miércoles, 11 de julio de 2018

UN TEMPLETE PARA UNA CITA







Siempre se me echa el tiempo encima cuando espero algo con mucho interés o ilusión, llamadlo como queráis. No mido el tiempo cuando hay algo que tiene parte de mi mente en un reservado.
A las ocho y media de la tarde, cuando el Sol pensaba más en la Luna que en el día, como todos los jueves de estos meses de verano en los que ya estamos sufriendo la cárcel de la ciudad, era la hora en la que la banda titular municipal nos convocó para disfrutar todo tipo de repertorio que, subida en su vetusto y elegante templete del parque, el más grande de los que dan un respiro al hormigón, semana a semana nos hace disfrutar.
Su director es nuevo y tengo entendido que está haciendo sudar a sus músicos, no por el calor que, como digo, es grande y afecta a sus instrumentos, sino porque le está dando, desde que ha llegado, una mano de calidad al repertorio que solían presentar: trata de ponérselo difícil y eso a gente acomodada no gusta demasiado…pero a nosotros, los oyentes, nos encanta. Para mí, y por eso suelo ser de los asiduos, me está enseñando mucho. Antes, con el anterior director siempre se me veía, como al resto de los allí sentados, mover mi pie, colgando por mis piernas cruzadas, moverse rítmicamente (sí, tengo ritmo en mi interior que me dice que no hubiese sido un error haberme dedicado a la música en mis años jóvenes…ahora lo tengo más difícil…otros hobbies me absorben demasiado) pues muchas de las obras me eran conocidas aunque, confieso, no soy capaz de identificar ni autor ni nombre…y no digamos años en la que enmarcarla. Pero las conozco y tarareo. Ahora, con el nuevo, todas son un descubrimiento. Y a veces me pasa como cuando oigo alguna canción nueva de alguno de mis cantantes de pop, latinos, etc., favoritos, que me parecen que fue compuesta para mí…¿No os ha pasado esto alguna vez? Pues en esas estaba cuando vi la hora y pensé que no llegaba.
Ya, con paso firme, llegué a la altura de donde podía ver al oboe iniciar la comprobación de afinación de toda la banda, con su sonido de “piano a forte” tan característico. Bueno, me dije, llego a tiempo. Ahora lo difícil: encontrar sitio en alguna de las blancas sillas de plástico repartidas ordenadamente frente al bonito templete que todavía no tenía encendidas las luces interiores. Estaba “petado”. Mientras buscaba alguna zona más clara, miraba a todos lados, a los caminos del parque que accedían al templete…buscaba a alguien que esperaba ver aparecer; alguien muy conocido que ni yo sabía de quién se trataba…tenía la sensación de que podría aparecer.
Allí parece que hay dos vacías…pero están embutidas casi en el espacio de una. Es igual, solo necesito una y espero que nadie más se siente cuando vea que vamos a estar tan apretados.
¿Señora, está libre alguna de esas dos?
Me miró y con la cabeza hizo un movimiento que quise entender que estaban libres. Pasé como pude, entre piernas y rozando, casi empujando, los respaldos de las de la fila de delante. ¿Seguro que me ha dicho esta señora muda que están libres?
¿Están libres, señora?, volví a preguntar para asegurarme, sin dejar de restregarme con todo lo que, en el estrecho camino hacia mi asiento, me dificultaba el movimiento. Incluida la señora. Esta vez me contestó con otro movimiento de cabeza a modo de siesnoes.
Se acabó. Me senté. La miré de reojo para ver si se cabreaba o me decía algo. Nada.
De pronto todos empezamos a aplaudir pues ya salía el director y nos saludaba. Aproveché para mirar en rededor y ver si había aparecido ya quién tenía la sensación de estar esperando. No, todavía no. Desde aquí no domino todo el patio de butacas sobre la arena y no tengo la certeza si, quien se supone debería venir, ya lo ha hecho y está en su asiento de plástico y viendo todo mi ajetreo.
Empezó la música. El día ese el programa estaba dedicado al género de la Zarzuela, excepto la última de la segunda parte del programa que fue un repaso maravilloso sobre Ennio Morricone. Empezó a sonar El Barbero de Sevilla.
Yo estaba muy, muy incómodo. Por un lado la segunda silla de mi izquierda, vacía, y casi soldada a la mía. Aquello parecía una silla doble. A mi derecha la señora siesnoes abanicándose; bueno abanicándome también a mí…mejor dicho, amenazando el darme un abanicazo. Yo inclinado a mi izquierda y gracias que el asiento de mi silla doble seguía vacío. En todo ese ajetreo el público disfrutando del Barbero. Yo también hasta que me empezó a llegar un olor penetrante, de algo recocido. Un olor a axila que no ha tenido la suerte de disfrutar del agua corriente ni de un buen Rexona desde hace unas cuantas semanas. ¡Lo que me faltaba! Miré de nuevo buscando a quién creo que deseaba apareciese, pero más por escapar del nuevo perfume que por la curiosidad de encontrar a alguien que no sabía muy bien quién podría ser.
¡Ya lo identifiqué! La señora siesnoes es la que necesitaba un lavado urgente.
Estaba yo en esas cuando otra señora, de esas que vienen muy tarde sin darse cuenta que molestan mucho, sobre todo cuando el espectáculo es de música, se me acerca por la espalda y me pregunta si la silla está vacía. ¡Pero si no la va a poder sacar ni sentarse! ¡ O ella o yo!, pensé mientras le respondí que sí. Debía haberlo hecho con un siesnoes y a ver si desistía y se iba. Pero no. Desembutió la silla hacia atrás todavía me estoy preguntando cómo lo consiguió y se colocó, ni en la fila de atrás ni en la mía. Lo hizo justo en medio, con un par de…y las piernas a mi lado y empezó a abanicarse con brío. Así, de esa forma, el olor de la siesnoes que circulaba con prisa de mi derecha hacia la izquierda, pasando por mi nariz, regresaba inmediatamente de mi izquierda a la derecha pasando de nuevo por la nariz. Vamos que fue como si mi sufrida nariz estuviese metida justo pegada a la axila de mi pulcra vecina de la derecha.
De pronto aplausos y varios músicos con una actuación relevante en la obra que acababa de terminar fueron levantándose a la orden secuencial del director para recibir el reconocimiento del público entusiasmado por como sonó el de Sevilla. Yo aproveché: cogí mi silla y con paso firme huí del lugar en el que se había creado tan especial micro clima. Me senté fuera de límite de colocación de las sillas y respiré.
Aproveche para colocarme de tal forma que dominaba casi todo el auditorio y los accesos al mismo y así controlar con poco esfuerzo la llegada de quien esperaba.
Allí podía ver todo lo que pasaba en el primer gran grupo de sillas.



