Buenas noches amigos. Época de vacaciones, de
veraneos, de descanso, de dejar nuestras ocupaciones rutinarias y no mirar
atrás, de salir corriendo con una sonrisa de oreja a oreja, de ajetreos, aunque
distintos a los de todo el año. Época de olvidar toda rutina. Verano deseado y que cuando menos lo esperemos
ya se ha pasado y nos deja sólo recuerdos, la mayoría buenos: nos deja el sabor
de un amor encontrado y de una despedida prematura y también de promesas hechas
que no sabemos si podremos llegar a cumplir…Sí, estamos en pleno verano aunque
los más pesimistas sólo ven que parece que lo estamos terminando. Yo no soy de
ellos, lo sabéis bien, y aún veo que queda mucho, o, al menos, bastante por
disfrutar. Y hablando de disfrute, yo ya terminé la quincena que me reservé
para perderme en un bonito lugar que hoy, siguiendo la tónica de entradas
pasadas, pretendo someterlo a vuestras dotes adivinatorias.
Está localizado en la costa levantina. El sitio
en cuestión, y ahí va la primera pista, tiene mucha relación con alguien que
fue Papa, no de todos, en aquel tiempo ya lejano. Se encerró por aquellos lares
de mi deleite y su nombre nos habla de un famoso satélite…
El lugar de mis cortas vacaciones —siempre son
demasiado cortas, al menos para los que las vivimos tan intensamente como lo
hago yo— está protegido por un mar en calma que disfruta acariciando, como si
de las curvas de una…guitarra…se tratase, una preciosa bahía de aguas turquesas
y fondos sobre los que caminar es un placer añadido. Una bahía maravillosa de
día y sugerente de noche.
La verdad es que no hay mucho que hacer por allí
a parte de disfrutar del Sol, de la arena despegada y de la espuma que refresca
nuestra piel bronceada. El ambiente es familiar, pensado para el disfrute de
todos aquellos cuyas opiniones, generalmente, no tenemos en cuenta y nos
importan bien poco a la hora de hacer nuestros planes vacacionales. Para estos
bajitos a los que me refiero se sucedían, por doquier, multitud de actividades.
Que la vocación del lugar fuese el enfoque
familiar con los pequeños tenía, para nosotros, varias ventajas: los precios
eran más bajos que los supuestos para un lugar de costa en verano y nos permitieron
disfrutar varias veces de un buen menú mediterráneo de cara al mar del mismo
nombre; la calma más allá de las doce de la noche era absoluta, lo que permitía
descansar y madrugar para hacer deporte junto al mar: en mi caso disfrutaba,
días alternos, de la carrera y la marcha nórdica.
Os aseguro que en mi lugar gocé de buenos
momentos, conmigo y mis pensamientos, disfrutando de la inmensidad del mar que
se me presentaba con una visión flanqueada por evocadoras palmeras;
por la
noche, fue un placer estar acompañado por la Luna llena que acostaba su luz
prestada sobre las olas del mar, a esas horas ya calmo y descansando, y que día
a día fue menguando, mientras me indicaba que iba creciendo…ya sabéis lo
mentirosa que es la Luna por estas latitudes… , hasta dejarme con su recuerdo,
el resto de las noches.
El Sol, y es otro de los momentos, envidioso Él, hacía
lo propio con su luz, acabando de despertarse y en su protagonismo sin
discusión: yo iniciaba a desperezarme y calzarme mis zapatillas de correr.
Pero todo esto que os cuento quedaría incompleto
sin dos elementos que hacen que la visita al sitio en el que estuve, de esta
costa aromatizada por el azahar, sea de carácter obligado para el que no lo
conozca. Me refiero al magnífico castillo incrustado entre un enjambre de
callejuelas, de incomparable belleza, en las que los colores típicos de los
pueblos marinos se entremezclan con las señas de identidad de los pueblos
ceramistas a los pies del Maestrazgo. Y ya no doy más pistas tan claras…
El otro
elemento es una de sus señas de identidad, al menos para sus gentes. Para el
resto no tanto pues lo descubrimos al mirar por la noche al castillo iluminado:
pared con pared con el almenado se encuentra un faro —los faros son mi
debilidad ¿no os lo he dicho nunca?. Tengo fotos de todos los que me he
encontrado a mi paso en mis viajes…y os aseguro que han sido muchos—. Un faro que, en perfectas condiciones de uso, proporciona su cristalina luz, con código propio para
la navegación, y que, seguro, ilumina, además y sobre todo, las ilusiones de sus
gentes marineras que con su esfuerzo diario aportan su granito a la economía de
la zona.
