscador "faro 700 escalones" o "Faro del caballo", las fotos son magníficas y sólo con leer la descripción del lugar y el recorrido, la sensación de vértigo es inevitable.
Además, también he averiguado que, ciertamente las escaleras fueron construidas por reclusos, en concreto, los reclusos del penal de El Dueso.
He averiguado algunos de los enigmas que planteas, José Ramón, aunque quizás exista alguno más...
De nuevo,  gracias por el relato y... ¡Enhorabuena!

Unknown dijo...

Cuando realidad y ficción se abrazan indisolublemente convirtiendo lo imaginado en perfectamente plausible.

Enhorabuena por la emoción compartida

José Ramón de Cea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José Ramón de Cea dijo...

Hola, amigos, buenas noches y, antes de nada, muchísimas gracias por vuestros comentarios. Creo que estaréis de acuerdo conmigo en que con esta interacción la entrada tiene un mayor peso y proyección, sobre todo porque la vivís intensamente conmigo, que lo hice cuando le fui dando forma. Es una gozada poder leeros. Rosa, me "fastidiaste" el final triunfal desvelando lo que era verdad y lo que no. Es muy de agradecer las molestias y el trabajo que te has tomado documentándote sobre el escenario y la historia real sobre la que di vida a esta que hemos leído en nuestro blog. Ciertamente las escalinatas que fueron construidas por los presos de un penal era lo que en realidad pasó. Realmente era difícil de creer si no se conocía la historia de antemano...o si no se buscaba en google (¡todo está en google! jajaja)...y por eso, Celia, no me extraña que no hayas dado en el clavo (has ido muy desencaminada...ciertamente era poco creible que en una pared como la del acantilado, se construyese semejante escalera...o sea que no te desmoralices y sigue jugando con nosotros a adivinar las cosas que os iré poniendo...muchas gracias por tu "intuición" que seguro que no te falla tanto en otros órdenes de tu vida).
Rosa, también te quiero agradecer ese toque de romanticismo, que tanto me gusta, al referirte a los antiguos periódicos, novelas o relatos...es un honor para mí el que este humilde relato te recuerde a aquellos tiempos gloriosos de la literatura y la manera de hacerla vivir al lector y de compartirla con él. Gracias de verdad porque al leerte me has hecho también aflorar sentimientos y sensaciones de tiempos entrañables.
Makketas, tu comentario ha sido corto pero cada una de tus palabras me sirven de estímulo a seguir. Gracias por entender que he mezclado aceptablemente la realidad con la ficción haciendo complicado, excepto para la "investigadora" Rosa, el disociarlas. Y gracias por vivir conmigo la emoción que puse en este relato, que tanto me divirtió, cuando lo escribí.
Solo me queda que añadir, a lo que ha comentado Rosa, algo que también es real: existe un nuevo faro en la zona: el llamado faro del Pescador, si bien no está emplazado sobre el antiguo, como digo en nuestro relato. Está comunicado con el pueblo más cercano a través de una estrecha carretera (ese faro lo podéis ver en la última foto de la parte final del relato). El faro antiguo, el del Caballo, es el que está comunicado por la escalera que asciende vertiginosa y descaradamente por las verticales paredes del acantilado.
En definitiva, muchas gracias a los tres. Me siento muy a gusto con vosotros y con todos los que me siguen en este blog. Un fuerte abrazo para todos y seguid, conmigo, soñando y tratando de ser felices. José Ramón.