Hola, queridos amigos. Todavía con la resaca de nuestras ocho mil visitas
hoy os quiero de nuevo traer un cuento que no pisa este blog desde el 13 de
julio del año pasado: hace casi un año…de verdad que esto del paso del tiempo
no lo tengo del todo bien asumido…se me escapa el tiempo y tengo la sensación
de que no he hecho todo lo que quería; que no le he dedicado tiempo a lo que de
verdad lo merece...pero ¿qué es lo que lo merece? Me imagino que muchas veces
os habéis hecho esta pregunta y muchas más no habréis acertado a daros una
respuesta convincente…Creo que depende de nuestro estado de ánimo, de la
situación que estemos viviendo en nuestra casa, en nuestro ambiente de amigos,
en definitiva en nuestro mundo…; el que determinemos si “lo que merece” nuestro
tiempo es esto o aquello…Para mí sois vosotros y este blog los que os merecéis
que “gaste” mi tiempo. Sé que tras vuestras pantallas estáis esperando leer mis
palabras, mis pensamientos, mis disquisiciones fáciles de entender, sin
demasiadas complicaciones; y eso, para mí, es importante. Pero el tiempo se nos
escapa, se me escapa de las manos, y a veces me gustaría volver atrás para
emplearlo de manera distinta a como lo he hecho…¿sería mejor? No lo creo, sería
distinto tan sólo y, seguro, que tendría la misma sensación de que el tiempo se
escurre por mis dedos como agua limpia. Esta es la vida que nos ha tocado vivir
y gracias a Dios que seguimos aquí para poder compartir entre todos estos
momentos…por cierto, me vienen a la mente amigos que en los últimos meses nos
han dejado…para ellos un cariñoso recuerdo y para los que los echáis de menos
un fuerte abrazo…uno muy fuerte acaba de salir para Alemania.
Pues hablando de vida, os traigo de nuevo “El Globo de la Vida”. Es un
cuento sin edad-objetivo definida y que el 24 de junio del 2012 aparecía por
primera vez en nuestro espacio. Aquí os traigo la segunda de las ilustraciones
que el autor, ya conocido de vosotros, Juan M. Moreno (todos los derechos
reservados, http://suripatagonia.blogspot.com.es/), hizo para dar forma a una primera “maqueta” de esta historia entrañable.
Junto a ella os traigo el boceto inicial que con su estilo dibujó mi apreciado
Juan. Desde aquí, una vez más, te envío a tu Argentina (La Plata) el más fuerte
de mis abrazos, amigo Juan. Sé que estaba en tu mente, en su momento,
re-ilustrar el cuento con un estilo más llamativo y que enganchase más aun que
el actual…estoy deseando que eso suceda cuanto antes y que podamos disfrutar
mucho más de tu arte. Gracias de corazón.
Bueno, pues os dejo con esta historia en la que, llevados de la mano de
Justino, nos elevamos entre corrientes de aire, cálidas, muy cálidas, hacia un
mundo que cuando leáis la historia os desvelaré…mientras tanto sólo os puedo
decir que en el cuento se ensalza lo importante que es la familia en la vida de
una persona y el cariño que debe existir entre sus miembros.
Subid al Globo de la Vida que el extraño piloto ya se está
impacientando…buen viaje y felices sueños. Buenas noches.
José Ramón.
Esta
historia que paso a contar, me la contó en su día el protagonista de la misma,
aunque yo no me la he llegado a creer nunca. Algo tan maravilloso no ha podido
llegar a suceder. De todas formas, como me la contó, hoy yo la relato aquí.
Justino
era un hombre que ya pasaba de los treinta. Vivía en una pequeña casa de campo
que en su día formó parte de lo que estaba llamado a ser una granja muy
productiva, de las mayores de la comarca, si no llega a ser por la desgracia
que sufrió en su niñez. Dedicaba todo su tiempo y sus esfuerzos a cuidar de su
abuela, ya anciana y desde hace años impedida. Cuando podía, y el cuidado de
ella se lo permitía, con su vieja furgoneta realizaba encargos y
transportes que le reportaban un
dinerillo, con el que iban sobreviviendo los dos, más mal que bien.
Pertenecían,
en su tiempo, a una familia adinerada; pero debido a la desgracia que cayó
sobre ellos, cuando Justino tan sólo contaba con nueve años, les hizo tener que
ir vendiendo las tierras que rodeaban la casa, hasta donde la vista alcanzaba;
y las reses cuya magnífica carne vendían a buen precio en los mercados de la
zona.
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Él me
seguía contando…
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Un
buen día acababa de llegar de hacer unos transportes cuando, de repente al
bajarse de su furgoneta, vio uno de esos grandes globos de colores que, en los
días de buen tiempo, se divisan surcando los parajes como aquél en el que vivían Justino y su
abuela.
Ante
su asombro, el inmenso globo de bonitos colores, tomó tierra muy cerca de donde
él se encontraba. Lo venía conduciendo un hombre de edad difícil de calcular,
pero con una sonrisa y mirada especiales. Con un gesto de la mano le invitó a
subir a su nave. Él, Justino, no supo el porqué accedió a la invitación, sin
conocerle de nada y, sobre todo, porque debía atender a su abuela que llevaba
toda la mañana sola. No lo supo, pero lo hizo.
Subió
a la cesta del globo con la ayuda, sin mediar palabra alguna, de aquel
cautivador hombre. A continuación, el quemador soltó un chorro de fuego y el
globo comenzó a elevarse. Empezaron a meterse entre las nubes blancas que esa
mañana cubrían parte del cielo, mientras Justino veía alejarse su casa,
desapareciendo de su vista, con cierta preocupación.
Pasaron
entre ellas un tiempo que Justino fue incapaz de calcular. Estaba un poco
asustado, pues se decía cómo había sido tan imprudente de subirse a ese
artefacto: sin saber a dónde iba; ni quién era ese hombre que con maestría lo
guiaba; ni, sobre todo, cuándo iba a regresar.
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¡Por
fin, salimos de las nubes!, dijo aliviado al ver de nuevo su casa y que estaban descendiendo.
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Este cuento está registrado
con el nº de asiento 09/2010/2757 en el registro de la propiedad intelectual, y
en:
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