No hay demasiada gente, de
esa buena que suele habitar por estos lares y por los de más al sur. No
hay demasiada gente en la plaza “de cuyo nombre no quiero acordarme”, y me
permitiréis que no intente semejante esfuerzo porque me gustaría mantener un
poco de misterio, por ahora, en torno al lugar en el que estoy sentado, con mi
té, como siempre mi té, pensando en vosotros, en escribiros algo distinto y
esta vez sí, algo completo, algo sin la corrección metódica y exigente de mis
pensamientos transportados a palabras; algo que como sale lo desparramo en la
siempre amenazante página en blanco; algo del instante y de la frescura del
momento que estoy viviendo.
El vaso es grande y lleno
de agua coloreada por el té negro, el que me apetece hoy, y quizás el único tipo que tengan en este bar: uno de los de la coqueta plaza de la que os
voy a hablar. Sólo una bolsita para tanta agua: así es como me gusta el té.
No hay demasiada gente pues como digo es la hora del
té, no del inglés porque para ése aún faltan dos horas.
Hay poca gente disfrutando de la plaza: algunos todavía terminan de comer; la mayoría ya sesteando. En esta
terraza no se puede sestear, aunque ganas no me faltan; pero no sólo por lo
incómodas de las sillas metálicas para tan saludable menester, sino porque cada
cierto tiempo, con medida regular, suenan las horas, y las medias, y los
cuartos, en el reloj de una iglesia de hace varios siglos, flanqueada, con arco
por medio, por el blanco y tímido, en este caso, ayuntamiento. En su soportal —muy
ambicioso llamarlo así pues tan sólo seis por dos metros y tres arcos de cara a
la plaza le dan contenido— sentado en un banco de metal un policía local de
servicio, seguro que no muy contento de tener su servicio en domingo, habla
aburridamente por su móvil.
Ésta es la hora en la que,
en los bares y terrazas que sostienen la plaza, se aprovecha para colocar mesas
y sillas, movidas a cualquier lugar por los que por la mañana la abarrotaban, disfrutando del típico aperitivo del domingo español. Parecía que
estábamos en las fiestas locales. ¡Qué cantidad de gente haciendo nada
trascendental! Sólo hablaban y contaban chismes. Importante para la convivencia
lo es; pero nada trascendental. Que si éste ha dicho aquello o aquella ha hecho
esto a fulanito; que en el campo la cosecha no es tan “buenisma” como la
última; que si no sabes lo que me ha hecho menganita: es una mujer “malisma”.
Sí, me encuentro en una tierra cuya pista ya he dado.
En el “Gran Casino”
Pascasio sigue con la terraza llena; creo que es, y no me equivoco, el punto de
reunión más “selecto” de la Plaza Mayor. La terraza “Al Fresco” ya la tiene
preparada para la tarde, en la que regresarán los gritos y el jolgorio de los
niños jugando, dando patadas a una botella de plástico, en un campo de futbol
improvisado: las porterías limitadas por dos bancos de metal; el centro del
campo una fuente —que presumo brillará
con esplendor en ocasiones más significadas—, para desgracia de los jugadores.
En mis oídos suena Laurie
Rassmussen y contribuye a la tranquilidad del lugar.
Antes de buscar mi sitio
en esta plaza estuve deambulando por las callejuelas de casas bajas, de un
piso, típicas de la zona; y pasé a través de los cuatro arcos puestos hace
siglos para permitir el acceso a la plaza. Ahora, desde aquí, ya dentro del
entorno, me imagino grandes o pequeñas arengas a los vecinos desde el balcón
del Ayuntamiento: pequeño de anchura pero todo lo largo que el frontal del
edificio permite; de madera oscura: estilo singular de la comarca. Tiene la plaza
sabor a otros tiempos, a pesar de lo bien cuidada que se encuentra. Nada está
colocado al azar y todo en armonía con el resto. Se me antoja que de noche debe
ser preciosa —esta palabra me gusta especialmente pues describe muy bien cuando
alguien o algo nos hace sentir la belleza de lo creado— aunque siento no tener
más tiempo para permanecer aquí y comprobarlo: debo regresar ya.
Si alguien identifica
dónde me tomé un té en horas de sesteo, encantado estaré de recibir su intento
de adivinarlo. Con las pistas que di y los grabados que espero hayáis
disfrutado, no os será difícil el trabajo que os propongo.
Un abrazo para todos
vosotros.
3 comentarios:
Un pueblo "monisco" como los propios tarazoneros dicen.
Tarazona de la Mancha, pueblo encantador, acogedor y carnavalero.
Muchas gracias, "Anónimo", por tu comentario. Ciertamente es la maravillosa plaza de Tarazona de la Mancha que recomiendo sea visitada por todo el que pueda, porque no desilusionará a nadie...Para los que no puedan espero que mis letras les hayan permitido viajar y sentirse allí por unos minutos. Te agradezco de nuevo el comentario amigo/a "Anónimo", y nos gustaría saber tu nombre (real o ficticio) para poner identidad a nuestros amigos/as. Esperamos verte en alguna otra ocasión por aquí. Un abrazo y bienvenida/o a tu blog.
La Mancha bella, tiene mucho encanto y unos pueblos preciosos, entre ellos Tarazona de la Mancha.
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