Buenas noches, queridos seguidores de mis historias,
que no me canso de decir que son las vuestras también. De nuevo estoy con
vosotros para pasar un rato que no veía el momento de su llegada. Estoy en una
época en el que mi trabajo, que no es el de escritor; ¡ya me gustaría!, no me
deja demasiado tiempo para compartirlo con vosotros. Hoy, sábado, he encontrado
ese momento y, aunque ya es un poco
tarde, no me resisto a disfrutar del silencio de la noche, acompañado por el
rumor de este mar que tengo a tan sólo unos metros de mi ventana, en vuestra
compañía. Para mí, la noche es la mejor compañera para escribir. Cuando el
silencio te envuelve, como una amante fiel, eres capaz de conseguir que aflore todo
lo que quieres expresar y en la manera que lo quieres hacer. La noche es un
buen aliado para escribir.
Bueno, pues hoy os traigo aquí un nuevo cuento con
una circunstancia especial. Forma parte de una incipiente saga de aventuras de
dos de mis amigos, unos ratones muy divertidos: Alf y Gos. Esta historia que
comparto con vosotros es, en orden cronológico, la primera, aunque fue escrita
posteriormente a la que es una continuación de ella: me refiero a “Queso Cremoso”, que ya
conocéis (podéis ver dos entradas con esta historia los días 3
de marzo y 12 de octubre del año pasado, 2012).
En “Rabo de Ratón” nos aventuramos a vivir de cerca
los temores y las diversiones de los dos pequeños roedores, cuya única obsesión,
más de uno que de otro, era el queso que hacían con tanta maestría los
moradores de aquel monasterio…pero no os cuento más y os dejo con una
presentación de esta historia y, como siempre, unos párrafos significativos que
os permitan, al menos por unos minutos, los que pasáis en mi mundo, meteros
entre columnas, corredores, bodegas, claustros…
Qué lo disfrutéis sentados cómodamente en vuestro
rincón preferido de vuestro hogar.
Un cariñoso saludo y buenas noches.
José Ramón.
Entre las montañas plagadas de árboles que se
deslizan protegiendo sus laderas con sus
brazos repletos de recias hojas, nos situamos para vivir una divertida historia
de dos ratones, más listos que inteligentes, aunque Gos tenía una inteligencia
propia del más inteligente de su especie; en sus correrías entre los muros
fríos de aquel monasterio que descansaba al abrigo del solitario y a veces
triste valle. Y digo a veces triste, porque cuando sus monjes cantaban dejaba
de serlo y parecía que el Sol se asomaba para ver de dónde venían esa bonitas
voces que ya, desde hace mucho tiempo, formaban parte de aquel espacio que
respiraba paz…¿siempre? …pues la verdad es que cuando Alf, con su barriga llena
de queso -el más glotón de los dos-, y Gos corrían huyendo… divertidos a veces,
y con el pánico metido en sus cuerpecillos blancos, otras; no se podía decir
que se respirase precisamente paz.
Esta es una historia de aventuras en la que dos
ratones campan a sus anchas por el monasterio, paseándose por los lugares donde
trabajan, descansan y rezan los monjes a los que consideran sus amigos y
protectores…bueno, no a todos...
"Era la hora de la comida; era cuando el Sol del
mediodía más calentaba en aquel monasterio resguardado por las montañas y
rodeado de magníficos ejemplares de abetos y de serios, altivos y elegantes
cipreses. Los monjes hacían un alto en su callada labor y se disponían a comer.
Sentados en los bancos corridos de madera del
austero comedor, con sus cabezas gachas cubiertas por sus amplias capuchas de
color marrón oscuro y de tejido áspero y nada amable; estaban los monjes
saboreando la sopa del día servida en sus cuencos de barro, mientras escuchaban
al hermano de turno que, con voz clara, pausada y transmisora de
espiritualidad, leía pasajes de alguno de los muchos libros religiosos que
atesoraban.
En silencio, todos ellos, comían y meditaban sobre
lo que estaban escuchando.
Gustaban echar migas de pan en la sopa que
acompañaban con un buen vino de cosecha propia que, celosamente, mimaban y
custodiaban en la antigua bodega del monasterio.
Fray Tomás, un entrañable monje, solía sentarse en
la parte más alejada del relator pues le gustaba compartir sus migas de pan con
sus dos amigos, Alf y Gos, que pacientemente, casi apoyando sus pequeños
hocicos en sus pies, esperaban bajo la mesa
que dejase caer esos deliciosos trozos de pan.
Alf y Gos eran dos ratones de color gris, orejas grandes y bigotes, como la mayoría de ratones comunes, aunque estos de común, común, no tenían demasiado...Compartían su vida con la de aquellos frailes que se pasaban la mitad de su tiempo rezando por todos los que, fuera de aquellos muros, vivían su trepidante mundo sin reparar casi en como el tiempo pasaba por sus vidas. Alf y Gos no sabían rezar, pero……………………….
Una
vez, gracias a los reflejos de Gos, Alf se libró de que su frágil cuello fuese
atrapado por el frío e implacable hierro de un cepo que, violentamente, se
liberó cuando sus manos empezaban a atenazar tan delicioso manjar, con la
intención de llevárselo a la boca. Gos lo cogió del rabo y tiró de él
enérgicamente,………………
…………………………………………………………………………………………………………..
Alf,
le pedía insistentemente a su amigo que idease algo distinto para no asumir
tanto riesgo a la hora de hacerse con el manjar que tan sugerentemente esperaba
pinchado sobre la madera de la trampa. Gos, le decía que el mecanismo del cepo
era tan sumamente rápido y violento que no encontraba manera de pararlo
interponiendo algo en su camino. Que, de momento, debían de continuar con esa
estrategia que tan buenos resultados les estaba dando y que seguiría haciéndolo
mientras Alf… conservase su rabo……………………………………………..
“Un
momento Alf, me parece extraño que haya, justo en los aledaños de la celda de fray Espina, un trozo de queso
abandonado…”, y continuó, “…debemos de tener cuidado, seguro que es otra de sus
trampas.”………………………………………
El
reguero de queso condujo a nuestros hambrientos roedores a un cuarto que en su
día fue un aula. Estaba vacía de muebles y parecía que no se había abierto
hacía años, a juzgar por las telarañas que protegían los rincones del techo.
Una
vez se encontraron los ratones dentro, en mitad de la antigua estancia,
comenzaron a llegar monjes con sus capuchas, como de costumbre, cubriendo sus
cabezas. En esta ocasión era para ocultar su identidad.
Portaban
una escoba cada uno y, cerrando la puerta tras de si, a la voz de: “¡Qué no
escapen!” y “¡Ya son nuestros de una vez por todas!”, se abalanzaron sobre los
ratones con la intención de aplastar sus blancos y suaves cuerpos, de un
escobazo. Éstos, con sus estómagos llenos del queso…………………………….."
Este
cuento está registrado con la solicitud de registro de la propiedad intelectual
num V-898-13.
http://people.safecreative.org/jose-ramon-de-cea-velasco num 1304285020319
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