Hasta aquí, la adivinanza y espero que muchos ya sepáis dónde pasé mis días de descanso.
Y ellos, los marineros, sean de donde sean,
vayan a pescar a donde vayan a pescar, y regresen tan cansados como regresen de
una dura noche de trabajo, son parte del sustento de los protagonistas de la
historia que hoy, también, os traigo. Ellos son Galvia y Violeta, dos gaviotas
de patas amarillas. Este cuento os lo traigo por segunda vez pues, desde el ya
un poco lejano mayo de 2013 en el que os lo presentaba, hay un buen montón de
nuevos amigos que se han hecho fieles seguidores de nuestro espacio y para que
no tengan que buscar en las casi 95 entradas publicadas que ya tenemos (de
todas formas no sería difícil pues en el lateral tenéis la guía para acceder rápidamente
a cualquiera de ellas, únicamente tenéis que abrir los desplegables y
trasladaros a la fecha en cuestión…es muy fácil) se lo traigo yo hoy aquí,
pues el tema del verano le viene muy bien a la historia.
Este entrañable relato nos habla de dos gaviotas
ilusionadas…también las gaviotas lo están…a su manera, me imagino…; pues eso que
decía, se trata de dos gaviotas que en breve van a tener un nuevo miembro en la
familia, de patas amarillas, como ellas, claro; y ese proceso va a estar no exento
de alguna complicación…
Bueno, amigos, os dejo que lo disfrutéis, de
momento sólo con mis letras pues todavía estoy buscando el ilustrador/a que sea
capaz de darle vida en la manera que yo me lo imagino. Tuve una ilustradora muy
buena que se comprometió conmigo pero…rompió este compromiso pues tenía asuntos
que atender…ella sí era una de las adecuadas para ello y estoy seguro que en
breve encontraré a quién quiero entregarle el cuento y compartir proyecto en la
manera que ya conocéis lo vengo haciendo con el resto.
Buenas noches queridos tod@s y recibid un largo
abrazo en una noche de verano a orillas del Mediterráneo.
Dejándonos mecer
por las cálidas corrientes de aire que acariciaban aquel bonito y discreto
puerto pesquero, nos adentramos en el mar disfrutando de la blanca, salada y
divertida espuma…¿Nuestros guías? Pues dos
bellas gaviotas patiamarillas: Galvia y Violeta que, a través de esta
historia, nos cuentan algo de su forma de vivir y de sus ilusiones…sí ellas
también las tienen; y nos enseñan a compartir con ellas espacios que en
principio los tenemos reservados a nosotros.
Esta entrañable
historia nos habla de respeto y cariño por los animales mientras sentimos el suave
roce de la brisa marina.
Lo bueno que tienen las corrientes de aire, entre otras cosas, es que,
aprovechadas convenientemente, ayudan a recorrer grandes distancias con un
esfuerzo mínimo.
Eso lo sabían
de sobra Violeta y Galvia: una pareja de gaviotas, de pico y patas amarillas,
que llevaban ya un par de años volando juntas; unas veces, en alta mar,
dejándose mecer por aquellas cálidas corrientes de aire; otras, formando parte
de esa escolta que anuncia la llegada de un barco de pesca en su regreso a
casa, tras toda la noche faenando, cargado de pescado.
―
Au-kyee-Kyee…―decía Violeta, contenta por todo lo que se
avecinaba…
― Au-kyee-kau-kau-kau
―contestaba Galvia, feliz también por las ilusiones
que llevaban compartiendo en los últimos días.
Ese sonido
que puede parecer de angustia y extremada agonía, en realidad es una parte
entrañable de los pueblos bañados por el mar y sin la que no se concibe la vida
en ellos. Los quejidos de las gaviotas interpretan los “solos” de la melodía
marina, en la que el murmullo suave y rítmico de las olas al romper en la
playa, junto a las roncas bocinas de los barcos en sus llegadas y partidas de
los puertos, representan el acompañamiento.
