Buenas tardes, amigos.
Aquí, antes de lo previsto, os traigo esta tercera entrega de esta historia que
parece de amor, según vuestros comentarios en las entradas anteriores. Gracias
por ellos. Me gusta escribir para vosotros, pero también me gusta escribiros
directamente a cada uno, contestando a vuestras apreciaciones y a vuestras
aportaciones que enriquecen mis relatos. Así siento que también lo son vuestros
y que los compartís conmigo.
Esta historia va
evolucionando lentamente y cada capítulo tiene su finalidad. La de hoy pretende
meteros al interior de los personajes. En el capítulo segundo os los
presentaba, mientras que en el primero trataba de describir el marco en el que
quería desarrollar la historia. ¿Cuántos personajes hay? ¿Falta alguno por
describir o hablaros de él?...Bueno, hablaros de todos sí lo he hecho…pero ¿están
todos descritos? ¿Los conocéis a todos? ¿Son dos o tres? ¿Alguien apuesta por
cuatro?
Esto pretendo con esta
manera de contar una historia por entregas: que os metáis en la historia y
tratéis de adivinar el camino por el que discurrirá. Os prometo un final
novedoso…pero hasta entonces dad forma a la historia en vuestro corazón según
os gustaría que terminase. Espero que alguno acierte. Yo creo que alguno que me
sé lo hará.
Un abrazo muy cariñoso
para todos, sin excepción y, por favor, no dejéis de soñar y de ser felices.
José Ramón.
Nadie sabía el porqué
del sobrenombre de Raquel, Sultana,
pero muchos lo atribuían a que su abuelo formó parte de la corte del último
Sultán y fue hombre de confianza de la Sultana. Su hijo, el padre de Sultana, también residió en el entorno
de la corte, pero en el área de la seguridad personal del Sultán: cualquier
movimiento que fuese a hacer aquél debía ser antes comprobado y asegurado por
el equipo encargado de su seguridad. Él, el padre de Raquel, conocía
perfectamente todos los entresijos de la alcazaba, incluso algunos desconocidos
por los más antiguos residentes pertenecientes a la dinastía reinante. Los años
hicieron que tanto el abuelo como el padre abandonasen la corte buscando un
lugar más cómodo y tranquilo para dejarse abrazar por el plácido retiro alejado
del frenesí de la vida de intrigas, peligros, tramas, celos y envidias y no sé
qué más de lo relacionado con las miserias humanas. Ambos conocían la alcazaba
defensiva; aquella que no se veía y discurría entre jardines, estancias, muros,
sótanos, falsos techos, etc. Esa alcazaba que se recorría cuando las cosas se
ponían feas para el Sultán de turno.
Muchas noches, al
abrigo de la luz que desprendía el hogar cuando se retiraba de él la olla con
la cena, les gustaba a ambos contar historias palaciegas. Muchas veces, casi
todas, Sultana era la que suplicaba tener estos momentos de tertulia y
disfrutaba mucho al oírles contar historias de otros tiempos. Se quedaba
embobada y no perdía detalle. Preguntaba y preguntaba; deseaba tanto el haber
tenido la posibilidad de vivir entre aquellos muros. Su condición de cristiana
era un obstáculo insalvable. A veces se ponía tan pesada que su abuelo no tenía
más remedio que concederle el conocer algún que otro secreto palaciego para,
así, “librarse” de ella y poderse ir a descansar. Todo, Sultana, lo guardaba en
su cabeza y lo revivía cuando, por su ventana, veía las imponentes murallas de
la alcazaba que se alzaban sobre el pueblo. Algún día entraré, se decía sin
querer saber que si era vista en su interior probablemente sería encarcelada en
las mazmorras de las que nadie salió nunca para contar qué vida “disfrutaba” en
su interior.
— ¡Bueno, niños,
hasta mañana y no dejéis de hacer los deberes que mañana los corregiremos todos
juntos! —así daba por finalizada la clase de ese día. Pronto sonarían las
campanadas anunciando el almuerzo.
Kamil, llevaba ya dos
años a cargo de tan noble ocupación heredada de su padre, respetado campanero
oficial de palacio que, a su vez, lo heredó de su padre, también. Ambos, padre
y abuelo, gozaron de la consideración del resto de la corte que concedió que
Kamil pudiese asumir tan importante responsabilidad por la que se regía la vida
de la comarca. Pero, él, no se veía tocando la campana hasta que le llegase la
jubilación. Sí, su cometido era importante, muy importante, pero…qué le
perdonasen pero es que no se veía unos treinta años más, como poco, haciendo
esto mismo todos los días. Sí, todos los días pensaba lo mismo. Él sabía que,
en cierto modo, se vio obligado a aceptar el cargo. A ver cuándo te haces cargo
de los toques tú, que ya tienes edad, le decían unos; ya es hora que tu padre
descanse y tomes tú el relevo, le decían otros. ¡Pues ya! Ya estaba él a cargo
de los toques…y no veía el momento de salir de allí aunque era consciente de
que su misión era importante y quería cumplir como lo hicieron sus antecesores.
