Buenas
noches, queridos amigos. ¿Cómo habéis pasado estas vacaciones a medio camino
entre las Navidades y el verano, que tan bien nos sientan siempre? Me imagino
que bien. En mi caso no me puedo quejar.
Este
tiempo nos ayuda a hacer un alto en nuestro inicio trepidante del nuevo año —al
menos así ha sido para mí este 2015— y ver cómo lo estamos llevando. Es bueno
que de vez en cuando encontremos un momento, más o menos largo, para pararnos,
sin prisas, sin agobios, sin tareas pendientes que no admiten demora —que después
las dejamos, las “demoramos”, y nos damos cuenta de que no pasa nada…—, y
revisar si la “ruta” que nos hemos propuesto seguir, o que el mundo nos obliga
a llevar, es la adecuada; y, en caso contrario, decirle a ese “mundo” que vamos
a cambiar unos aspectos porque no nos gusta a dónde o cómo vamos. Eso requiere
tiempo y pararse a pensar y, desgraciadamente, en el día a día de este mundo
que no admite esperas ni tiempos muertos, no lo encontramos fácilmente. Por eso
es bueno este tiempo de vacaciones que, además de ayudarnos a “recargar las
pilas”, nos ayuda a reflexionar y meter las correcciones adecuadas en nuestro
rumbo vital.
Esto le pasa,
en cierta manera, en la historia que os vuelvo a traer tras las entradas
lejanas de: 17 de febrero, 23
de marzo y 29 de septiembre de 2013; a Lucio. Un caracol, lento, muy lento,
como todos los caracoles que se precien, al que el tiempo, el mundo que le
rodeaba, le forzaba a tomar decisiones rápidas porque se le “echaba encima”…¿sólo
el tiempo?...No, no sólo el tiempo…
Mi
apreciado Daslav Mirko
Vladilo Goicovic (reservados los derechos de autor) (http://damivago.cl/), compañero
en este proyecto, ha ilustrado, desde Chile, con su genial manera de hacer,
este cuento que estamos seguros que será uno de los primeros que, impreso, vea
la luz. Muchas gracias, Daslav, de nuevo y recibe nuestro aprecio y un gran
abrazo desde España.
Y, vosotros,
amigos y confidentes en este blog, disfrutad de esta historia y que los mejores
y más atrevidos, en todos los aspectos que deseéis, sueños os acompañen en esta
noche del mes de abril, en el que ya nos enfocamos raudos a la última etapa
para alcanzar el verano y, de nuevo, unas buenas y merecidas vacaciones: un
nuevo tiempo de descanso y reflexión.
Qué a todos
vosotros os llegue mi recuerdo y mi abrazo cariñoso.
José Ramón.
Extrañas parejas de
amigos se han visto siempre y, entre ellas, quizá una de las más sea la
protagonista de esta historia.
Ciriaco, un escarabajo
pelotero, se convierte en el Ángel de la Guarda de Lucio: un caracol con una
bonita casa de rayas a su espalda.
Esta historia discurre
en el solar descuidado de un chalet en venta desde hace unos años. Su nuevo
dueño, recién llegado, decide cortar los rastrojos y ramajes que tanto lo
afean, por el paso del tiempo.
La
amistad es el valor que se realza en este divertido relato, no exento de
dramatismo por lo incierto de su final.....
Discurría
la tarde, como otras muchas de aquél caluroso verano, sin más sobresaltos que
el ruido de los hierbajos al moverse tocados por la brisa casi imposible de
disfrutar en esos días. El calor al nivel de la hierba, lugar en el que vivía
uno de los protagonistas de esta historia, era intenso, pero soportable. A
pesar de la sequedad reinante, la tierra por la que se desplazaba siempre se
mantenía cierto grado de humedad. También los arbustos, que a su paso
encontraba Lucio, hacían más llevaderos los rigores de la estación. A él, la
verdad, le traía sin cuidado si hacía más o menos calor. La casa que llevaba a
cuestas le servía para protegerse de él, siempre que lo desease.
Sí,
lo has adivinado. Lucio era un caracol con una casa adornada por unas rayas que
lo hacían muy atractivo y, a la vez, le permitían pasar desapercibido entre los
rastrojos del solar en el que vivía, cuando algún peligro acechaba.
Esa
tarde, Lucio, se desplazaba por el centro del solar tratando de encontrar
alguna tierna hoja de césped o arbusto, como aquellas de las que daba cuenta en
épocas lluviosas. Necesitaba apagar su sed y calmar su apetito. Aunque la
empresa era difícil, no cejaba en su intento. Sabía que siempre había algo que
llevarse a la boca, aunque no fuese todo lo jugoso que deseaba.
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