Ssshhhsss, señora ¿puede callarse de una vez, que no ha dejado de hablar desde que ha llegado? dijo uno que ya estaba harto de oír a unas señoras entradas en años que estaban allí hablando de sus cosas, todas a la vez claro, y sin escucharse una a la otra.
Cállese usted y mire para adelante contestó la interpelada toda llena de razón.
La cara de odio que le dedicó aquel caballero pudiera haber sido un buen modelo para un experto pintor de guerras.
Al final ellas bajaron la voz…pero no pararon. Él se levantó y se fue, no sin antes desearles los siete males con la mirada más aterradora que fue capaz de encontrar en su repertorio de miradas ofensivas.
Es lo que tienen los conciertos al aire libre. La gente con nula cultura musical se piensan que son sitios donde ir a charlar con sus amigos, con música ambiental en vivo de fondo.
Yo disfrutaba de la música, de haber escapado del micro clima, de ver todo lo que pasaba entre el público y de poder detectar la llegada de mi…no sé cómo llamarle.
El descanso pasó como un suspiro: me levanté y recorrí silla a silla con la mirada; intercambié algún me ha encantado lo que habéis tocado con varios de los músicos a los que conozco, y ya.
El director salió para la segunda parte. Era la hora del Barberillo de Lavapiés.
Nada digno de mencionar durante aquel segundo acto, excepto lo que le pasó a aquel niño entrado en kilos que no paraba de dar la paliza y que nos mostraba, a todos los que estábamos por allí, su canalillo trasero que asomaba por un pantalón doce tallas más pequeñas que la suya…o algo así. Incluso alguno de los músicos que estaban en el borde del templete sentados le decían con el dedo que se callase.
Mamá que quiero un bocadillo, que tengo hambre, decía una y otra vez. Además era uno de esos niños odiosos con una voz de pito que se te mete hasta la base del cráneo. Creo que todo el área derecha del público estaba más pendiente de si la madre cedería o no. Ella no cedía y el niño de lado a lado, pisando a los que estaban sentados cerca de su madre, diciendo una y otra vez: ¡¡Qué quiero un bocadilloooo!! …¡Plaf! Todo el mundo se cayó, incluso aquellas que mandaron a la porra al caballero. ¿Qué había sucedido? Pues que le cayó un soberano sopapo en el cogote al impertinente mequetrefe que lo dejó mudo y como una estatua. Nadie supo de dónde había llegado semejante mandoble. Yo sí, claro. Se lo había dado uno de los que llamamos cariñosamente abuelo, de la vieja escuela, claro. A él, el molesto niño, había pisado varias veces. Nada más ejecutar la sentencia que todos los que estábamos allí habíamos emitido interiormente, aunque nunca lo hubiésemos confesado, se agachó haciendo como si se colocase algo en sus zapatos o recogiese unas llaves que deliberadamente había dejado caer al mismo tiempo. En ese momento la música dio por concluido el concierto y todos aplaudimos a rabiar. Los del ala derecha al tipo que hizo justicia.
Vaya, por allí viene Santiago y su mujer. ¡Qué alegría veros! ¡Cuánto tiempo sin saber nada de vosotros! Les dije cuando se acercaron ante mi discreto saludo. Estuvimos un rato más o menos largo hablando. Me alegró saludarles pues fueron importantes en una época de mi vida por estos lares. Quedamos en vernos más a menudo, sabiendo que si te quieres ver quedas para un día y ya está. Cuando dices “a ver si nos vemos uno de estos días” es que no tienes intención de volverte a ver en breve. Eso se dice muy frecuentemente y yo no lo soporto…aunque caigo en el error de decirlo…la costumbre es una losa que nos cuesta, a veces, mucho soslayar. Nos despedimos cariñosamente.
Yo seguía esperando.
Las luces del templete ya se habían encendido. Las del parque también. Miré mi whatsapp…Era hora de volver a casa y cenar. Mañana iba de nuevo a amanecer.

Espero os haya gustado, mis queridos seguidores.
Hoy más que nunca, no dejéis de soñar ni de ser felices.
Buenas noches.
José Ramón.




2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanta ,yo también estuve en ese concierto jajaja lo recuerdo todo tal cual lo has contado.Al final todos vivimos y sentimos lo mismo en iguales situaciones es muy curioso.

José Ramón de Cea dijo...

Bueno, desconocido amigo/a, me alegro que te hayas sentido identificado con lo que escribí. Siento que no nos hayamos podido saludar...igual tú fuiste a quien esperaba jajajajaja. Es broma. En fin, que me alegro que te haya gustado este relato y si has pasado un rato agradable leyéndolo pues he cumplido mi objetivo. Gracias por tu comentario. Un afectuoso saludo. JR.