Lo uno no quitaba lo otro.
En ello estaba
mientras, parsimoniosamente, se dirigía hacia la Torre de la Alerta. Tenía
hambre y pocas ganas de subir tantos escalones, pero debía cumplir su misión. Quedaban
unos minutos todavía para hacer sonar la campana y anunciar el almuerzo.
Ya en la Torre,
disfrutaba del paisaje que desde allí se divisaba y que, aunque muy conocido,
no dejaba de atraparle. Se solía apoyar sobre los muros de ladrillos. Eran
bastante anchos, de unos cincuenta centímetros y ya habían perdido sus almenas
defensivas que su trabajo hicieron en tiempos lejanos de guerras y asaltos. Los
terremotos frecuentes de la zona se encargaron de ello. La torre tenía un
semblante más amable así. A él también le gustaba esa faz exterior. La interior
también. La brisa venía más caliente que otras veces. No se oía nada. Algún que
otro mirlo se dejaba ver volando más bajo de lo que él estaba. No había nubes y
el Sol, por eso, seguro, no quería castigar. Allí, Kamil, dejaba volar su
imaginación. La brisa, caliente, pero muy reconfortante tras el esfuerzo de la
subida a la torre. Se ve bonito el pueblo desde aquí, siempre pensaba lo mismo.
Una pena que en
aquella época no tuviese unas gafas oscuras que le permitiese esquivar la luz refleja
del Sol. Las paredes de las casitas del pueblo eran tan blancas que se hacía
casi imposible, a esa hora, el fijar demasiado la vista en ellas. Pero a él le
gustaba escudriñarlas; averiguar cómo era la vida en cada una de ellas; poder
sentarse en el lavadero, que desde allí casi no se distinguía, y oír todo lo
que sin orden aparente tenían que contarse las mujeres que se afanaban en dar
una soberana paliza a los ropas que llevaban para lavar. Le llamaba mucho la
atención la madrasa del pueblo…¡qué ejemplo de convivencia entre culturas y
religiones! Me gustaría ver por un agujero cómo se las arregla la guapa Sultana con tanto chiquillo,
pensaba ensimismado imaginándola…sí, trabajando…pero sobre todo a ella…
La brisa seguía
caliente y la luz reflejada en las paredes de las casas no perdía su intensidad…¡Jo,
casi se me pasa la hora! Pegó un respingo parecido al que pegaría si, de
repente, descubriese una rata entre sus pies. El pequeño reloj a los pies del
muro de la campana ya casi le gritaba ¡toca ya que paso de hora! “Clon, Clon” A
tiempo, como siempre…por suerte.
Ahora el ritual de
siempre. Parecía más una liturgia que una rutina tediosa: el lacre azul sobre
la llama y la presión sobre la tablilla en el lugar adecuado…antes de apretar,
con el lacre humeante en la mano, miró súbitamente para atrás, como queriendo
pillar por sorpresa a alguien…Alguien le observaba, seguro…pensó. Hacía tiempo,
sin embargo, que no había vuelto a ver la señal cordiforme roja…pero la
sensación de estar siendo observado no había desaparecido. Seguro que es ella…pensó…¿deseó?
Apretó la barrita
azul sobre la tablilla y salió del recinto de la torre. Ya tenía demasiada
hambre.
CONTINUARÁ…….
4 comentarios:
Me gusta esté capítulo y pienso que la finalidad con la que lo has escrito está conseguida.Deseando leer el siguiente.Saludos.
Muchas gracias, Mercedes. Me alegro que te haya gustado. En el siguiente un poco de acción y...peligro...Bueno, que no quiero adelantar nada. Gracias de nuevo. Un abrazo.
¡Nos tienes en ascuas, José Ramón!
Necesitamos que Kamil, se gire y ponga cara a su espía particular.
Gracias por tus entradas en el blog, tus relatos y tus historias.
¡Enhorabuena por tod@s!
Gracias a ti, Rosa. Kamil todavía no "tiene permiso" para desvelar quién hay por allí detrás. Creo que vas a tener que esperar hasta el quinto capítulo...y no sé, no sé...
Gracias por tu seguimiento en el blog y por leer todo lo que traigo aquí. Precisamente lo hago porque tú y muchos otros amigos lo leéis.
Un abrazo.
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