Buenas tardes desde Madrid, desde donde os escribo,
en este día de S. Isidro, patrón de todos los madrileños entre los que me
encuentro desde el día que nací J.
Tras unos meses en los que al final he podido
realizar la última revisión de mis restantes nueve cuentos (ya son veinte el
total), los he registrado oficialmente para podéroslos ir presentando en esta
página. Creo que son unos cuentos que mantienen la línea de los once primeros,
aunque creo que mejor escritos; no sé, eso lo iréis apreciando vosotros. Yo,
por mi parte, estoy muy satisfecho del resultado.
Hoy os quiero traer aquí uno que me transmite,
siempre que lo leo, muy buenas sensaciones; sobre todo, me transmite
tranquilidad y equilibrio. Creo que es un cuento lleno de vida y ternura. Lo
escribí en un período que, por motivos de trabajo, estuve viviendo en La Coruña
(A Coruña si lo decimos en gallego), Galicia. Allí, frente al mar, y con unas gaviotas
patiamarillas anidando en un tejado cercano, nació esta historia que ahora
comparto con vosotros.
Por cierto, posiblemente en estos momentos ya, una
magnífica ilustradora –como todas/os los/las que aceptan el compartir conmigo
mis proyectos-, haya decidido dar vida a mis gaviotas: Violeta y Galvia. Espero
que pronto podáis admirar y disfrutar de su arte.
Sólo me queda desearos que os pongáis cara a la
brisa marina que, acariciando las popas de los pesqueros descansando al abrigo
del modesto puerto, os llena los pulmones de ese aroma que nos habla de Tejas,
Espuma y Sal.
Un cariñoso saludo a todos y que disfrutéis de lo que para vosotros he
escrito.
Dejándonos
mecer por las cálidas corrientes de aire que acariciaban aquel bonito y
discreto puerto pesquero, nos adentramos en el mar disfrutando de la blanca,
salada y divertida espuma…¿Nuestros guías? Pues dos bellas gaviotas patiamarillas: Galvia y
Violeta que, a través de esta historia, nos cuentan algo de su forma de vivir y
de sus ilusiones…sí ellas también las tienen; y nos enseñan a compartir con
ellas espacios que en principio los tenemos reservados a nosotros. Esta
entrañable historia nos habla de respeto y cariño por los animales mientras
sentimos el suave roce de la brisa marina.
Lo bueno que tienen las corrientes de aire, entre otras cosas, es que,
aprovechadas convenientemente, ayudan a recorrer grandes distancias con un
esfuerzo mínimo.
Ya arriba, Armando se topó con un nido a medio hacer con tres huevos
muy grandes y muy bonitos en su interior. Se quedó mirándolos, ensimismado, con
ganas de cogerlos, pero…reparó en que eran de gaviota y, mirando asustado en
todas direcciones, trató de descubrir dónde se encontraba la pareja a la que
pertenecían. Sabía lo agresivas que son esas aves………………………………………………………
Este cuento
está registrado con la solicitud de registro de la propiedad intelectual num V-898-13.
4 comentarios:
Muy bien descrito el entorno marinero, casi huele a las algas secándose al sol después de haber sido expulsadas del océano por la marea.
Un abrazo!!
Me alegro que te haya transportado a verte en la situación relajante de sentir el contacto de las oleaginosas algas con tus pies. Ellas, y su aroma penetrante y especial por lo único,son parte inseparable de nuestros pueblos pesqueros. Gracias por tu comentario. Un fuerte abrazo. A vosotros, lectores de este blog, os recomiendo que os deis una vuelta por este blog en el que conoceréis algo más de Ethan. Merece la pena. http://www.facebook.com/l/PAQEc1WS8/unlectorindiscreto.blogspot.com/2013/05/puentes-y-sombras-de-fernando-de-cea.html
Os pongo de nuevo el enlace que mencioné en el comentario anterior pues aquél no funcionaba: http://unlectorindiscreto.blogspot.com.es/2013/05/puentes-y-sombras-de-fernando-de-cea.html
El mar, su olor, sus olas, que maravilla dejar la vista perdida en el mar, y si encima tienes la suerte de ver gaviotas...Me gusta
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