Así se estaba
comunicando la pareja de gaviotas patiamarillas mientras surcaban los cielos a
escasas millas de la costa. Trataban de adivinar, entre la calima que a
aquellas horas de la mañana abrazaba el litoral, la llegada de alguno de los
barcos pesqueros, con las bodegas llenas de pescado, que regresaban a sus
hogares tras una noche de trabajo agotador entre el vaivén de las olas, el
sudor de sus frentes y el penetrante olor a gasoil. Así, solucionarían sus
problemas de alimentación para el día que estaba aún despertando.
― Galvia,
debemos decidir dónde vamos a colocar el nido ―dijo Violeta
con cierto aire de preocupación―. En pocos días será la puesta de huevos y debemos
pensarlo bien para que nuestros polluelos crezcan seguros ―concluyó,
asumiendo ya la responsabilidad de su futura maternidad.………………………………………………………..
Mira esa ola
que se está formando. Dijo Violeta mientras se lanzaba sobre ella: le
apasionaba mezclarse con la espuma que se iba formando, para a continuación
nadar impulsándose con sus patas provistas de unas muy eficientes membranas que
unían sus dedos. Estaban felices pensando que pronto serían padres de tres o
cuatro polluelos a los que les enseñarían todo lo que ellas sabían.……………………………………..
― Papá, ¿cuándo
vas a arreglar la antena de la televisión? Siempre se fastidia cuando estoy
viendo la serie que ponen todos los martes y ya sabes que me gusta mucho ―le dijo a
Armando su hijo, enfadado porque su padre le prometía y prometía…, pero la
antena seguía estropeada.
……………………………………………………………………….
Ahora la
urgencia era terminar, sin dilación, de acondicionar el nido que no estaba todo
lo protegido y seguro que se requería, debido al adelanto imprevisto. Por ello,
aunque las gaviotas nunca dejan sus huevos sin cuidado ―tratan de
evitar que puedan ser comida de animales depredadores, incluso de otras
gaviotas; y los protegen de la acción de las personas que, de vez en cuando,
solían subir al tejado para destruir sus nidos y los huevos en su interior, y
así evitar el molesto trajinar de estos animales sobre las tejas y, sobre todo,
sus incómodos excrementos que todo lo corroen―, decidieron
salir las dos a la vez: Violeta a procurar comida para ambos, y Galvia…………………………………………
Ya arriba,
Armando se topó con un nido a medio hacer con tres huevos muy grandes y muy
bonitos en su interior. Se quedó mirándolos, ensimismado, con ganas de
cogerlos, pero…reparó en que eran de gaviota y, mirando asustado en todas
direcciones, trató de descubrir dónde se encontraba la pareja a la que
pertenecían. Sabía lo agresivas que son esas aves………………………………………………………
― Ahí va el
primero ―lo lanzó Armando cuando comprobó que su hijo estaba
preparado para, con la red que sostenía con ambas manos, amortiguar la caída
del óvulo.
Lo lanzó
y…cayó en la red. Lo sacó con cuidado, Carlos. Su padre lanzó, entonces, el
segundo y…pluf………………………………………………
― ¡Kyow, kyow!
―era la señal
de peligro que Violeta lanzó al aire cuando a lo lejos -que lo estaba y
mucho-, gracias a su magnífica vista, divisó un humano en las proximidades del
nido.
…………………………………………………………………………
2 comentarios:
Muy bonito, "PAPA LUNA" Peñíscola con su castillo allí en lo más alto, donde la mirada puede quedarse perdida horas, estuve varias veces y pienso volver.
Bueno pues nada, se acaba en lo mejor, habrá que esperar para saber que pudo hacer Violeta. Una vez más enhorabuena, saludos.
Vaya, ORB, eres un viajero incansable!! Cierto, lo adivinaste y sí, realmente las vistas desde allí, son ensimismantes. Yo también me tomé mi tiempo con la mirada perdida en el horizonte. Gracias de nuevo por tu aportación. Un abrazo.
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