Hola,
amigos, buenas noches. Casi un mes desde la última vez que os contaba cosas ha
volado y se me ha escapado sin darme cuenta y sin aprovecharlo todo lo que quería,
que no era, ni más ni menos, otra cosa que pasarme por aquí y compartir con vosotros mis
pensamientos. Dejamos atrás hace muchos meses los calores del verano, pero este
buen tiempo que hemos disfrutado por España esta semana pasada me ha traído a
la mente, de nuevo, mi cuento del cálido desierto. “Viento del Sur” no nos
visitaba desde hace un año y no lo hacía porque no ha habido novedad alguna en relación
a una posible editorial interesada en publicarlo: sigue siendo mal momento para
que una editorial se aventure con un escritor nuevo, como es mi caso. La
autoedición siempre está en el horizonte, pero considero que la calidad del
cuento es grande y la de las ilustraciones excelente, para que no haya una editorial
que apueste por “Viento del Sur”. Sólo hay que esperar a que la crisis
desaparezca del mundo editorial y, por ello, tanto Marta (experimentadísima
ilustradora argentina, con más de treinta cuentos ilustrados publicados: http://www.ediciona.com/marta_rivera_ferner-dirf-3027.htmhttp://paistodojunto.ultra-book.com/.
Reservados los derechos de autor) como yo, seguimos intentándolo y llamando a
las puertas de editoriales que no tienen la buena costumbre de contestar a
nuestros mensajes…Bueno, peor para ellas; nosotros a lo nuestro, que no es ni más
ni menos que tratar de disfrutar de estos minutos paseándonos, entre amigos, por este espacio
cálido. Cálido era también el viento que venía del sur y que hoy, esta
noche, nos permite sentirlo y dejarnos envolver por su atmósfera para fabricarnos
nuestro momento: ese que deseamos encontrar cuando recibimos el mensaje de que
quiero entrar en contacto con vosotros, o, cuando echando de menos estos
momentos, pasáis por aquí esperando encontrar algo nuevo en el diván de los
sueños de mis historias.
Hoy
os vuelvo a intentar introducir en el mundo del vacío y de lo imprescindible;
en el mundo de la felicidad básica, de la que se tiene en familia cuando la
familia es eso: un lugar de seguridad, cariño y protección, en este caso frente
a la dureza del desierto amable. Parece una paradoja el pensar que algo duro
es, a la vez, amable…El desierto tiene que ser duro, porque esa es la única
manera de proteger a sus habitantes que se confunden con sus microscópicos granos
y que, a veces, son engullidos por sus tormentas de arena, como en el caso de
este relato. Pero el desierto es también amable: deja vivir a sus nómadas en un
terreno espectacular al que la noche adorna con millones de lucecitas que
pugnan por ser las que más iluminen las duras facciones de sus hombres azules recogidos
a la lumbre del ritual del té. En las noches limpias, sobre todo, crean ambientes naturales de calma y sosiego, en los que de soslayo disfrutan del espectáculo estelar, mientras escuchan todo aquello que sus mayores
cuentan y que portan en lo más interno de su ser: regalo de generación tras generación. Es hora del descanso nocturno y, en silencio, entre los ropajes que
destiñen sus colores, los pequeños y los mayores buscan tumbarse, entre cueros de cabra y olor a rancio secular, protegidos por la piel de camello que dan forma a sus haimas. ............Yo, ahora, también me retiro a descansar. Os dejo con “Viento
del Sur”. Feliz noche queridos amigos.
“Viento del Sur” nos permite acercarnos al
seno de una familia nómada y vivir y sentir, a través de la historia contada,
la acogedora calidez de sus gentes y la sencillez y fragilidad de sus vidas en
manos, siempre, de un desierto protector unas veces, y otras cruel, inhóspito e
implacable.
En este
relato se ensalzan los valores de la familia y las tradiciones que, de abuelos
a nietos, se traspasan como un tesoro de valor incalculable, pues representan
los verdaderos cimientos de toda una vida nómada entre arena, cabras y
dromedarios; castigada, a veces, por el viento que venía del sur.
El
cielo era como una bóveda que acogía todo lo que, en la noche estrellada,
alcanzaba a ver aquellos ojos cansados tras la dura jornada.
Todo
brillaba como si algún ser superior hubiera encendido, una a una, las estrellas
que colgaban, elegantes, de ese oscuro universo tan característico de las
noches del desierto.
Ahmed
y su mujer Zaila contemplaban noche tras noche semejante espectáculo y, por ello,
se sentían unos privilegiados y agradecidos a ese Ser superior que todo lo controlaba.
Daban gracias, también, por haber llegado a la noche vivos y con buena salud,
de la que gozaban, igualmente, sus tres hijos: Habib, que ya era un hombretón
con sus dieciséis años; Ahmed de trece y que recibió el nombre de su padre; y
Haira, de tan sólo seis.
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En las
noches de paz como aquélla, Ahmed contaba historias a sus hijos, al igual que
lo hicieran en tiempos, su padre y su abuelo.
De esa forma, se conseguían transmitir de generación en generación.
Una de
ellas hablaba de los días en los que soplaba el temido Viento del Sur. Un
viento terriblemente cálido que hacía
secar los pozos de agua que, aunque escasos, permitían la supervivencia del
pobre pueblo nómada al que pertenecían los protagonistas de esta historia. En
esos días, cuenta la sabiduría del desierto, solía, por sus arenas, vagar un
esbelto Tuareg sobre un dromedario blanco,
con dos grandes tinajas a cada lado de la única chepa del animal,
portando el agua más fresca que se pudiera imaginar para socorrer a sus
protegidos, los nómadas del desierto………………………………………………
2 comentarios:
Que bonito!! No hay nada más bello que una noche tranquila, un cielo completamente limpio de nubes, pero lleno de tanta luz por esa inmensidad de estrellas, que es imposible no serenarse ante cualquier adversidad de la vida contemplandolo. Suerte.
Muchas gracias,ORB, por tu nuevo comentario. Cierto, una noche estrellada admirada en un desierto de todo, en el que el horizonte empieza donde desaparecen las estrellas de nuestra vista, es realmente un espectáculo indescriptible que invita a la paz y a la meditación. Seguimos trabajando para que pueda ver la luz esta bonita historia de cariño ...e incertidumbre... Un abrazo, como siempre, ORB.
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